sábado, 30 de noviembre de 2013

Los viajes de Juliett, Milán y Roma, 9a parte

Salió dispuesta a vivir otro excelente día. Estaba disfrutando cada detalle que la ciudad le brindaba. Esas pequeñas sensaciones que reconfortan a una persona que se siente perdida y busca desesperadamente algo a lo que agarrarse para no caerse. Necesitaba recuperar la ilusión y estaba en el buen camino. Una escapada en solitario había sido la mejor idea que había tenido en mucho tiempo y estaba segura de que le ayudaría a recoger los pedacitos de su corazón y volver a pegarlos. Pero aún no tenía suficiente pegamento para hacerlo, pero todo llegaría. La verdad es que no había pensado siquiera cual sería su ruta, tenía la guía en el bolso pero no la había abierto. Tenía idea de los museos que podía visitar y algunos lugares que parecían interesantes, pero no les quitaría el encanto de ser descubiertos por mirar en su guía. Quería descubrirlos por sí misma. Comenzó bajando por la vía Mario Pagano hasta cruzarse con Corso que la conduciría a la Iglesia de Santa María delle gracie. Un templo de curiosa fachada, ya que parecía estar formado por dos edificios diferentes y de estilos dispares. A pesar del desgaste de los años habían ejercido sobre sus muros, aún conservaba la opulencia y majestuosidad de cualquier edificio religioso, que nunca son el reflejo de la sociedad en la que se construyen al gozar de una abundancia y riquezas que nada tienen que ver con las penurias del pueblo. A pesar de ello, las iglesias son siempre una apuesta segura en cualquier viaje. Monumentos de obligada visita para observar algunas de las obras de mayor reconocimiento artístico. Como “la Última cena”, albergada en Santa María delle Grazie. Su observación se limitaba a los precavidos turistas que reservaban con antelación y que estaban dispuestos a pagar por hacerlo. Juliett pensó que tras la decepción de “La Mona Lisa” en París, no pagaría de nuevo por ver un cuadro a tres metros de distancia rodeada de gente. Pero entrar merecía la pena ver el contraste arquitectónico de la cúpula de Bramante, la pomposidad y exagerada decoración de su nave principal, las capillas de Madonna y Santa Corona,… Juliett pasó con sigilo y cautela a la capilla. A pesar de su falta de creencias, siempre se mostraba muy respetuosa en las iglesias. Se sentó en uno de los bancos al fondo, como en las bodas de alguien a quien no conoces demasiado y donde no quieres destacar. Miró a las pocas personas que había en la iglesia. Algún turista despistado que no sabía por dónde seguir, otros, decepcionados por no poder ver “La Última cena”, y algunas personas que habían decidido empezar su día dedicando unos momentos a la oración. Una mujer se aferraba a lo que parecía un rosario entre sus manos. Sus cabellos estaban cubiertos por una mantilla de fino encaje y estaba arrodillada frente al altar. Parecía estar tan concentrada en sus plegarías que no advertía el ligero tumulto de los curiosos merodeando alrededor. Un hombre entró en el confesionario con aspecto afligido, cargando, posiblemente, el peso de algún pecado obre su conciencia. Una joven madre instaba a su hijo a la oración en un banco cercano. Una monja de solemne hábito, encendía velas en un lamparario. Parecía una Iglesia sencilla por fuera pero repleta de ornamentos en el interior. Juliett repaso durante unos segundos la decoración del lugar, parecía un inmenso árbol de navidad. Lleno de detalles dispuestos sin demasiado orden pero que conseguían formar un todo equilibrado. El hombre salió del confesionario a los pocos segundos, con una triunfante expresión. Había aliviado su conciencia y se disponía a continuar con su vida de pequeñas infracciones. Juliett sonrió ante las paradojas del lugar.

La fe de una mujer que reza y deposita su absoluta confianza en su reclamo en busca de ayuda y consuelo. La liberación moral de un hombre que no podía soportar el peso de sus actos. La madre obligando a un niño a rezar mientras este sólo imaginaba la forma de jugar con alguno de los elementos colocados en el altar. Sería fácil encontrar la fe y mantenerla, sería de ayuda para enfrentarse a los problemas de la cotidianidad, sería un impulso a seguir adelante y no perder la esperanza. Juliett había perdido su fe  no había vuelto a buscarla pero en cierto modo se sentía orgullosa de aquellos que sí la tenían y la practicaban con devoción. Por ahora seguiría su camino in pararse a penar en esa fe perdida. Había mucho más que ver. Tomó la conocida vía Corso Magenta, flanqueada por los “Pallazi”. Una zona popular de Milán, muy transitada y bulliciosa que también despertaba temprano. Las terrazas resguardaban a los turistas bajo sus lámparas térmicas y les acomodaban mientras degustaban sus cafés. La gente en Milán no bebía café, lo saboreaba. Llegó a Vía Carducci para seguir dirección al suroeste y visitar el Museo della scienzia e della tecnología” casa de más de 10000 objetos y curiosidades varias, que albergaba unos preciosos jardines en su interior. Parecía ser día de colegios en el museo, y se podían oír los gritos de profesoras y chiquillos desde el final de la calle, lo cual hizo a Juliett penar si debería entrar o correría el peligro de ser arrollada por algún grupo de escolares. Pero sabía que agradecería la visita a esos jardines y decidió entrar a verlos. Como suponía el exceso de niños en aquel lugar no hizo precisamente las delicias de Juliett, pero la belleza del edificio, el patio, el taller del relojero y algunas de sus curiosidades le hicieron disfrutar de la visita.  
No había reparado en que era la hora de comer y en apenas unas horas tenía que encontrarse con una amiga, o al menos eso esperaba ya que su último contacto había sido hacía algunos días y aún no habían hablado por teléfono. Por ello debía aprovechar esas horas al máximo. Decidió quedarse por la zona del suroeste y visitar algunas de sus basílicas y continuar hacia el centro después de comer. Buscaría un bonito lugar donde observar a la gente y tomar algunas notas para poder recordar los lugares que estaba viendo. Encontró uno de esos restaurantes familiares que tanto le gustaban y decidió que sus piernas no aguantaban más como para seguir caminando. Estaba en una pequeña plaza que parecía más el patio de luces de una gran casa que una plaza pública. A pesar de sr un lugar pequeño, estaba lleno de gente y su trasiego amenizaba la comida. Tomó un plato variado que el que escribiera el menú se tomó la licencia de llamar “lo mejor de Italia”. Plato diseñado para turistas. Mozzarella, pasta, salami, un poco de todo. Juliett pidió que le cambiaran el salami o le aconsejaran algo sin carne. No sabía si era por haberlo pedido en inglés o por su solicitud, pero se ganó una expresión de desaprobación del camarero. Estaba en el país del salami y el prosciutto, claro que fue por la petición de eliminar la carne del plato. Acompaño el plato con un buen vaso de vino tinto, no se podía comer en Milán sin tomar una copa de vino con la comida o un expreso para finalizar. El sol calentaba quizá con excesiva fuerza para aquella época, y brillaba tanto que era casi imposible pasear sin gafas de sol o cubrirse los ojos si las habías olvidado en casa. Disfrutó unos minutos de su café y de la seductora sensación del vino. El efecto de la gente caminando era casi hipnótico. Cuantas historias, cuantos amores y desamores, cuántas vidas estaban pasando ante sus ojos. Persona que avanzaban en su rutina ajenas a unos ojos curiosos que las observaban. La realidad se enfrentaba con la ficción somnolienta de la ociosidad.


