martes, 31 de diciembre de 2013

Los viajes de Juliett, Milán y Roma 12 parte


Las atrayentes luces de la fachada de “la Rinascente” iluminaban el lateral del Duomo, una hermosa imagen que alentaba a los viandantes a pasar y gastar más dinero del que tenían previsto. Los centros comerciales no eran algo común en Milán. Quizá a los milaneses no les gustaba la aglomeración de dichos lugares ni la masificación de productos agolpados en unos pocos metros cuadrados, pues indudablemente pierden cierta elegancia. Las compras en Milán se hacían en pequeñas tiendas disgregadas en sus sinuosas calles. Los escaparates mostraban dos o tres artículos como máximos dispuestos de forma especial haciendo que cada producto resultara único, aunque fuera de un limitado valor. Era como pasear por una inmensa tienda “delicatesen”, cada objeto cobraba personalidad, brillaba con luz propia y adquiría personalidad bajo la atenta mirada de sus focos y decoraciones.


 Parecía un escaparate lleno de “cupcakes”; son básicamente magdalenas de las que la abuela guara en casa en un bote de hojalata, pero con una decoración tan minuciosa y detallada que los convierten en delicadas obras de arte. Las tiendas eran pequeñas, pues no se lucían todas las tallas, clores o modelos de las prendas expuestas. Lo que presumiblemente supone tener un almacén repleto de variantes de una misma prenda, de modo que el consumidor crea que el objeto adquirido es absolutamente único.
En “La Rinascente”, los expositores estaban algo más llenos. Entrar ya suponía adentrarse en otro mundo. L lugar se erigía como uno de los lugares más lujosos de Milán y albergaba las marcas más exclusivas. La decoración y espíritu navideños eran el toque final para ofrecer una experiencia de compras al más puro estilo de “Pretty Woman”.


La planta baja del centro comercial, como no podía ser de otra forma, albergaba todas las fragancias conocidas por el olfato humano y algunas más creadas de la unión de las susodichas en el espeso aire que se respira en toda sección de perfumería.
Pequeños mostradores decorados con diminutos árboles navideños mostraban pirámides de delicados frascos de perfume. La sala era un constante baile de bolsas acharoladas y estolas de piel que las milanesas agitaban con elegancia mientras se abrían paso entre los visitantes y sus respectivas cámaras fotográficas. Un “Santa Claus” en una esquina, un hermoso pino natural adornado con elegantes bolas de cristal, una escalera vestida de espumillón  eran algunos de los detalles que te hacían sentir a cada persona como si hubiera entrado en el ciudad de la Navidad. La calle estaba adornada también, pero no hay nada como un centro comercial para devolver el espíritu navideño a los hastiados bolsillos de los visitantes. Todas las marcas conocidas internacionalmente se agolpaban intentando acaparar el protagonismo de la escena. Sus níveas pareces alojaban lo que parecían auténticas obras de arte, óleos abstracto y coloridos muestra de la inspiración más candorosa de algún artista que, a pesar de no poder dejar su nombre grabado en la mente del público, encontró cobijo en las paredes de unos grandes almacenes donde su arte perduraría incólume ante el paso del tiempo y de las tarjetas de crédito. 

Varios de los pisos contenían un ostentoso mercado Gourmet, donde hacer la compra parecía un lujo más que una necesidad. Hileras de expositores mostraban sus exquisitos productos venidos de todas las regiones italianas. Productos estrella como la mozzarella, el carpacho o el vino eran algunos de los imanes de los turistas que se arriesgaban a comprar pequeñas cestas de regalo con las que sorprender a sus seres queridos. Curiosamente no parecía haber italianos comprando los mismos productos.
Juliett siempre se pegaba a los naturales del lugar, con discreción, para seguirles hasta donde hacían sus compras. Si los locales compraban allí sería bueno, pensaba.
Pero el espacio de su pequeña bolsa de viaje estaba rozando el límite y aún tenía que pasar por roma, y no quería verse en la obligación de mandar u paquetea Londres por caer en la tentación de gastar dinero en un lugar tan lujoso.
No pudo evitar pensar en Harrod´s. Su último lugar de trabajo en Londres, del que había salido despavorida y había supuesto el mayor cambio personal que había experimentado hasta el momento. El contacto con tanta gente rica, la pretensión constante de trabajar en un centro comercial tan lujoso y sobre todo el tener que mostrarse tan servicial y agradable con gente despreciable, había sido superior a sus fuerzas. Además de ser uno de los dos detonantes de su inminente vuelta a España. El otro, era aquel del que no quería hablar.
Estar en aquella zona rodeada de tanta exquisitez culinaria le recordó su cita con María, que estaría a punto de terminar su turno.
Se encontraron en la puerta con la misma efusividad con la que la recordaba. Por un momento sintió ganas de echarse a llorar. Juliett guardaba demasiado dolor en el corazón y sabía que en algún momento saldría por algún sitio. Pero supo contenerse y regalar a su amiga de la mejor de sus sonrisas. Caminaron un rato por las calles de Milán. Primero rodeando “la Rinascente” hacia el noroeste para tomar “vía broletto” hacía el distrito de Brera, una de las zonas de moda de la ciudad que se alejaban del ajetreo turístico y escondían innumerables bares donde disfrutar del auténtico aperitivo milanés.

Entraron en un pequeño bar atestado de gente que llenaba sus platos de pequeños bocados. Pan de focazza, pizza casera, platos de pasta y arroz acompañados de ensalada o pan de polenta, una extraña combinación de harina, levadura y posiblemente algún tipo comestible de arena. Tomaron unos cocktails a pesar de que el Campari y el Aperol eran las bebidas estrellas de la noche.

