viernes, 6 de abril de 2012

Semana santa, el desfile del orgullo gay en versión católica


Ya estamos en semana santa. Días de torrijas, huevos de chocolate y demás dulces típicos de extraños nombres como "la mona de Pascua" o los "huesos de santo" . Nombres variopintos, tradicionales e inexplicables que colman los escaparates de las confiterías. Pero detrás de cada fiesta que los profanos infieles celebramos a golpe de cañas y dulces, hay una tradición religiosa. Detrás del cordero navideño, está el nacimiento de Jesús; detrás los bombones de san Valentín, hay un Santo defensor de los matrimonios clandestinos; y detrás de las torrijas, hay un desfile del orgullo gay. Pues las diferencias entre el orgullo gay y la semana santa, cada vez me resultan más difíciles de encontrar. Las procesiones al fin y al cabo son desfiles, en lugar de llevar carrozas con la bandera del arcoíris, se pasean imágenes religiosas con las que conmemorar los sucesos que, dicen, tuvieron lugar hace unos dos mil años. O sea que se está haciendo una fiesta para recordar el sufrimiento de Jesús, de la virgen y el resto de la panda. Es decir, que cogen a un maniquí, lo visten de oro, le ponen flores y lo pasean a "la sillita de la reina". Mientras sus fieles esperan impacientes en las puertas de las iglesias y en los balcones con la copita de fino en la mano, el huevo de chocolate en la otra, a la vez que digieren la torrija del desayuno. Es que hay que vivir la semana santa. Está muy bien esto de que se conmemore la muerte y el sufrimiento durante una semana al año. Te pasas el año pecando, pero llega Abril y se te saltan las lágrimas al ver a tu santo preferido salir a hombros de hombres sudorosos de la iglesia. Todo es respetable, y gracias a la devoción de los creyentes, disfrutamos de estos días de asueto primaveral, a pesar de la lluvia que siempre los acompaña. Que vamos ya podría alguien, el encargado que todo lo ve y lo controla, mandar la lluvia unos días antes o después de la Semana Santa. Porque ya es mala leche que los pobres cofrades se pasen el año preparándose para sacar su paso a la calle y les llueva, después del invierno más seco de los últimos cuarenta años. 
En fin que cada uno sea devoto de lo que quiera, que adore a quien quiera, pero dejemos de convertir las tradiciones en excusa para salir de fiesta, de vacaciones y de días de empacho. Si crees en algo, demuéstralo. Y a su vez respeta a los que no compartimos las mismas creencias. Que bajo el nombre de la semana santa, los comerciantes hacen caja, los hoteles se llenan y el colesterol sube. Y que parece que por soltar unas lágrimas el Viernes Santo, ya nos olvidamos de todo. Porque eso sí, ya podemos ser cardos seteros 360 días al año, pero si hay que conmemorar, se conmemora, y nos hacemos los más devotos del mundo. Si tú lloras, yo más. Y luego empapo las lágrimas en un par de torrijas. 
Está claro, yo no enciendo velas, yo me enciendo. Y no lo puedo evitar. Me enciendo con todo lo que tenga que ver con una religión que en lugar de conmemorar la vida, conmemora la muerte; que en lugar de mirar  hacia adelante, se empeña en hacernos mirar atrás; que encuentra un extraño placer en el sacrificio y la penitencia; y que es tan incongruente que viste a sus santos de oro para que los adoren, pero condena la adoración de otros Dioses. En fin ahí queda otra de mis amargas diatribas contra la religión. Subjetiva, con razón, sin razón, eso queda al gusto de cada uno. Así veo las cosas, y así se las he contado. Que disfruten sus torrijas.