Salió dispuesta a vivir otro excelente día. Estaba disfrutando cada detalle que la ciudad le brindaba. Esas pequeñas sensaciones que reconfortan a una persona que se siente perdida y busca desesperadamente algo a lo que agarrarse para no caerse. Necesitaba recuperar la ilusión y estaba en el buen camino. Una escapada en solitario había sido la mejor idea que había tenido en mucho tiempo y estaba segura de que le ayudaría a recoger los pedacitos de su corazón y volver a pegarlos. Pero aún no tenía suficiente pegamento para hacerlo, pero todo llegaría. La verdad es que no había penado siquiera cual sería su ruta, tenía la guía en el bolso pero no la había abierto. Tenía idea de los museos que podía visitar y algunos lugares que parecían interesante, pero no les quitaría el encanto de ser descubiertos por mirar en su guía. Quería descubrirlos por sí misma. Comenzó bajando por la vía Mario Pagano hasta cruzarse con Corso que la conduciría a la Iglesia de Santa María delle gracie. Un templo de curiosa fachada, ya que parecía estar formado por dos edificios diferentes y de estilos dispares. A pesar del desgaste de los años habían ejercido sobre sus muros, aún conservaba la opulencia y majestuosidad de cualquier edificio religioso, que nunca son el reflejo de la sociedad en la que se construyen al gozar de una abundancia y riquezas que nada tienen que ver con las penurias del pueblo. A pesar de ello, las iglesias son siempre una apuesta segura en cualquier viaje. Monumentos de obligada visita para observar algunas de las obras de mayor reconocimiento artístico. Como “la Última cena”, albergada en Santa María delle Grazie. Su observación se limitaba a los precavidos turistas que reservaban con antelación y que estaban dispuestos a pagar por hacerlo. Juliett pensó que tras la decepción de “La Mona Lisa” en París, no pagaría de nuevo por ver un cuadro a tres metros de distancia rodeada de gente. Pero entrar merecía la pena ver el contraste arquitectónico de la cúpula de Bramante, la pomposidad y exagerada decoración de su nave principal, las capillas de Madonna y Santa Corona,… Juliett pasó con sigilo y cautela a la capilla. A pesar de su falta de creencias, siempre se mostraba muy respetuosa en las iglesias. Se sentó en uno de los bancos al fondo, como en las bodas de alguien a quien no conoces demasiado y donde no quieres destacar. Miró a las pocas personas que había en la iglesia. Algún turista despistado que no sabía por dónde seguir, otros, decepcionados por no poder ver “La Última cena”, y algunas personas que habían decidido empezar su día dedicando unos momentos a la oración. Una mujer se aferraba a lo que parecía un rosario entre sus manos. Sus cabellos estaban cubiertos por una mantilla de fino encaje y estaba arrodillada frente al altar. Parecía estar tan concentrada en sus plegarías que no advertía el ligero tumulto de los curiosos merodeando alrededor. Un hombre entró en el confesionario con aspecto afligido, cargando, posiblemente, el peso de algún pecado obre su conciencia. Una joven madre instaba a su hijo a la oración en un banco cercano. Una monja de solemne hábito, encendía velas en un lamparario. Parecía una Iglesia sencilla por fuera pero repleta de ornamentos en el interior. Juliett repaso durante unos segundos la decoración del lugar, parecía un inmenso árbol de navidad. Lleno de detalles dispuestos sin demasiado orden pero que conseguían formar un todo equilibrado. El hombre salió del confesionario a los pocos segundos, con una triunfante expresión. Había aliviado su conciencia y se disponía a continuar con su vida de pequeñas infracciones. Juliett sonrió ante las paradojas del lugar.

La fe de una mujer que reza y deposita su absoluta confianza en su reclamo en busca de ayuda y consuelo. La liberación moral de un hombre que no podía soportar el peso de sus actos. La madre obligando a un niño a rezar mientras este sólo imaginaba la forma de jugar con alguno de los elementos colocados en el altar. Sería fácil encontrar la fe y mantenerla, sería de ayuda para enfrentarse a los problemas de la cotidianidad, sería un impulso a seguir adelante y no perder la esperanza. Juliett había perdido su fe  no había vuelto a buscarla pero en cierto modo se sentía orgullosa de aquellos que sí la tenían y la practicaban con devoción. Por ahora seguiría su camino in pararse a penar en esa fe perdida. Había mucho más que ver. Tomó la conocida vía Corso Magenta, flanqueada por los “Pallazi”. Una zona popular de Milán, muy transitada y bulliciosa que también despertaba temprano. Las terrazas resguardaban a los turistas bajo sus lámparas térmicas y les acomodaban mientras degustaban sus cafés. La gente en Milán no bebía café, lo saboreaba. Llegó a Vía Carducci para seguir dirección al suroeste y visitar el Museo della scienzia e della tecnología” casa de más de 10000 objetos y curiosidades varias, que albergaba unos preciosos jardines en su interior. Parecía ser día de colegios en el museo, y se podían oír los gritos de profesoras y chiquillos desde el final de la calle, lo cual hizo a Juliett penar si debería entrar o correría el peligro de ser arrollada por algún grupo de escolares. Pero sabía que agradecería la visita a esos jardines y decidió entrar a verlos. Como suponía el exceso de niños en aquel lugar no hizo precisamente las delicias de Juliett, pero la belleza del edificio, el patio, el taller del relojero y algunas de sus curiosidades le hicieron disfrutar de la visita.  
No había reparado en que era la hora de comer y en apenas unas horas tenía que encontrarse con una amiga, o al menos eso esperaba ya que su último contacto había sido hacía algunos días y aún no habían hablado por teléfono. Por ello debía aprovechar esas horas al máximo. Decidió quedarse por la zona del suroeste y visitar algunas de sus basílicas y continuar hacia el centro después de comer. Buscaría un bonito lugar donde observar a la gente y tomar algunas notas para poder recordar los lugares que estaba viendo. Encontró uno de esos restaurantes familiares que tanto le gustaban y decidió que sus piernas no aguantaban más como para seguir caminando. Estaba en una pequeña plaza que parecía más el patio de luces de una gran casa que una plaza pública. A pesar de sr un lugar pequeño, estaba lleno de gente y su trasiego amenizaba la comida. Tomó un plato variado que el que escribiera el menú se tomó la licencia de llamar “lo mejor de Italia”. Plato diseñado para turistas. Mozzarella, pasta, salami, un poco de todo. Juliett pidió que le cambiaran el salami o le aconsejaran algo sin carne. No sabía si era por haberlo pedido en inglés o por su solicitud, pero se ganó una expresión de desaprobación del camarero. Estaba en el país del salami y el prosciutto, claro que fue por la petición de eliminar la carne del plato. Acompaño el plato con un buen vaso de vino tinto, no se podía comer en Milán sin tomar una copa de vino con la comida o un expreso para finalizar. El sol calentaba quizá con excesiva fuerza para aquella época, y brillaba tanto que era casi imposible pasear sin gafas de sol o cubrirse los ojos si las habías olvidado en casa. Disfrutó unos minutos de su café y de la seductora sensación del vino. El efecto de la gente caminando era casi hipnótico. Cuantas historias, cuantos amores y desamores, cuántas vidas estaban pasando ante sus ojos. Persona que avanzaban en su rutina ajenas a unos ojos curiosos que las observaban. La realidad se enfrentaba con la ficción somnolienta de la ociosidad.