Rieron y charlaron recordando los viejos tiempos en Londres, donde se conocieron. Hablaron de los antiguos compañeros, de las fiestas hasta el amanecer y por supuesto de los novios y relaciones. El tema de conversación que siempre está presente en cualquier conversación entre féminas. Juliett no le confesó que su corazón estaba hecho pedazos y que se estaba esforzando por unir las piezas poco a poco. No se atrevió a decirle que estaba huyendo de un recuerdo, de una cara, de un remordimiento que le atormentaba. No quiso dejar salir una palabra de su boca, pues si lo hacía, rompería a llorar, por todo lo que no había llorado hasta el momento. Y no quería descubrir su pequeño secreto, aún no era el momento. Lo guardaría en su interior, como todas las palabras que no había dicho, como todas las cosas que no había hecho. Lo guardaría todo en su pequeña caja de errores y  decepciones, donde no pudieran salir y quedaran enterrados hasta que fuese lo suficientemente fuerte como para liberarlos.
La noche corría hasta el amanecer, y el temor a volver al hostal sola, puso fin a la ingesta de alcohol. Por otra parte, las obligaciones laborales de su amiga, no le permitían estar mucho más tiempo sin dormir, por lo que emprendieron la vuelta a sus hogares. María vivía en un piso compartido en el noreste de Milán donde vivía con un chico y dos chicas. Juliett volvería a su habitación en el hostal, que presumiblemente estaría ya ocupada por aquellas dos hermanas que se suponía que llegaban aquel día. Ni siquiera se había acordados de ello.
Se despidieron cerca de la estación de metro, maría tomaría el tren hasta su casa. Juliett conocía el camino de vuelta y no quedaba lejos de donde se encontraba. Con su habitual confianza y paso ligero emprendió la vuelta a casa, al hostal.
Había disfrutado de aquel día, pero ahora no dejaba de penar en que tenía que tomar un avión al día siguiente para ir a Roma. Su estancia en Milán había terminado, y apenas tenía unas horas por la mañana para dar un corto paseo y recoger sus cosas antes de ir al aeropuerto en autobús. Se sentía orgullosa de haber viajado sola, de haber dado ese paso, de estar recuperándose y de haber encontrad una luz verde de esperanza que guiase su nuevo camino.

Milán había sido todo un éxito en este gran viaje que había comenzado. Y esperaba que Roma no le decepcionase. 

lunes, 30 de diciembre de 2013

Los viajes de Juliett, Milán y Roma, 11a parte

Termino su café y otro cigarro. Lo cual le recordó que tendría que comprar algunos más para su inminente viaje a Roma. Supuso que Roma sería más una ciudad más cara dada la afluencia de turistas y esa crisis que se empezaba a ir en los periódicos, pero que aún no había fustigado a nadie con crudeza pero que siempre empieza con un aumento de los impuestos. Quizá Milán fuera más barato para semejantes vicios. Aún tenía un rato antes de encontrarse con su amiga a la salida de su trabajo. María trabajaba desde hacía un par de años en un lujoso centro comercial de Milán que se encontraba justo en la plaza del Duomo. Dada la apremiante y perentoria Navidad que se acercaba con mayor rapidez cada año, la fachada del centro comercial lucía sus mejores galas navideñas. Una localización perfecta para atraer el ojo de los turistas. Es curioso como todas las plazas mayores exponen sus géneros de forma que al turista no se le pueda escapar ni un solo comercio en el que gastar dinero. Junto al centro comercial había una elegante cafetería en la que a la entrada había una zona donde comprar recuerdos; otra, donde adquirir productos típicos de la gastronomía italiana, de esos que los oriundos nunca consumen pero que hacen la delicias de los extranjeros que pagan gustosamente exacerbadas cantidades por adquirir productos de relativo valor; después la zona de cafetería donde para pedir el café para llevar había que hacer cola junto a un inmenso mostrador cubierto de bandejas de dulces y expositores de tartas recién hechas; y por último la zona de restaurante donde además de pagar el suplemento “eres turista y estas en la plaza mayor y por eso te cobro mas”, se alzaban elegantes expositores de cristal con piezas de artesanía “local”, posiblemente ocultando sus pegatinas de “made in China”.

Juliett esbozó una sonrisa al recordar una de las pocas cosas que estudió en la carrera de Publicidad. Las técnicas de Marketing de las tiendas y centro comerciales. Toda una filosofía tras cada estantería, esquina y rincón. Todo estaba planeado y estudiado hasta el más mínimo detalle para captar el escurridizo dinero del consumidor. Desde el carrito de la compra que se desvía, hasta el horno de pan en la entrada, o los chicle junto a la caja registradora. Todo tenía un plan, y una elegante cafetería de Milán no iba a ser menos. Mientras esperaba su turno en la fila para pedir sus cigarrillos, pues también vendían tabaco, Juliett miró a su alrededor. Llevaba ya unas cuantas horas sin decir una palabra que no fuera para pedir un café o preguntar el precio de algún recuerdo de la ciudad. Pensó de nuevo en la inspiradora película que le hizo venir hasta Italia para escapar de los fríos problemas de Londres. “Come, reza y ama”. Recordó una escena en la que una de las actrices comentaba los beneficios de hacer un voto de silencio durante un tiempo y lo difícil que podía resultar al principio pero lo reconfortante que resultaba, pasados unos días. Pensó en hacer lo mismo, en evitar durante unos días hablar, esquivar las preguntas, evitar las llamadas, no dejar que las palabras entrasen en su cabeza y quizá así dejaría de dar vueltas siempre a las mismas cosas.
Llegó su turno y se dio cuenta de que no sabía decir tantas cosas en inglés como pensaba, así que utilizo el clásico truco del turista que no conoce el idioma; sonreír y señalar. Con sus cigarrillo ligeramente más baratos que en España, y definitivamente más baratos que en Londres. Juliett abrió su guía de viaje y se dio cuenta de que aún le quedaban muchos sitios que ver. Milán era una de esas ciudades que da la impresión de poder ver en un par de días pero que de hecho necesita varias semanas para poder recorrerla. Cerca de la plaza del Duomo se encontraba “Ca´Granda”.

No tenía ni idea de lo que se trataba pero no necesitó más que leer el pequeño letrero al final de la página que decía “gratis” y ver que parecía un gran lugar `para ponerse en camino. Atravesó la plaza en diagonal, esquivando a las hambrientas paloma y los visitantes que caminaban siempre como si fueran señores mayores de algún pueblo perdido mirando al cielo esperando alguna señal que indicara lluvias.
Atravesó “Piazza a Díaz” para continuar por “vía rasrelli” que albergaba a su derecha el teatro lírico de hermosa fachada románica bien conservada y que se llevó unas cuantas instantáneas. Dio un ligero rodeo hasta llegar a “Piazza Velasca” para ver su homónima torre antes de que la batería de la cámara se acabase. 