Algunos caminaban deprisa, quizá para ir a trabajar. Otros, paseaban tranquilos curioseando por las tiendas de souvenirs en busca de algún recuerdo que llevar a sus familiares. Niños con carteras de colegio, madre con carritos de bebé, jóvenes pegados al móvil. Una vida normal que parecía más hermosa que la que Juliett había dejado atrás. Ante el peligro de quedarse dormida y gozar de la típica siesta española en medio de aquella plaza, decidió saldar su cuenta y continuar. Tenía a alguien a quien ver, y quizá alguien nuevo por conocer. Sin perder más tiempo recogió sus cosas, guardo su cuaderno de notas y se mezclo entre la gente, dejando atrás la plaza que desapareció entre la gente como un sueño que se escapaba. Las calles enredadas y la gente desperdigada en ellas ocultaban las calles y las plazas a su paso, de modo que no descubrieses el lugar en el que estás hasta que te había atrapado. Era como descubrir un tesoro a cada vuelta de esquina. Y tenía muchas ganas de descubrir lo que le esperaba a la vuelta de esas esquinas. 








jueves, 28 de noviembre de 2013

El tiempo no lo cura todo

Vivía inmersa en el recuerdo
Y se olvido de vivir
Tras meses de aguardo
Perdió la noción del devenir

Tras muchas noches en vela
Acabó por no dormir
Tras el ayuno de aquellos días
Se olvidó hasta de ingerir

Tras perderle de repente
Se olvidó incluso de querer
Tras muchas mañanas frías
Dejó un día de sentir

Fue su gran amor
Fue su gran dolor
Fue su gran esperanza
Y del Karma una venganza

No tuvo fuerzas para luchar
Sólo se dejó arrastrar
No pudo seguir llorando
Y la vida acabó sollozando

 No quiso intentarlo más
Deseó no haberle conocido jamás
Y en arrepentimiento vivió
Hasta que puso fin a su corazón,

Pues si no podía tenerle

Se dejaría morir para no perderle. 

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los viajes de Juliett, Milán y Roma, 8a parte


La casa de huéspedes dormía plácidamente dejando que la tibia luz del amanecer fuera iluminando las esquinas. Había silencio, calma, tranquilidad. Quizá lo contrario que se esperaría de un hostal de gente joven, pero eso era lo que a Juliett le gustaba. Despertó aquella mañana tan descansada como lo había estado en mucho tiempo. Estaba sola en aquella habitación que parecía más grande que el día anterior. Ya que era para tres personas, había espacio extra para la ropa, las maletas,…la soledad. Se acurrucó entre las mantas apretándolas contra su cuerpo en busca de calor, un calor que echaba mucho de menos. Durante algunos minutos se quedó tumbada con los ojos abiertos. Por un momento sintió el ligero golpe en el estómago al pensar que estaba allí sola. Aquellos días tenía que esforzarse por pensar en ello, pero algunas veces no podía evitar sentir una mezcla de tristeza y nostalgia. No era el hecho de estar sola, sino de estar sin la persona que quería. Pues aunque lo intentase sabía que no podía obviar el hecho de que aquel viaje no llenaría el espacio que se le había quedado en el corazón, pero al menos lo intentaría. Y con ese último pensamiento salió de la cama para decirle buenos días a Milán, al mundo y a su nueva vida.

Hay pocas cosas tan reconfortantes como levantarse de la cama descansada, estirar el cuerpo y asomarse a la ventana para descubrir una maravillosa vista. Corrió las contra ventanas de madera, que preservaban la oscuridad con aviejada apariencia, y abrió la ventana. De dos hojas, nada de correderas ni de ese “intento de ventana” que sólo abre una rendija. La ventana se abría de par en par y dejaba entrar una brisa fresca llena de esencias. Olía a pan recién hecho, olía a café cargado. Sabía a tradición de pueblo, a guiso de la abuela, a flores del jardín. Era una brisa natural y suave, fría por la época del año, que perfumaba la ciudad cubriéndola de sabores y fragantes recuerdos. El sol se abría paso entre aquella neblina que la fría noche había dejado. Sol, un clima fresco y una inmejorable vista de la ciudad. No podía esperar ni un minuto más para empezar el día.




Otro momento importante en todo viaje mochilero es el momento de tomar una ducha.  Nunca sabes lo que te vas a encontrar cuando te adentras en un baño que no es el de casa. Por ello al entrar en un hotel, en un apartamento o incluso en la casa de un amigo, entramos con cautela en el cuarto de baño, estirando el cuello como si nos diera miedo meter todo el cuerpo al mismo tiempo.  Lo cierto es que la casa le había sorprendido por su limpieza el día anterior, pero quizá sólo fue la euforia de estar allí, y el hecho de que no estuvo más de 5 minutos antes de salir a recorrer la ciudad, lo que hizo que viera la ciudad con unos ojos diferentes. Pero aquel alojamiento le sorprendió de nuevo. El baño era sencillo pero muy confortable, todo en blanco y con mampara en la ducha. Eso era lo mejor de todo, no tener que enfrentarse a una mugrienta y pegajosa cortina de ducha.
Después de haber pasado por recepción el día anterior, no había visto a nadie. Le llegaba algún rumor con aspiraciones a ronquido de alguna de las habitaciones pero tan imperceptible que no podría distinguir de cuál. Después de la ducha y de ponerse su disfraz de mochilera, que a veces le hacía sentirse como si acabara de salir del musical “Hair”,  fue a desayunar al pequeño salón. Era una sala fría por el suelo de baldosas y la brisa que se colaba por las puertas de los balcones. Esa misma brisa que arrastraba los aromas de la mañana a través de la ventana de su habitación. Había cinco mesas redondas cubiertas con manteles de flores y sillas de madera a su alrededor. Las mesas eran pequeñas, y seguramente habrían albergado más de un brasero bajo sus faldones en el pasado. Junto a la pared había una máquina de café y una pesada con todo lo necesario para un buen desayuno. El café era aceptable, notablemente mejor que cualquier otra máquina que hubiera probado en España. Y Juliett era casi adicta al café y sabía distinguir el bueno del malo a pesar de que por su economía se decantara por las opciones más asequibles. El aroma del café impregno la estancia de un sabor casero reconfortante. Sobre la mesa había pequeñas cestas de mimbre con galletas, bizcochos, tostadas, mantequilla y mermelada. Todo estaba dispuesto en sobres individuales, seguramente para preservarlo de las toscas manos de algunos avariciosos viajeros. Cada pequeña cesta tenía una servilleta bordada dentro sobre la que reposaban los dulces. Todo preparado incluso para tomar un desayuno a media mañana ya que todo estaba bien empaquetado. Juliett cogió un par de galletas para media mañana, pero según se las metía en el bolsillo con la mayor inocencia se sintió algo mal por hacerlo. Pensó si no sería algo innato en los seres humanos, o al menos en los de carácter latino lo de coger algo simplemente por el hecho de ser gratis. Dejo las galletas y pensó que seguro que encontraría un buen supermercado donde calmar el hambre a media mañana por poco dinero. Tomo su desayuno, sin escatimar en café. Había encontrado un buen libro en el que perder la mirada mientras comía. Estaba en italiano pero era casi todo de fotos de Italia, una joya para la vista. Una recopilación de imágenes en blanco y negro de estilo antiguo con un toque y enfoque muy personales. Un pequeño detalle que inevitablemente podría poner una sonrisa a cualquier día. Una mesa junto a la ventana y una pila de libros alborotado que alguien había dejado durante su estancia allí. Y un cartel que venía a decir que tomases un libro prestado o dejases alguno en su lugar”. Un intercambio de libro, de palabra y fotografías entre desconocidos que sólo compartían la pasión por la lectura y por viajar.