Cada camino que tomaba en aquella, aparentemente, pequeña ciudad, era una nueva yincana llena de tesoros por descubrir. Bajó un poco más hasta “Corso di Porta Romana”  para continuar después hacia Vía Franzesco Sforza y así aproximarse a “Ca´Granda” por la parte de atrás. Solía hacer siempre lo mismo al aproximarse a un nuevo e imponente edificio, especialmente yendo sola, ya que prefería observar desde lejos los monumentos y lograr una panorámica antes de sumergirse en su interior. Aquella casa grande era el edificio que albergaba la Universidad de Humanidades en un inmejorable emplazamiento. Fue encargado por Franzesco Esforza que dio posteriormente nombre a la vía que lo rodeaba y originalmente sirvió de hospital. Fue diseñado por el arquitecto filatelle que sólo consiguió construir el ala derecha durante el gobierno de los Sforza, siguiendo un diseño de tipo eclesiástico formado por 10 cuadrados y un hermoso patio. Durante cinco siglos sirvió de hospital y fue completado a finales del siglo XVIII. Ya que resultó terriblemente afectado por la guerra, se procedió a una reconstrucción a mediados del siglo XX, momento en el que se convirtió en universidad. Tan magna construcción supuso un adelanto arquitectónico para la época en la que se construyo dada su disposición y práctico aprovechamiento. Dentro del edificio, y custodiado por una hilera de columnas e imágenes representativas de diferentes momentos de su construcción, había un hermoso patio y una basílica, elemento fundamental de los hospitales de la época.

Resultaba algo difícil meterse en una universidad a sabiendas de que los alumnos se encontrarían allí, pero a esa hora había poca gente y algunos grupos de turistas que sabían de la existencia de aquel histórico edificio, ya se encontraban husmeando entre las estancias. Posiblemente intentando ver alguna estancia que se conservara como en los tiempos en los que Ca´Granda sirvió de hospital. Pero debido a la guerra, eso no era posible, pues gran parte del edificio había sido destruido y posteriormente reconstruido.
Es curioso cómo la gente busca los detalles oscuros, morbosos e incluso desagradables de los lugares que visitan. Van a una iglesia y cotillean tras las mirillas para ver las estancias privadas, van a un antiguo hospital y buscan antiguos artilugios médicos, visitan campos de concentración, la casa de Ana Frank y Alcatraz como si el horror vivido entre aquellas paredes les llamara de alguna forma gutural e inapelable. De la misma forma que la gente mira los accidentes, aquellos turistas cotilleaban a través de las rendijas de las puertas en busca de sórdidos detalles. 
El patio era, al igual que el edificio, un rectángulo. La hierba aún se veía fresca como si acabara de nacer en primavera, la fuente del centro seguía rociando agua sobre las pequeñas islas de hielo formadas sobre la superficie de la fuente.
Las parejas se fotografiaban frente a ella. Era la imagen que siempre persigue al viajero solitario. Manos entrelazadas, abrazos para protegerse de la brisa, besos bajo las estrellas. Parecía que el mundo mostraba más amor que nunca. Parecía que al estar sola, Juliett se veía rodeada de escenas de amor a cada paso que diera.
Empezaba a oscurecer y aun tenía que volver a la plaza del Duomo para encontrarse con María y disfrutar de una de las cosas que más le apetecía hacer en Milán. Disfrutar del aperitivo milanés, algo que por mucho que se empeñara en aparentar seguridad, nunca podía hacer sola. Entrar en un bar lleno de gente era un paso para el que nunca había estado preparada. Por suerte tenía a alguien que la acompañaría, una persona que siempre la había animado en el pasado, que tenía una risa contagiosa y que era capaz de sacar una sonrisa a la persona más pesimista. Ella, posiblemente.
Salió del lugar por la entrada principal para ahorrar algo de tiempo y llegar puntual a su cita. Se encontrarían en “la Renaiscente”, el centro comercial donde María trabajaba. Y quería llegar con tiempo para dar un paseo y quizá comprar algo bonito que pusiera el broche a aquel día.
Las sombras de las farolas parecían moverse al cambiar la luz, los pasos de la gente se aceleraban ante el apremiante frió vespertino y el olor fragante que acompaña la hora de la cena impregnaba cada rincón. “Un día más, un paso más hacia delante. Un poco más cerca de mi nueva vida, con algo más de peso en el corazón pero un poco mas de aire en los pulmones. Poco a poco vuelvo a respirar”. Fue la nota de su “cuaderno feliz”.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Propósito de año nuevo: SER FELIZ



Otro año se me escapa entre las manos. Parece que ha corrido más que nunca, como si quisiera llegar al final del mismo y olvidarse de los meses que arrastra a la espalda. No ha sido un buen año. No hay más que mirar el periódico, o escuchar la radio, o simplemente a salir a la calle para darse cuenta de que esa sociedad de la que formamos parte, se aleja cada vez más de la utópica imagen que albergamos en el corazón. Trabajo, economía y descontento, son términos al laza como el marisco en Navidad. L crisis, los desahucios o las excarcelaciones son los tormentos que amargan el café de la mañana. No hay noticias agradables, ni frases de aliento, no parece haber lugar para las ilusiones o la esperanza. La vida se ha convertido en una supervivencia en la que nos esforzamos por mantener el equilibrio en la corriente de la rutina. Intentamos aferrarnos con los dedos de los pies a una vida efímera, inerte, apagada, que más alla de abrirnos las puertas hacia el autodescubrimiento, nos las cierra en la cara. 
Aquellos grandes aspiraciones profesionales, las aventuras y los sueños m se muestran cada vez más lejanos. 
A veces quisiera no pensar. Ser como alguien a quien no le importa más que el presente, que no sufre con la desgracia ajena, a quien no le duele ver sufrir a los dem.as. Quizá la vida fuera mas fácil si no empalizáramos con la gente que nos rodea de modo que no nos afectasen los males ajenos. Pero como ser humano, tenemos sentimientos, sufrimos por el que sufre, lloramos por el que llora, lamentamos el lamento de los demás. Eso nos hace personas y no meros animales que se guían por sus instintos más primarios. 

Pero ha pasado otro año y la vida nos ha castigado un poco más. Cambios de trabajo, dificultades económicas, cambio o perdida de la pareja.... Esa es la vida dirían algunos. Igual que otros, en un intento por reconfortar a quien se lamenta por sus desgracias, dirían que si no se sufre no se vive, que la vida igual que el amor, es dolor. Pero cuánto dolor soportamos, cuanta decepciones somos capaces de racionalizar, disfrazar, ocultar, olvidar, para seguir con nuestra pequeña rutina. Cada año somos unos poco más viejo, estamos un poco más cansados y nos sentimos almo mas decepcionados pus el tiempo ha vuelto a marcharse sin dejarnos cumplir algún sueño. 