Juliett imaginó donde habrían estado aquellos libros, quizá habían viajado más que ella misma. Puede que hubieran visitado ciudades de todo el mundo, reposado en innumerables cafeterías, aviejado estanterías o dormido en un sinfín de almohadas. La vida secreta de los libros, pensó. Pequeños objetos de infinitas posibilidades que abren la puerta a un mundo sin fin.  No sólo por las historias que sus páginas albergan, sino por los viajes realizados, por las vivencias, las manos, las maletas cruzadas en su camino hasta el siguiente lector. Le pareció una idea maravillosa para conectar al mundo, a través de los libros. Mientras se sumía en sus pensamientos, se fue enfriando el café  el sol infirió con más fuerza en la sala del desayuno. El día le avisaba de que estaba listo para mostrarle Milán de nuevo, desde u clara perspectiva matutina. Juliett recogió la mesa, en deferencia al excelente trato ausente que recibía en aquel lugar y se preparó para pasar otro maravilloso día. No reparó si quiera en que tenía dos ordenadores al lado de la mesa del desayuno. No quería enfrentarse a su email, ni a ninguna forma de contacto internauta que le mostrase la amarga cara de un buzón vació. No tenía fuerzas para enfrentarse a la decepción de no haber recibido el mensaje que esperaba, a no tener ningún comentario de la persona que se colaba sin permiso en sus pensamientos.
No. No iba a desaprovechar su estancia en Milán, no era justo. Aunque la justicia en toda aquella situación de la que quería escapar era un término muy relativo. Nada era justo ya. Nada tenía sentido, nada parecía seguir un orden. Quizá todo volviera a su curso algún día, quizá la pena y la nostalgia desaparecieran en poco tiempo. Quizá algún día conseguiría ver la luz que se escondía tras las sombras de la noche. Pero ahora no podía evitar sentir el peso de la nostalgia, de las preguntas sin respuesta, de la esperanza que se apagaba con el paso de los días. Era un sentimiento latente bajo su piel, que en las noches oscuras parecía quemarle la piel y morderle el corazón. Por ello, cada día, tenía que mirarse al espejo y obligarse a sonreír,  a recordarse a sí misma que era afortunada por muchas razones y que sólo por una persona, no se puede hipotecar la vida para siempre. Se lo debía a su familia, a sus amigos que la apoyaban desde diferentes partes de mundo, a la vía que, a pesar de sus vicisitudes, le había regalado cosas. A veces se sentía como si estuviera en un programa de desintoxicación en el que tienes que esforzarte cada día para no tener recaídas. Ella había tenido una adicción, con nombre, con alma y corazón. Y ahora sólo quería desengancharse.

Tomó su guía de Milán, que nunca llegaba a usar y salió de aquella casa de huéspedes. Se detuvo frente al portón de madera de la calle y aspiro una vez más la fragancia de la ciudad. No había nada que temer, pues después de todo, de una forma u otra, el sol siempre acaba saliendo. Milán la esperaba y pensaba disfrutarlo al máximo

jueves, 21 de noviembre de 2013

Decora la casa reciclando

Se dice que cada persona produce más de 1 kilo de basura diaria. Parece un número demasiado alto pero si pensamos en las botellas, los envases, las latas, la fruta que está a punto de pasarse de fecha... Esa cantidad no parece tan grande. Cada día tiramos montones de desechos orgánicos, plásticos, vidrios,... Muchos objetos que tienen una vida tan corta como el producto que contienen. ¿Porqué no darle una nueva vida a todo lo que ya no utilizamos o vamos a tirar? Hoy toca reciclaje.


Todos los tarros de mermelada, de aceitunas, de salsas, tienen formas más originales que los que se encuentran en las tiendas y pueden ser de gran utilidad. Lo único que hay que hacer es decorarlos. Lo primero es eliminar la etiqueta con agua caliente y cocer los tarros en agua hirviendo para limpiarlos bien. Después elegir el etilo. Podemos forrarlos con algunas tiras de papel de colores, añadirles el nombre de lo que se vaya a poner dentro o pintarlos con un poco de pintura acrílica. O la  idea más sencilla; imprimir algunas fotos de internet con el dibujo del producto que se ponga en el tarro, recortarlo y meterlo dentro. Por último se pueden recortar pequeños redondeles de tela, cualquier retal que haya en casa puede valer y pegarlo a la tapa. Quedarán unos tarros originales y muy decorativos. Lo mismo se pueden hacer con las vinagreras, para que luzcan diferente.


 El "patchwrok" está de moda, es decir coser retales para crear otras prendas, generalmente mantas o piezas grandes pero también como adorno de otras prendas. De la ropa que tenemos en casa se pueden aprovechar pequeños retales para adornar una chaqueta, el bajo de uno pantalones o incluso para cubrir algún pequeño desperfecto de otra prenda. Pero sin duda la creación estrella son las conchas de retales. Si se quiere invertir un poquito más de dinero, se pueden imprimir algunas fotos en trozos de tela, para darle un tono mucho más personal. Si no, simplemente aprovechando los trapos o prendas viejas de casa conseguiremos crear el perfecto complemento que lucir en el sofá, sobre la cama o el sillón.


Al envolver regalos de Navidad o de cumpleaños siempre quedan trozos de papel que acaban en la basura. Podemos utilizar estos trocitos de papel para forrar los cajones, o alguna cajita o frasco. Así servirá de protección para lo que haya dentro y le dará un nuevo toque de color.



Las botellas de vino tienen múltiples usos decorativos. Podemos rellenarlas de canicas de colores, de velas, de palitos de incienso o rellenarlas de agua y un poco de colorante o aceite de colores para crear diferentes capas de color. O bien rellenarlas de arena y i se es mañoso crear mosaicos de colores que serán perfectos para las estanterías del baño.


Aprovecha los libros usados o viejos como elemento decorativo forrándolos con papel de colores que combine con el resto de la decoración, cubriremos los desperfectos de las cubiertas y llenaremos rincones con un toque original y muy fácil de limpiar el polvo que siempre se acumula.


Y por último antes de tirar fruta o verduras que se vayan a pasar, podemos secarlas al sol en verano o darles una capa de barniz y crear un centro de mesa natura. Así como frutas, se pueden usar flores que quedarán preciosas cuando estén secas y reposen sobre una cesta de mimbre o en un marco en el salón. 


También podemos crear ambientadores naturales haciendo un popurrí con las pieles de los cítricos. Combinando la piel de limones, naranjas, pomelos y mandarinas secas conseguiremos un fresco aroma que permanecerá en el ambiente mucho tiempo. Además de puede añadir un poco de clavo o canela al conjunto para tiznarlo de un aroma más acogedor. 

Y estas son algunas de las miles de ideas para aprovechar todo lo que hay en casa y que no utilizamos. Está claro que requiere un poquito de tiempo, pero tampoco demasiado esfuerzo. Simplemente mientras vemos la tele o escuchamos música o tomamos un descanso de nuestro trabajo o labores, será todo el tiempo que necesitemos. Pero lo más importante es ser creativo y hacer las cosas con cariño. Normalmente el presupuesto no da para más que para los muebles de Ikea, por lo que al menos podremos personalizarnos y darles nuestro toque especial y gastando muy poco dinero además de dar una nueva vida a los objetos que a no utilizamos. 

Solemos acumular tantas cosas que los armarios están llenos y por otra parte nos seguimos gastando dinero en renovar el aspecto de nuestra ropa o nuestra casa. Pues aplicando la imaginación a unas sencillas manualidades llenaremos la casa de cosas simplemente bonitas y artesanales que ahorrarán espacio y dinero y sobre todo que reflejarán nuestra personalidad y convertirán cada espacio en un auténtico hogar.



martes, 19 de noviembre de 2013

10 consejos para una vida saludable en armonía

El estrés y las obligaciones propias de la vida moderna no nos dejan disfurtar de nosotros mismos. Parece que tenemos que estrujarnos las neuronas para encontrar un hueco en la agenda y poder hacer alguna actividad beneficiosa para nuestor cuerpo o nuestra mente. Pero es necesario que no nos dejemos arrastrar por la rutina y las dificultades y saquemos tiempo sólo para nuestro cuidado personal.
Simplemente cambiando algunos hábitos y dedicando un rato todos los días a recuperar el equilibrio conseguiremos llevar una vida mucho más saludable. No se trata de prescindir de los placeres de la vida, ni de dejar de hacer aquello que nos gusta, sólo de modificar pequeñas costrumbres para que el día a día se cargue de positivismo.

Una sesión de yoga al menos tres veces por semana, en casa con música relajante con poca luz y respirando profundamente







                                                                                                         Utiliza la cromoterapia y la aromaterapia, que la casa huela a fresco, que se llene de tus olores favoritos, incienso velas, popurri de flores...



Decora tu dormitorio con cosas bonitas, fotos antiguas, flores, figuras de cristal, cuadros, mandalas, lo que más te guste para que cada mañana al abrir los ojos veas algo hermoso

Incluye remedios  anturales en tu vida, los herbolarios y tiendas ecológicas ofrecen un amplio catálogo de productos saludables para llevar una vida sana





Recopila tus remedios y recetas naturales en un hermoso libro. Exhibelos en una estantería, decora sus páginas y eañade nuevas recetas









Pasea por la ciudad, hay miles de recónditos lugares que descubrir, camina por un parque, camina por las calles, sientate en un banco a leer....







Una alimentación sana es la clave para sentirse bien por dentro y por fuera, incluye algún producto ecológico, mucha fruta y verdura.











Nunca djes de aprender y explorar. Quizá una nueva cultura, un taller o un surso pueden renovar el interés por la adquisición de conceptos y eriquecen a las personas





Conoce el mundo, viaja, explora y pierdete en los lugares más hermosos que encuentres.



Haz una buena acción, mejorarás tu Karma y te sentirás bien. Mucha gente necesita ayuda. ¿Porqué no hacerse voluntario y ayudar a los que más lo necesitan? Un pequeño gesto puede ser de gran ayuda


Mantén la armonía y vive en equilibrio con el mundo. Haz el bien, y la vida te lo devolverá



Los viajes de Juliett, Milán y Roma, 7a parte


Llegaron al Obika, al parecer un conocido Mozzarela bar de Milán que mezclaba la tradición de tomar el aperitivo con la cocina de diseño. Juliett se preparo para gastar 20 euros en una copa y ver comida diminuta. Sorprendentemente sólo tuvo que gastar 10 euros, el precio de todas las consumiciones las cuales venían acompañadas de una serie de aperitivos, no de los que se pueden escoger en la barra libre sino en pequeños platillos blancos de diferentes formas, que puestos juntos formaban una especie de mosaico. Juliett pensó que si había una ciudad que definiera la elegancia, sin duda, esa sería Milán. Hasta los pequeños detalle estaban cargados de estilo, originalidad y sofisticación.  Estaban sentados en la terraza, las meas eran de madera color caoba y las sillas tenían respaldo, esos eran los pequeños detalles que a veces marcaban la diferencia. Juliett comparó aquella terraza con alguno de los bares de Madrid, de illas metálicas y mesas con restos de comido. Esos sitio en los que los palillos y las servilletas se amontonan junto a la barra, y el camarero carga un paño de cocina sobre el hombro. La distinción de los bares y cafeterías en Milán hacía que cada paso fuese casi usa experiencia, una oda a la elegancia.
Bebieron un par de vinos y dejaron que la conversación fluyera entre la sinuosa sombra de un candelabro. La noche era fresca pero gracias a las lámparas de calor que la ley anti tabaco habían traído a todos los restaurante, se podía estar en la terraza. El interior dejaba entrever algunas mesas en las que los siempre elegantes milaneses disfrutaban de su vino y los aperitivos de diseño, parecía un desfile continuo de moda. Nada parecía ser mundano, común, nada era mediocre… Todo tenía el calor de los detalles, la dulzura de los colores que se reflejaban en las botellas de licor y las pinceladas de aroma con sabor a Italia. Juliett siempre había tenido debilidad por los pequeños detalles que casi no se podían describir con palabras. Esas pequeñas cosas cotidianas que son capaces de despertar tus sentidos con un ligero aroma, con un pestañeo nocturno o con una mirada al interior de un bar.
No dejaron de hablar, pero la noche avanzaba, era una de las noches más especiales que Juliett había tenido en mucho tiempo. Se sentía libre, no pensaba en nada ni en nadie. Estaba haciendo algo tan sencillo como disfrutar de cada segundo, de cada sorbo de vino de cada risa y cada mirada furtiva. Un pequeño ritual inocente que llegó a penar que su descosido corazón jamás volvería a vivir. Es el drama que acompaña a una ruptura, que siempre exagera y dramatiza más de lo necesario. Y aunque Juliett no lo mencionase, aunque hiciera como si el tiempo real se hubiera detenido y los problemas jamás hubieran existido, el hecho es que estaba en medio de una ruptura y no estaba siendo fácil. De hecho estaba resultando tan difícil que tuvo que escapar a otro país para no pensar a cada instante en lo que había perdido.
Y en aquel momento sintió la liberación que experimenta alguien feliz. Sin preocupaciones, sin preguntas en la cabeza esperando respuesta. Sólo una copa de vino y una alentadora sonrisa al otro lado de la mesa.
Pero sabía que nada pasaría aquella noche, por muy atractivo y elegante que fuera su acompañante, Juliett no estaba preparada para afrontar ni un coqueteo. Quizá al pensar así le estaba quitando toda la presión a aquel encuentro y eso le permitía disfrutar de la velada.