Y llega la Navidad, que además de traer regalos que colocar bajo el árbol, espumillones conque decorar la casa, luces que brillen en los austeros balcones y más calorías de las que consumimos en un mes entero; nos traen arrepentimientos y fracasos. No vivir donde habíamos soñado, no tener lo que más deseamos o no estar con quien más amamos o hemos amado. 
Y cada año pensamos que el siguiente será mejor, que el mismo día uno de enero empezaremos una serie de cambios que harán nuestra vida más fácil, que nos traerán felicidad, que nos harán sentir mejor. Pero cada unos de enero lo pasamos durmiendo la resaca del día anterior y reposando la extensa comida, y olvidamos la lista de propósitos casi inmediatamente. 
Quizá este año sí que será diferente. Pues no importa lo que el día a día traiga consigo, sólo tengo un propósito y es ser feliz. No dejaré de fumar, si no lo veo acertado, ni me apuntaré al gimnasio porque sé que no voy a ir, ni me comprometeré con más organizaciones a las que no puedo prestar atención. 
Quiero ser feliz, y perseguir esos sueños que alguna vez tuve y que guardo en mi pequeño baúl, en mi wish list. 
Y si al perseguir la felicidad hago daño alguien, ruego me disculpe. Pero nadie puede hacer feliz a otra persona si no es feliz consigo mismo. 

Propósito de año nuevo: ser feliz cada día. 
Ni una lágrima si no es de alegría
ni reproches, ni lamentos, ni melancolía
Ni un segundo sin sonreír,
ni un momento sin sentir. 
No habrá más días oscuros,
no habrá más pozos profundos
no pasara ni un segundo,

sin querer ser parte de este maravilloso mundo. 

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Solidaridad todo el año

Campaña Navideña. Todos tenemos en casa ropa y objetos que esstán nuevos y no usamos. Y todos vemos cada día personas en la calle que no tienen ni para cambiarse de ropa. Porque no hacer una donación este año? Las cosas no están como para repartir dinero a todo el mundo, pues ya sabemos que la crisis nos afecta a todos y los bolsillos están muy apretados. Pero a nadie le cuesta hacer un regalo de algo que ya no tiene vida y que puede ser una pequeña ayuda a los demás. Los juguetesque sólo acumulan nostalgias de una vida más sencilla, los libros que una vez nos sumergieron en sus páginas, la ropa que nunca jmás nos volveremos a poner. Menaje del hogar que acumula polvo en el trastero. Si fuesemos como los americanos de las películas que cada día montan su particular "yard sale", mercadillo de toda la vida, en la puerta de su casa, podríamos sacarles algún beneficio. Aquí en España los mercadillos callejero ni están permitidos ni se dispone de instalaciones para hacerlo. Y cada año, con cada regalo poco acertado, con cada compr impulsiva, con cada anuncio de teletienda, llenamos los armarios de cosas que no son necesarias y que nunca tuvieron mas de cinco minutos de vida util.
Mientras otras familias, niños, gente soltera, miles de personas no disfrutan de esa opulencia y apenas tienen para ucbrir sus necesidades básicas. Ya sea porque es Navidad, ya sea porque la crisis nos ha hecho más solidarios, ya sea porque nuestro corazón nos impele a hacer algo por loss demás, sea por el motivo que sea, este es el momento de moverse y echar una mano. Desde las organizacones más establecidasy conocidas por todos como Cruz Roja, Cáritas, Médicos sin fronteraas, encontramos proyectos de ayuda activo continuamente en sus páginas web. Pero si queremos hacer algo más local, más personal, y evitar dar dinero directamente que siempre suscita ciertos temores, Hay otros proyectos en los que colaborar.
Desde la página "Hacesfalta.org" lanzan todo tipo de iniciativas solidarias para que todos podamos ayudar en la medida de lo posible. Voluntariado, donaciones, recogida de alimentos, son algunas de la spropuestas en las que involucrarnos. No hace falta mucho essfuerzo, cada uno lo que pueda aportar. Pues aquello que sale del corazón, vale más que lo que sale del bolsillo. Deguro que algún vecino, amigo o failiar necesita ayuda, este es el momento de hacerlo. O quizá la persona a la que siempre le damos unos céntimos por abri la puerta en el supermercado, estaría encantada de recibir una bolsa de ropa; o puede que a ese matrimonio que vemos todos los días tocando en el metro le encante recibir un regalo de Navidad. Hay tanto que podemos hacer, y requiere tan poco esfuerzo, que nadie debería pasar estas fechas sin mirar a su alrededor y colaborar con los que más lo necesiten. Depsués de todo , Es Navidad.

Felices Fiestas!

lunes, 16 de diciembre de 2013

Sonrisoterapia

Además de la tecnología, el estrés e otra de las características de la vida moderna. Si a ello le sumamos la crisis, el descontento social, la abusiva acción de los bancos, las limitadas pensiones y los problemas del día a día, obtenemos la fórmula perfecta para la depresión. Y es por eso por lo que en los últimos años han florecido un sinfín de spas urbanos, centro de masajes, y demás lugares de relajación para que los ciudadanos puedan escapar del estrés. Pero a veces la  terapia más fácil es la que nosotros mismos hacemos. 
Hoy lunes, comienzo de semana, he empezado organizando clases, lidiando con alumnos que no hacen sus deberes, discutiendo con la compañía del móvil, en fin lo normal de todos los días. Y me he propuesto llevar a cabo un experimento, sonreír todo el día. He salido de casa y me he parado unos segundos en el portal a observar el tráfico de público tan variopinto como interesante que paseaba su lunes frente a mí. Y he sonreído. Al ver a las madres llevar a sus niños al colegio, a los comerciantes levantar esperanzados sus cierres y abrir sus puertas, al frutero organizando sus más hermosas verduras, a la florista sacando sus macetas a airearse con la fresca brisa. He sonreído al ver a la gente que entraba y salía del mercado con sus bolsas de todos los días y sus carros de esperanza navideña. He empezado a caminar y a observar a la gente tras mis gafas oscuras y mi sonrisa incipiente. Una sonrisa de esas que se te dibuja en la cara al recibir cierto menaje en el móvil, o al conocer una buena noticia, o al ver el sueldo calentito en la cuenta. Una mezcla de picardía y satisfacción que me ha hecho sentir simplemente contenta. 
He puesto en marcha el experimento, no he dejado de sonreír en ningún momento. Algunas personas miraban extrañadas, y he sabido lo que pensaban. "qué estará pensando está loca". O al menos eso habría pensado yo de alguien que sonríe por la calle sin motivo aparente... Pero quizá alguna persona se ha contagiado de mi sonrisa, y esa persona a su vez se la ha contagiado a otra. Y quizá ahora, horas más tarde, la gente de la calle se sigue pasando sus sonrisas sin saber de donde surgieron. No es que sea un pensamiento ególatra ni egocéntrico, sino una idea cargada de esperanza. Pues aún espero que las personas en su "insoportable levedad" que Kafka definió, tengan el poder de cambiar algo en su vida que consigan hacerla mejor, que consigan ser felices y estar en paz con su ser. 
Y todo por una sonrisa. No dejaré de sonreír, aunque me digan loca, aunque piensen que mi sonrisa es solo la respuesta a esos ciertos mensajes. Sonreiré a la vida por lo que me ha dado, y espero que esa energía llegue a cada persona que me encuentre. 