Charlaron sobre muchas cosas, y sobre otra copa de vino el cual parecía más sabroso y embriagador que nunca. Ya no hacía frío. Juliett comentó las experiencias del día, lo cual le hizo pensar en lo cansada que estaba, y sintió un gran deseo de meterse en la cama dormir. El le aconsejaba con maestría sobre algunos de los lugares más bonitos de la ciudad, dónde comprar buenas prendas, o buen vino, o pasta italiana sin pagar el precio de turista. Lo que él no sabía era que Juliett era una “perroflauta” que jamás visitaría los sitios que el comentaba, por temas pecuniarios básicamente. Pero no importaba, era agradable escucharle describir aquellos lugares inaccesibles para el bolsillo y que sólo permitían el paso a la imaginación.
Tras terminar aquella copa de vino el cansancio se apoderó severamente de Juliett de tal forma que hasta los pendientes le pesaban.
-      Parece algo cansada, quizá deberíamos irnos. Mi vuelo es temprano y aún no he preparado la maleta. – Juliett pensó en que parecía el típico chico “bien” que tenía hasta mayordomo para hacerle la maleta.  
-     La verdad es que ha sido un día duro y mañana quiero levantarme temprano. Estoy deseando meterme en la cama y dormir.
-     Entonces vámonos, te acompaño.- pues no espere demasiado de mí, pensó Juliett al tiempo que sacaba el monedero, no quería dar a entender que la invitación a cenar daría pie a algo más.
-     No, no por favor. Yo te invité a cenar y yo pagaré de acuerdo- dijo elegantemente sujetando la mano de Juliett para impedirle sacar el dinero.
Bueno muchas gracias, si algún día nos encontramos de nuevo te devolveré la invitación. – y que lea entre líneas.
-       No hay problema, el viaje es largo y el tiempo eterno….
Juliett quedó impresionada por aquella frase y se quedó sonriente y pensativa mientras él saldaba la cuenta.
Caminaron a través de las calles de Milán que se mostraban vacías y oscuras pero albergando una calma y un sentimiento de seguridad que permitía a muchos visitantes y locales caminar tranquilamente en la oscuridad de la noche.
Volvieron a la Vía Dante para caminar hacia la estación de metro donde él seguiría su camino y Juliett continuaría hacia el hostal.
El camino se perdía entre el tintineo de las farolas y el suave murmullo de la cotidianeidad encerrada en las viviendas cercanas.
Llegaron al metro y sin decir palabra se dieron u abrazo. No había nada sexy en aquel gesto, ninguna insinuación ni movimiento con intención, un abrazo fraternal de dos personas que el azar juntó con la simplicidad de la casualidad y la noche y un avión separaría. Sólo había sido una compañía casual y no debía forzarse a ser nada más. Comentaron lo bien que lo habían pasado y lo mucho que se habían reíd. Y sobre todo el buen recuerdo de una agradable velada que siempre tendrían. No había nada más que decir sólo “Ciao”.

Él se perdió tras las escaleras del metro y Juliett emprendió el camino hacia el hostal. Un último rato de soledad para forzarse a sí misma a apreciar las pequeñas alegrías de aquel día, de las experiencias que había tenido.
Una canción sonaba de fondo, unos pasos ahogados en las sombras de la calle y un cansancio galopante que le haría dormir como hacía mucho que no había podido hacerlo.
La vida le estaba regalando pequeños granitos de arena y sabía que con ello conseguiría hacer una perla perfecta que le devolviese la alegría perdida.
Llegó al hostal que dormía plácidamente entre maletas del mundo y sueños sin fronteras. El día había acabado pero el gran viaje acababa de empezar. Pero ahora o iba pensar en ello, ahora sólo quería dormir. Se dio las buenas noches, pues ante todo hay que ser educado con uno mismo y enterró bajo la almohada el deseo de sentir de nuevo ese abrazo perdido del que intentaba despojarse de una vez. El peso de sus parpados la sumió en un profundo sueño que no acabaría cuando abriese los ojos, sólo continuaría bajo la luz del sol de Milán.






http://obika.com/portal/IT/it/home/

lunes, 18 de noviembre de 2013

Una dolencia, una terapia natural



Según estudios recientes, se estima que un 30 por ciento de la población mundial sufre de algún tipo de alergia. Cada vez son más comunes los casos de alergias crónicas que hacen a los pacientes consumir fármacos de forma continua para combatirlos. En general la población se está haciendo más susceptible a desarrollar intolerancias y alergias a la comida, al polen, a los animales, etc. Curiosamente cuanto más aumenta la esperanza de vida y mejor calidad de vida se tiene, más comunes son  los casos de alergias. Será quizá que nos hacemos más débiles por cuidarnos demasiado Es el caso de los animales que han sido domesticados, que no serían capaces de sobrevivir en libertad a pesar de que sus parientes cernos sí puedan hacerlo. El ambiente y la forma de vida pueden influir notablemente en el desarrollo de una condición alérgica. Por ejemplo se considera como un factor determinante el estrés. Que en este siglo parece ser la causa de todos nuestros males. Además de la excesiva exposición a fármacos, la contaminación, el ritmos de vida y otros muchos factores que hacen que cada vez seamos más débiles. Debido a las, frecuentemente poco saludables, formas de vida, mucha gente está recurriendo a alternativas naturales para tratar sus problemas de salud. 
Soy absolutamente partidaria y defensora de las terapia naturales, que han gozado de mala fama e incluso poca efectividad durante mucho tiempo pero que se están convirtiendo en una forma de vida para mucha gente  gracias a sus innumerables beneficios. Sólo es necesario informarse para poder encontrar el producto que buscamos y empezar a llevar una vida más natural y saludable. Hagamos un repaso de algunos productos y sus indicaciones:
Para cuidar los huesos: Cartílago de tiburón
Para la depresión: Flores de Bach
Para la energía: pastillas de vitamina E, vitamina C o Zinc
Para la vitalidad y la sexualidad: Gingsen o espirulina
para el dolor de cabeza: Herbasprina o Magnesio
para el pelo y las uñas. Coencima Q o germen de trigo
para el pelo: levadura de cerveza
Para la sangre y la anemia: lecitina de soja
Para el control de peso: el fucus, carbono, algas
Para la digestión: aloe vera 

Un producto para cada problema, hechos de forma natural sin ingredientes químicos. Son mucho menos agresivos para el cuerpo humano y más saludables. El experto en la farmacia o en el herbolario aconsejará qué producto es el más indicado y cómo ha de tomarse. 

Además de las pastillas y complementos, los herbolarios y parafarmacias ofrecen una amplia gama de alimentos como dulces, zumos, pastas y frutos secos para completar nuestra alimentación sin carecer de ninguna vitamina o mineral. Zumos, lácteos de soja, derivados del tofu son algunas de la demás opciones para una vida saludable y rica. 

Pero la vida sana no sólo se basa en una buena alimentación, también en el cuidado exterior del cuerpo tanto para sentirse bien por dentro como por fuera. Es por ello que cada vez surgen más centros de terapias naturales donde curarse los problemas musculares, dolencias, nervios o ansiedad, entre otros, A través de masajes, meditación, terapias de relajación,  aromaterapia, cromoterapia y una larga lista de tratamientos diseñados para solucionar las dolencias y molestias propias de la vida moderna. 
Sin duda es una forma mucho más sana de entender la vida. 
Una buena alimentación con productos naturales, algún complemento alimenticio o vitamínico y una buena atención al cuidado del cuerpo con acciones imprescindibles para llevar una vida sana y feliz. 
Os dejo unos cuantos enlaces donde maravillaros con las propiedades de todos estos productos y terapias.
http://www.herbolarionavarro.es/
http://www.terapiasnaturalessamsara.com
http://www.agamede.es/index.php?option=com_content&view=article&id=3&Itemid=3&lang=es

viernes, 15 de noviembre de 2013

Los viajes de Juliett en poesía

l

En la búsqueda de la felicidad
Y el encuentro de la estabilidad,
 Hay muchos lugares especiales
Que a fuego en la memoria se han de grabar

Quizá es una ciudad,
Quizá una simple puesta de sol
Son los pequeños detalles
Que hacen al día avanzar

Quitan temor a la noche
Y hacen al sol brillar
Traen confort y no reproches
Y calma al despertar

Es el olor del café
O de la lluvia el frescor
Es una taza de té
O del sol su calor
Es de la noche una estrella
O del alba su color
Es una simple postal
O son memorias del corazón

Son lugares especiales
Que en el recuerdo morarán
Son los pequeños detalles

Que hacen la vida tan especial









jueves, 14 de noviembre de 2013

Eco cesta productos ecologicos, sano y con todo el sabor

Parece que comer sano es un bien de lujo. Eso es lo que pienso cada vez que voy al supermercado, me encuentro de frente con la diminuta sección de productos ecológicos, si la hay, y empiezo a mirar los exageradísimos precios de los minúsculos paquetes expuestos. Cualquier cosa que intentas comprar cuesta por lo menos 3 veces más que su equivalente digamos "normal". Unos simples cereales o un poco de leche de soja se podría considerar un producto de lujo. Afortunadamente algunas marcas hacen un esfuerzo por poner a la venta productos saludables y a precios asequibles. La marca "Ecocesta", en un intento por abaratar el Precio de Venta al Público ha renovado su empaquetado para evitar costes añadidos así como seguir protegiendo el medio ambiente evitando el embalaje innecesario. Una pequeña diferencia en su producción que puede ser muy grande en el bolsillo y tener un impacto importante en la naturaleza, que ya está bastante afectada. La marca tiene una amplia variedad de productos para complementar una dieta saludable, favorecer la actividad intestinal y neuronal y establecer unos hábitos alimenticios apropiados. 
Entre sus productos encontramos diferentes variedades de cereales para empezar el día con mucha energía
Leche de soja e infusiones, semillas, galletas de arroz o fibra, etc. Todo ello elaborado de forma natural y manteniendo el sabor y las propiedades naturales de los productos. Una perfecta ayuda para mantenerse sano  llevar una dieta equilibrada. 
Especialmente recomendado el salvado de trigo con yogur y fruta para desayunar. Delicioso. 
Así que esta es la recomendación del día. Animaos a poner una semilla en vuestras vidas, el cuerpo lo agradecerá- 


https://www.facebook.com/aprendeacomerbio

Qué es arte

El arte es la palabra que define cualquier expresión creativa del ser humano ya sea a través de alguna de sus disciplinas para mostrar una visión más sensible del mundo. Generalmente el arte está cargado de subjetivismo y goza de múltiples interpretaciones, debido a la propia subjetividad del que lo contempla. Con la entrada y evolución del arte contemporáneo hemos sido testigos de expresiones artísticas tan....singulares que a veces uno se pregunta qué es arte. 
Creo que ante todo el arte debe hacer sentir. No se puede definir en términos absolutos y es casi imposible entender porqué algunas obras se convierten en piezas únicas y otras no. como todo en la vida influye el trabajo, el esfuerzo, la dedicación.... Pero también la suerte, el morbo y la publicidad. 
Si no fuese por el morbo, combinado con la existencia de personas con mucho dinero y pocas cosas que hacer, No se venderían objetos a los que injustamente llaman arte por sumas altísimas. 
Pongamos por ejemplo al artista Piero Manzoni. La primera vez que oí algo sobre este artista fue al leer un artículo sobre las compras más absurdas de la historia moderna. Superada sólo, quizá, por el sujetador roto de Marilyn Monroe, o el pañuelo sudado del cantante de Nirvana. Este artista decidió en los sesenta, poner sus propios excrementos en 90 latas cilíndricas y llamó a la "obra" "the Artist´s shit". Nunca mejor dicho. Bien, pues en 2007 una de estas latas alcanzó el precio de 124.000 euros. Otras de sus perlas son las firmas que el autor escribió sobre los cuerpos desnudos de gente anónima, o la impresión de sus huellas dactilares sobre huevos duros. Muchos consideraron que era una locura; otros, que era lo más original que habían visto. Fuera como fuere, está disciplina que propició el autor abrió un acalorado debate sobre los que es arte y lo que no lo es. 
En mi modesta opinión creo que hay un concepto básico detrás de cada obra, y es la belleza. Simplemente mirar a una obra y decir "que bonito". Algo tan simple como esa frase. Poder mirar un cuadro, una escultura, o escuchar una pieza musical y maravillarse por la armonía, el colorido el trabajo que hay detrás. Poder observar el arte sin tener que dilucidar el significado, tener algo agradable a la vista e incluso decorativo. Algo que puedas observar a diario y que resulte reconfortante, elegante, atrayente. Simplemente bello. 
Aquí os dejo un enlace de una extraordinaria exposición de arte. En la que no es necesario pensar en el significado de cada elemente, simplemente hay que mirar el conjunto y ver la magnífica obra que su autor ha querido compartir con el mundo. 

El arte es subjetivo, pero ante todo debe ser hermoso. 



http://www.buzzfeed.com/hnigatu/27-asombrosas-obras-de-arte-que-no-creeras-que-son

martes, 12 de noviembre de 2013

Los viajes de Juliett, Milán y Roma, (6a parte)