Felices sonrisas, felices personas. 


domingo, 15 de diciembre de 2013

7 remedios efectivos y saludables

Cartílago de tiburón cada vez más personas se animan a cambiar sus fármacos tradicionales que acaban por no surtir efecto por terapias alternativas que están consiguiendo fantásticos resultados. Es el caso de El cartílago de Tiburón. Una solución efectiva para los problemas de huesos, ya que ayuda a fortalecer el cartílago, las articulaciones y evitar así el rozamiento y consecuente erosión de los huesos. Es poco agresivo para el organismo, no presenta efectos secundarios y es fácil de digerir. El precio se ha visto incrementado por el aumento en la demanda pero podemos conseguirlo en marca blanca de herbolario por unos 25 euros por un bote de más de 100 pastillas. 

Semillas de lino dorado un estupendo antioxidante con múltiples beneficios para el organismo. Estas semillas son de bajo coste y se pueden encontrar en herbolarios y supermercados. Además de ser una fuente de energía, el lino dorado tiene efectos positivos sobre la circulación, la diabetes, la artritis, la inflamación de las articulaciones, los problemas de la menopausia, el estreñimiento y el colesterol. Todas las semillas son bastante calóricas, por lo que se recomienda un consumo moderado. Se puede adquirir una bolsa por unos dos euros. 

Salvado de trigo Una excelente fuente de fibra, baja en azúcar y sin grasa. Es un complemento ideal en el desayuno. Se recomienda mezclarlo con cereales, leche o yogur. Beneficia el tránsito intestinal, favorece la pérdida de peso gracias a la fibra insoluble, controla la hipertensión o la diabetes, y es un gran depurativo. 


Jalea real, como su nombre indica es un alimento destinado a la realeza, ya que es el alimento de la abeja reina. Es una fuente de vitalidad y energía que, además, favorece la suavidad y elasticidad de la piel, es antioxidante, ayuda a la longevidad y aun mejor estado de ánimo. Es además un antibiótico natural y una fuente de vitaminas. 





Infusión adelgazante Susarón. En lo que se refiere a productos adelgazantes, son muchos los mitos, los fraudes y los supuestos producto milagros que se basan en la credulidad de los consumidores potenciales para vender un sinfín de pastillas, cremas, infusiones y demás derivados para bajar de peso. Las infusiones Susarón son un complemento dietético que ayudan a la digestión y a la eliminación de las grasas ingeridas. Especialmente recomendable cuando se hace una comida copiosa, pues la infusión ayuda a que el cuerpo no absorba las grasas de los alimento. Se recomienda una infusión después de las comidas principales. Se vende por unos dos euros en supermercados. 

Exfoliante casero natural emplearemos un yogur natural, que no sea desnatado ni de sabores, un puñado de sal y un puré de pepino, previamente preparado. Le añadiremos unas gotas de limón al terminar la mezcla. Debe estar bien removido y dejarlo repodar uno segundos. Frotar el cuerpo con la mezcla, 
Si se desea aplicarlo en la cara, es recomendable utilizar sal más fina, ya que la piel del rostro es más delicada. Dejar actuar un minuto y aclarar, a poder ser con un guante de crin. 


Infusión para la garganta. En un intento más por alejarme de la pastilla y productos de origen químico de las farmacias, recordé la receta de una infusión muy simple y fácil que me daban mis padres. Tan sencillo como hervir agua, echar el jugo de un limón y una cucharada de miel oscura. Dejarlo reposar y tomar caliente por la noche antes de dormir. El carraspeo y la tos desaparecen rápidamente. 

Futuro perfecto o condicional perfecto

Ayer me encontró un programa de televisión. Me encontró porque jamás lo veo, pero en espera de encontrar algo mejor, lo vi algunos minutos. No me refiero al sálvame. Que a pesar de ser el programa que "nadie ve a menos que sea haciendo zapping", es el de mayor audiencia. Era un programa del "Discovery Channel" en el que hablaban diferente personas que habían continuado con tradiciones familiares. Sólo escuchar el título de este pequeño documental me enterneció. Me hizo pensar en las familias granjeras, que trabajan duro toda su vida para conseguir simplemente vivirla. Gente que se levanta temprano, trabaja duro y que vive al día, mirando al cielo aguardando la lluvia, clamando al sol, o contando las horas hasta el nacimiento de un nuevo ternero.
Salía en el programa una mujer comentando las dificultades que había tenido tras la muerte de su padre para sacar la granja y el ganado heredado de su padre adelante. Con una sonrisa llorosa hablaba de los duros momentos y apuros económicos que había tenido y lo orgulloso que "Habría Estado" su padre si la viera. Lo dijo con esa mezcla de orgullo y decepción que a veces tenemos al no poder mostrar o decir algo a cierta persona porque ya no está. "Habría sido, habría dicho, habría hecho..."

Y esa corta intervención televisiva me hizo pensar en la estrecha relación entre el futuro perfecto y el condicional perfecto. Podría decirse que estamos continuamente haciendo planes para el futuro. Para encontrar la manera de comprarnos una casa, un coche, decidir el próximo destino de vacaciones, etc. Desde lo planes más insignificantes como el plan para el fin de semana o el diario de la semana, hasta lo que queremos conseguir en la vida a corto y a largo plazo. Una planificación fundada y basada en la necesidad de prevención, en el cuento de la cigarra, en la abuela diciendo "esto es como en el 36". Una prevención necesaria para tener una cierta tranquilidad en medio de la inestabilidad del mundo.

Pero cada año por estas fechas, nos paramos unos segundos a pensar en lo que hemos conseguido de todo aquello que nos habíamos propuesto. Y muchas veces, para nuestro horror, descubrimos que no hemos cumplido ninguno de nuestros sueños. No estamos donde queríamos, no tenemos lo que soñábamos o no estamos con quien deseábamos. A veces eso causa tal decepción que te hace tirar la toalla y dejar de soñar, pues la vida es demasiado difícil para darse el lujo de tener ilusiones. Nos sumimos en la rutina y sobrevivimos a las decepciones entre risas y cervezas esperando que el destino nos encuentre y nos regale un futuro perfecto. Pero el tiempo pasa, y nunca vuelve. Y a veces una tragedia, una pérdida o un cambio brusco son las únicas formas que tenemos para darnos cuenta del tiempo perdido y pensar en que "ojalá pudiéramos volver a atrás". Si las cosas hubieran sido diferentes habría hecho, habría dicho, habría estado... 
Pero es demasiado tarde. Ya no hay vuelta atrás y nos arrepentimos de nuestros actos o comentarios pasados. 
Pues este año, va a ser diferente. Sólo tengo un propósito. Que el año que viene no tenga que arrepentirme de nada. No voy a dejar que mis sueños se duerman atrapados en una rutina asfixiante, ni voy a dejar que las palabras se las lleve el viento, ni se ahoguen en mi garganta. 
Me he prometido a mí misma no usar mal el condicional perfecto, pues quiero construir mi futuro perfecto. 