La ruta turística había terminado y sólo podía pensar en llenar el estómago con algún delicioso majar italiano. Era curioso como algo que parece tan habitual en el país de uno puede ser una exquisitez en otro. Cuan diferentes son por ejemplo las pizzas que se piden por teléfono en España cuando no se tiene ninguna gana de preparara cena, o cuando se van a recibir invitados y tememos incendiar la casa al intentar desflorar la cocina. Pero en Roma esa pizza ocupaba otra posición en la escala gastronómica. El simple acto de pronunciar los ingredientes en italiano hace que empieces a salivar nada más pedir tu plato al camarero.
Volvió a la plaza del Duomo, que brillaba casi con luz propia con su inmaculada fachada sobre las sombras de la ciudad. Sólo se guiaba por las luces de los escaparates, que aún estando las tiendas cerradas, seguían manteniendo la iluminación para captar la atención de los últimos transeúntes.
Se acercó al café que controlaba la plaza desde el ala norte. Encontró un pequeño café con terraza y lámparas de calor en el que la gente seguía disfrutando de sus copas de vino que parecían no faltar nunca en la mesa. En algunas mesas ya se podían disfrutar de los aperitivos vespertinos, mientras que en otras humeaban los capuchinos.
Juliett se sentó en una de las mesas con mantel blanco alineadas frente a la plaza, una inmejorable vista del centro histórico de la ciudad y un café exquisitamente caro. Sabía que no pegaba demasiado en medio de aquella pomposa elegancia milanesa, pero se sentía tan satisfechas del día que no pensaba en si la gente la miraba. Los demás pasaban desapercibidos. Estaba sentada en uno de los lugares más bonitos del mundo, contemplando el sobrio anochecer que arrastraba a los milaneses a disfrutar de sus tan conocido aperitivos; a los turistas les empujaba al McDonald´s y a los de espíritu libre, como ella, a tomar un café y ver a la gente. Se sentó en el Bar Duomo, sabía que tomarse un café allí le costaría más que una noche de hostal pero el lugar y la vista eran inmejorables. La pequeña terraza de aquel café estaba decorada con exquisito gusto y era casi reconfortante poder disfrutar una mesa elegante aunque sólo fuera para tomar un café. Quizá se atrevería a pedir algo de comer y darse el capricho del día. Las mesitas de la terraza eran redondas, y las sillas de estilo francés. Había flores frescas y bien cortadas sobre cada mesa, y los camareros se esforzaban por cuidar hasta el más mínimo detalle.
 A pesar de sus intentos por hablar italiano, se sentía más cómoda hablando en Inglés, y todos los camareros, dependiente y peatones sabían defenderse en la lengua anglosajona. Sentía que los pies le palpitaban, había caminado mucho, tanto que casi no sentía n hambre. No se había sentido sola, no había pensado en nada ni en nadie. Parecía que por fin había conseguido evadirse y disfrutar de nuevo de la vida. Había hecho ese viaje para recuperar la alegría que un constante recuerdo le había robado. Pero toda moneda tiene una cruz. Allí sentada frente a una de las catedrales más bonitas del mundo, mientras removía cuidadosamente la espuma de su café, se quedó prendada de sus recuerdos de nuevo. A pesar de lo positivos sentimientos que le habían invadido todo el día, el simple hecho de ver a las parejas caminar de la mano, el brillo en los ojos de una mujer que comparte su plato con su marido, o la contemplación de una familia que disfrutaba de su cena en alguna mesa próxima, le hizo pensar en alguien. En esa persona que había decidido enterrar. Y por primera vez se sintió sola.
El café estaba lleno. El murmullo de los italianos se mezclaba con el tintineo de copas de champán, con el susurro de de la palomas que emprendían la retirada a los tejados, y el rumor de la noche milanesa que había sumido la plaza en una secreta oscuridad.
No quedaba ni una mesa libre en la terraza. La mayoría ocupadas por parejas que tomaban el aperitivo, pero también había algunas en las que algún solitario tomaba apuntes en una libreta, o miraba de soslayo a la gente que pasaba cerca. Siempre era agradable ver a otras personas solitarias cerca y no entirse como el centro de todas las miradas por ser la única persona que no tenía compañía. Un sorbo de capuchino fue todo lo que necesito para volver a la realidad, en la tierra donde tomar un café es más un ritual que una necesidad matutina, el sabor del exquisito tueste, la cremosidad de la leche fresca y la caricia del chocolate le devolvió a un pensamiento mucho más agradable. El confort de las pequeñas cosas que siempre consiguen hacerte feliz.
Tomó su libreta para anotar los últimos pasos que había dado por la ciudad, para no olvidar ningún detalle de la visita.
Según escribía, levantaba la vista para observar a la gente que pasaba. Algunas personas caminaban solas, escuchando música quizá o pretendiendo escribir en el móvil; algunas iban de la mano, agarrándose con firmeza y otras, con lo hacían con dedos lánguidos. Muchos miraban a las terrazas de los cafés, envidiando inevitablemente a los que descorchaban botellas de champán.
Entre notas y sorbitos de café, no se dio cuenta de la sonrisa que la contemplaba desde la mesa de  al lado. Un chico se había sentado en la única mesa que quedaba libre y la miraba con cierto descaro. Se dio cuenta al alar la vista en busca de nuevos protagonistas de sus escritos. Pensó que esa era la típica forma que los italianos tenían de entablar conversación con alguien, mirar casi fijamente hasta ponerte nerviosa y atacar como el depredador atapa a su presa. Era atractivo y no pudo evitar pensar en tener una pequeña aventurilla extrajera al más puro estilo de Danielle Steel. Un ratito de miradas furtivas fue todo lo que le hizo falta a aquel joven para plantear la clásica pregunta de si tenía fuego. Manida, pero igualmente efectiva. Le había hablado en inglés, lo cual agradeció. Pues el era claramente extranjero y podría hacerse pasar por inglesa fría si no le gustaba o bien, por española simpática si el chico merecía la pena.
-      Claro-dijo ella. Y le pasó el encendedor que alguien especial le había regalado, pensando que quizá no debería dejar aquel pequeño recuerdo en unas manos extrañas.
-      -gracias- contesto mirándola a los ojos.- ¿eres escritora?
-      Bueno, es más una afición que otra cosa. Estoy escribiendo sobre los lugares que visito y quizá algún día…
-      Les apetece algo más señores…- interrumpió el camarero que estaba ansioso por servir algo más que café en aquellas mesas que podrían ser ocupadas por alguna pareja con clase que pidiera litros de vino.
-      No gracias- dijeron casi al tiempo.
Conversaron un buen rato, al parecer él también estaba de paso por Milán hasta el día siguiente en el que volvería a Florencia. Estaba recorriendo el mundo, de una forma más sofisticada que Juliett según mostraba su elegante traje oscuro. Pero no parecía alguien pretencioso, o al menos no parecía tener los típicos prejuicios de persona adinerada que no se mezcla con gente del mismo estilo de vida.
Juliett llevaba sus pantalones color granate un jersey verde adornado con todos sus collares de la suerte y su abrigo “patchwork” que había comprado en Londres hacía algún tiempo. No era el atuendo típico milanés, pero era el perfecto disfraz que le hacía sentirse como una escritora.
La conversación fluía según avanzaban hacia la noche. Hora de cenar.
-      ¿Te apetecería ir a cenar a algún sitio?- preguntó Marcello. No podía tener otro nombre, parecía una escena de la película “bajo el sol de la Toscana. Y vivía en Florencia. La imaginación de Juliett se disparó y casi sintió el impulso de ponerse  a escribir con avidez en su cuaderno. Él sería el personaje del siguiente capítulo.
-      Estaría bien. ¿conoces algún lugar por aquí?
-      No muchos, pero ha un bar que se llama Obika cerca de aquí con el mejor aperitivo de Milán.
El aperitivo en Milán era la equivalencia italiana a las tapas españolas. Por 10 euros podías pedir una bebida y disfrutar de una amplia y variada gama de aperitivos que iban desde la pasta a los canapés, de los que te podías servir tantas veces como quisieras.
Una de esas costumbres que serían imposibles de tener en España, pues a la primera copa, los aperitivos se acabarían a manos de los más ansiosos.


Se encaminaron hacia el bar comentando las experiencias vividas en el tiempo que ambos llevaban en Milán. La noche se presentaba más interesante de lo que ella habría esperado cuando pensaba en comprar algo de comer en un supermercado para cenar. No sabía donde acabaría, pero por ahora sólo podía pensar en tomarse un vaso de vino como los que llevaba viendo desde por la mañana. Lo que viniese después ya se vería. Aún quedaba mucho viaje.