Felices fiestas. 


jueves, 5 de diciembre de 2013

Los viajes de Juliett Milán y Roma, 10a parte


Tras recorrer la iglesia de San Angello, y otro montón de basílicas, altares y demás monumentos religiosos que fue encontrando repartidos por todo el suroeste, Juliett pensó que ya había hecho suficientes apariciones en templos y decidió volver al centro histórico a hacer algunas compras en miniatura por supuesto, pues Ryanair no le dejaría volar si superaba los estricto limites de equipaje de mano.
Allí tomaría otro café y haría algunas compras antes de reunirse con su amiga que trabajaba en el centro comercialjunto a la galería Emmanuelle. De camino al centro, se paró a ver lo escaparates de las numerosa tiendas que se extendían a lo largo de Corso di Porta Ticinese, que desembocaba en una de la poca puerta medievales que aún guardaban el centro histórico de la ciudad.
A pesar de ser temprano para que las tiendas estuvieran abiertas, había mucha animación por las calles y se notaba que era un área popular en la ciudad. La tiendas de ropa parecían ser el resultado entre el estilo elegante típico de Italia y el estilo “geek” tan de moda en Londres. Prendas anchas, con formas poco definidas y mucho accesorios para completar el conjunto creaban un atuendo ciertamente extraño pero que parecía funcionar al ponerse junto. 
Quizá sea ese el auténtico talento de los italianos con respecto a la moda. Tenían la habilidad de poner elementos dispares que aparentemente no pueden funcionar y crear una armoniosa combinación que bien podría sacarse de una revista de moda.
Juliett contempló su propia imagen en el escaparate, con u reflejo fundido junto a uno de los exquisitos maniquís de la vitrina y pensó que ella jama podría vestir así. Eso es lo bonito de la moda, la libertad que da a cada persona para crear su propio estilo. Allí estaba ella, junto a una inerte mujer en un escaparate que lucía con absoluta naturalidad un vestido negro de punto y un cinturón ancho en la cadera, combinado con un bolso de piel y un gran sombrero, muy del estilo de “Sofía Loren bajando de un avión”, de esos en los que no se ponían pasarela para ir al aeropuerto y los artistas descendían con majestuosidad por la escalerilla. Y allí junto a una fabulosa combinación de elegancia y sencillez, estaba Juliett con su abrigo de retales, sus pantalones acampanados y un jersey morado. Acompañado, eso sí, por un bolso bandolera de colores y flecos y un pañuelo de flores en el pelo. Ninguna chica olvida sus complementos. A veces ella misma se reía del aspecto que llevaba, pero le encantaba ser así. Casi le gustaba sentirse diferente.
 Había aprendido a no ser como lo demás, a no caer en convencionalismos y a ser ella misma. Pues a veces la gente traiciona a sus propios amigos y se caen de tu vida y hay que tener una personalidad fuerte para no caer con ellos.
A veces incluso imaginaba como la verían las demás personas en la calle, en una cafetería… Quizá proyectaba una imagen de bohemia escritora errante que se perdía entre la gente y las calles en busca de nueva historias con las que llenar sus páginas. O quizá sólo pensasen que era una hippie desaliñada con cierta tendencia a la locura.
Quizá era ambas cosas, pero estaba feliz de ser como era y eso es algo que no todos pueden decir.
“La gente debería construir su personalidad de una forma consciente, trabajar en aquello que no les guste y crear su propia obra de arte. No siempre se agrada a todos, pero lo importante es agradarse a uno mismo”.
De vez en cuando escribía estas frases en su cuaderno de notas para no olvidarse de lo afortunada que se había sentid en el momento que las escribió. Su cuaderno tenía nombre. “se llamaba cuaderno feliz”. Pues al escribir sus frases se sentía feliz, cómoda, tranquila… Y de ese modo cuando volvía a leerlas al final del día o cuando no se sentía bien, recuperaba la ilusión y el sentimiento que la había invadido al escribirlas.
Sabía que aquella noche al leer esa frase, se acordaría del elegante maniquí, de su propio aspecto algo atolondrado y que se sentiría reconfortada por estar a gusto contigo misma.
Ella consideraba esta práctica casi como una terapia en la que sólo se quedaba con los buenos momentos del día y eso le ayudaba a dormir mejor.
Siguió caminando hacia el centro, sobre todo para no parecer una de esas personas que copian los modelos de los escaparates para reproducirlos en otro lugar. Vio algunas tiendas muy interesantes que casualmente salían en su guía. Parecía que aquella calle era frecuentada por jóvenes diseñadores y artista en busca de inspiración y nuevas tendencias y las tiendas se esforzaban por mostrar su cara más “fashion”. Tiendas como “Biffi”, “Bfly” o “Anna Fabiano” representaban esa magnificencia de la alta costura que se expone de forma “má asequible” en la tiendas de la calle. Pero también había algunos tesoos escondidos dignos de mención, y quizá de alguna frase en “el cuaderno feli€z”. Encontró la tienda “ethic”, con maravillosos modelos étnicos de diseñadores menos conocidos pero que habían creado un estilo moderno y muy personal. Era el traje de la mujer bohemia y ecléctica, de la chica que escribe en un parque, de la mujer que viaja sola, de la persona que está segura de si misma.
“haz que tu ropa refleje tu personalidad y no tu dinero”. Nueva frase feliz para su pequeño cuaderno de notas. La gente se cubría de marcas y adornos como se le hace a un árbol de navidad. A veces se decora en exceso y es casi imposible ver el árbol al finalizar la tarea. Lo importante es que cada persona mantenga su esencia, sin importar los adornos que lleve encima.
“Lo importante es seguir siendo árbol, aunque estés desnuda”.

 La tiendas “delicatesen”, ofreciendo sus mejores productos para los paladares más exquisitos; las tiendas de moda en la que algunos nombres conocidos como “Levi´s” o “Custo Barcelona”, llamaban la atención de los turistas españoles, las numerosas trattorias  y osterías típicamente milanesas que a lo largo de los años habían dejado de ser los lugares familiares y sencillos que eran en un principio para convertirse en lugares de moda de alta cocina. Juliett se fijaba en la apariencia de Milan y a la hora de comer había que hacerlo igual. Si el local tenía un aspecto elegante, no sería una auténtica trattoria sino un lugar caro que se había sumado a la moda de llamarse así.

Y allí en la plaza, la vida seguía su camino hacia el atardecer. El sol alargaba la sombra de la catedral consiguiendo un efecto de movimiento, como si el edificio huyese de su propia sombra. Una curiosa analogía con la que comparar el estado de ánimo de Juliett.
Tenía hambre y le apetecía un café pero no estaba dispuesta a gastar diez euros en un café como el día anterior. Ahora volvía a ser “perro flauta” y había que economizar. La respuesta era McDonald´s. Por  mucho dinero que costase seguro que era asequible. Una de las pocas ventajas de la globalización, tener lugares conocidos en cualquier lugar del mundo.  Compró su café para llevar y uno de los trozos de tiramisú también para llevar.
“que viva Milán”.

Se sentó en la escalinata de la plaza del Duomo y disfrutó de la merienda rodeada de las persistentes palomas de la plaza y de los turistas que a veces parecían moverse como polluelos sin cabeza, mirando hacia arriba intentando orientarse.

La contemplación del lugar también le devolvió un reflejo algo más amargo. Y por un momento creyó ver a alguien entre la multitud, esa cara de la que estaba huyendo y que parecía seguirle a todas partes. Pero una ráfaga de viento borro aquellas facciones y le devolvió a la realidad de aquellos desconocidos. No, no era él. No estaba allí y no la seguiría a menos que fuese en su imaginación.  Y ese era un circulo muy peligroso, por ello se esforzaba cada día en olvidar, en olvidarle. Sintió una punzada de pena en el estomago al tomar el siguiente sorbo de café. Y entonces lo supo, no importaba lo mucho que le gustase el viaje, o lo mucho que viajara, o lo mucho que intentase recodar que todo se había terminado y había que seguir adelante, el recuerdo iría siempre con ella. La seguiría allá por donde fuera, de día y de noche hasta que se enfrentara a él. Pero no sabía si tendría fuerzas para ello, aún no estaba preparada. 
Un paso cada día. ¿cuál sería el siguiente?

sábado, 30 de noviembre de 2013

Los viajes de Juliett, Milán y Roma, 9a parte

Salió dispuesta a vivir otro excelente día. Estaba disfrutando cada detalle que la ciudad le brindaba. Esas pequeñas sensaciones que reconfortan a una persona que se siente perdida y busca desesperadamente algo a lo que agarrarse para no caerse. Necesitaba recuperar la ilusión y estaba en el buen camino. Una escapada en solitario había sido la mejor idea que había tenido en mucho tiempo y estaba segura de que le ayudaría a recoger los pedacitos de su corazón y volver a pegarlos. Pero aún no tenía suficiente pegamento para hacerlo, pero todo llegaría. La verdad es que no había pensado siquiera cual sería su ruta, tenía la guía en el bolso pero no la había abierto. Tenía idea de los museos que podía visitar y algunos lugares que parecían interesantes, pero no les quitaría el encanto de ser descubiertos por mirar en su guía. Quería descubrirlos por sí misma. Comenzó bajando por la vía Mario Pagano hasta cruzarse con Corso que la conduciría a la Iglesia de Santa María delle gracie. Un templo de curiosa fachada, ya que parecía estar formado por dos edificios diferentes y de estilos dispares. A pesar del desgaste de los años habían ejercido sobre sus muros, aún conservaba la opulencia y majestuosidad de cualquier edificio religioso, que nunca son el reflejo de la sociedad en la que se construyen al gozar de una abundancia y riquezas que nada tienen que ver con las penurias del pueblo. A pesar de ello, las iglesias son siempre una apuesta segura en cualquier viaje. Monumentos de obligada visita para observar algunas de las obras de mayor reconocimiento artístico. Como “la Última cena”, albergada en Santa María delle Grazie. Su observación se limitaba a los precavidos turistas que reservaban con antelación y que estaban dispuestos a pagar por hacerlo. Juliett pensó que tras la decepción de “La Mona Lisa” en París, no pagaría de nuevo por ver un cuadro a tres metros de distancia rodeada de gente. Pero entrar merecía la pena ver el contraste arquitectónico de la cúpula de Bramante, la pomposidad y exagerada decoración de su nave principal, las capillas de Madonna y Santa Corona,… Juliett pasó con sigilo y cautela a la capilla. A pesar de su falta de creencias, siempre se mostraba muy respetuosa en las iglesias. Se sentó en uno de los bancos al fondo, como en las bodas de alguien a quien no conoces demasiado y donde no quieres destacar. Miró a las pocas personas que había en la iglesia. Algún turista despistado que no sabía por dónde seguir, otros, decepcionados por no poder ver “La Última cena”, y algunas personas que habían decidido empezar su día dedicando unos momentos a la oración. Una mujer se aferraba a lo que parecía un rosario entre sus manos. Sus cabellos estaban cubiertos por una mantilla de fino encaje y estaba arrodillada frente al altar. Parecía estar tan concentrada en sus plegarías que no advertía el ligero tumulto de los curiosos merodeando alrededor. Un hombre entró en el confesionario con aspecto afligido, cargando, posiblemente, el peso de algún pecado obre su conciencia. Una joven madre instaba a su hijo a la oración en un banco cercano. Una monja de solemne hábito, encendía velas en un lamparario. Parecía una Iglesia sencilla por fuera pero repleta de ornamentos en el interior. Juliett repaso durante unos segundos la decoración del lugar, parecía un inmenso árbol de navidad. Lleno de detalles dispuestos sin demasiado orden pero que conseguían formar un todo equilibrado. El hombre salió del confesionario a los pocos segundos, con una triunfante expresión. Había aliviado su conciencia y se disponía a continuar con su vida de pequeñas infracciones. Juliett sonrió ante las paradojas del lugar.

La fe de una mujer que reza y deposita su absoluta confianza en su reclamo en busca de ayuda y consuelo. La liberación moral de un hombre que no podía soportar el peso de sus actos. La madre obligando a un niño a rezar mientras este sólo imaginaba la forma de jugar con alguno de los elementos colocados en el altar. Sería fácil encontrar la fe y mantenerla, sería de ayuda para enfrentarse a los problemas de la cotidianidad, sería un impulso a seguir adelante y no perder la esperanza. Juliett había perdido su fe  no había vuelto a buscarla pero en cierto modo se sentía orgullosa de aquellos que sí la tenían y la practicaban con devoción. Por ahora seguiría su camino in pararse a penar en esa fe perdida. Había mucho más que ver. Tomó la conocida vía Corso Magenta, flanqueada por los “Pallazi”. Una zona popular de Milán, muy transitada y bulliciosa que también despertaba temprano. Las terrazas resguardaban a los turistas bajo sus lámparas térmicas y les acomodaban mientras degustaban sus cafés. La gente en Milán no bebía café, lo saboreaba. Llegó a Vía Carducci para seguir dirección al suroeste y visitar el Museo della scienzia e della tecnología” casa de más de 10000 objetos y curiosidades varias, que albergaba unos preciosos jardines en su interior. Parecía ser día de colegios en el museo, y se podían oír los gritos de profesoras y chiquillos desde el final de la calle, lo cual hizo a Juliett penar si debería entrar o correría el peligro de ser arrollada por algún grupo de escolares. Pero sabía que agradecería la visita a esos jardines y decidió entrar a verlos. Como suponía el exceso de niños en aquel lugar no hizo precisamente las delicias de Juliett, pero la belleza del edificio, el patio, el taller del relojero y algunas de sus curiosidades le hicieron disfrutar de la visita.  
No había reparado en que era la hora de comer y en apenas unas horas tenía que encontrarse con una amiga, o al menos eso esperaba ya que su último contacto había sido hacía algunos días y aún no habían hablado por teléfono. Por ello debía aprovechar esas horas al máximo. Decidió quedarse por la zona del suroeste y visitar algunas de sus basílicas y continuar hacia el centro después de comer. Buscaría un bonito lugar donde observar a la gente y tomar algunas notas para poder recordar los lugares que estaba viendo. Encontró uno de esos restaurantes familiares que tanto le gustaban y decidió que sus piernas no aguantaban más como para seguir caminando. Estaba en una pequeña plaza que parecía más el patio de luces de una gran casa que una plaza pública. A pesar de sr un lugar pequeño, estaba lleno de gente y su trasiego amenizaba la comida. Tomó un plato variado que el que escribiera el menú se tomó la licencia de llamar “lo mejor de Italia”. Plato diseñado para turistas. Mozzarella, pasta, salami, un poco de todo. Juliett pidió que le cambiaran el salami o le aconsejaran algo sin carne. No sabía si era por haberlo pedido en inglés o por su solicitud, pero se ganó una expresión de desaprobación del camarero. Estaba en el país del salami y el prosciutto, claro que fue por la petición de eliminar la carne del plato. Acompaño el plato con un buen vaso de vino tinto, no se podía comer en Milán sin tomar una copa de vino con la comida o un expreso para finalizar. El sol calentaba quizá con excesiva fuerza para aquella época, y brillaba tanto que era casi imposible pasear sin gafas de sol o cubrirse los ojos si las habías olvidado en casa. Disfrutó unos minutos de su café y de la seductora sensación del vino. El efecto de la gente caminando era casi hipnótico. Cuantas historias, cuantos amores y desamores, cuántas vidas estaban pasando ante sus ojos. Persona que avanzaban en su rutina ajenas a unos ojos curiosos que las observaban. La realidad se enfrentaba con la ficción somnolienta de la ociosidad.


Salió dispuesta a vivir otro excelente día. Estaba disfrutando cada detalle que la ciudad le brindaba. Esas pequeñas sensaciones que reconfortan a una persona que se siente perdida y busca desesperadamente algo a lo que agarrarse para no caerse. Necesitaba recuperar la ilusión y estaba en el buen camino. Una escapada en solitario había sido la mejor idea que había tenido en mucho tiempo y estaba segura de que le ayudaría a recoger los pedacitos de su corazón y volver a pegarlos. Pero aún no tenía suficiente pegamento para hacerlo, pero todo llegaría. La verdad es que no había penado siquiera cual sería su ruta, tenía la guía en el bolso pero no la había abierto. Tenía idea de los museos que podía visitar y algunos lugares que parecían interesante, pero no les quitaría el encanto de ser descubiertos por mirar en su guía. Quería descubrirlos por sí misma. Comenzó bajando por la vía Mario Pagano hasta cruzarse con Corso que la conduciría a la Iglesia de Santa María delle gracie. Un templo de curiosa fachada, ya que parecía estar formado por dos edificios diferentes y de estilos dispares. A pesar del desgaste de los años habían ejercido sobre sus muros, aún conservaba la opulencia y majestuosidad de cualquier edificio religioso, que nunca son el reflejo de la sociedad en la que se construyen al gozar de una abundancia y riquezas que nada tienen que ver con las penurias del pueblo. A pesar de ello, las iglesias son siempre una apuesta segura en cualquier viaje. Monumentos de obligada visita para observar algunas de las obras de mayor reconocimiento artístico. Como “la Última cena”, albergada en Santa María delle Grazie. Su observación se limitaba a los precavidos turistas que reservaban con antelación y que estaban dispuestos a pagar por hacerlo. Juliett pensó que tras la decepción de “La Mona Lisa” en París, no pagaría de nuevo por ver un cuadro a tres metros de distancia rodeada de gente. Pero entrar merecía la pena ver el contraste arquitectónico de la cúpula de Bramante, la pomposidad y exagerada decoración de su nave principal, las capillas de Madonna y Santa Corona,… Juliett pasó con sigilo y cautela a la capilla. A pesar de su falta de creencias, siempre se mostraba muy respetuosa en las iglesias. Se sentó en uno de los bancos al fondo, como en las bodas de alguien a quien no conoces demasiado y donde no quieres destacar. Miró a las pocas personas que había en la iglesia. Algún turista despistado que no sabía por dónde seguir, otros, decepcionados por no poder ver “La Última cena”, y algunas personas que habían decidido empezar su día dedicando unos momentos a la oración. Una mujer se aferraba a lo que parecía un rosario entre sus manos. Sus cabellos estaban cubiertos por una mantilla de fino encaje y estaba arrodillada frente al altar. Parecía estar tan concentrada en sus plegarías que no advertía el ligero tumulto de los curiosos merodeando alrededor. Un hombre entró en el confesionario con aspecto afligido, cargando, posiblemente, el peso de algún pecado obre su conciencia. Una joven madre instaba a su hijo a la oración en un banco cercano. Una monja de solemne hábito, encendía velas en un lamparario. Parecía una Iglesia sencilla por fuera pero repleta de ornamentos en el interior. Juliett repaso durante unos segundos la decoración del lugar, parecía un inmenso árbol de navidad. Lleno de detalles dispuestos sin demasiado orden pero que conseguían formar un todo equilibrado. El hombre salió del confesionario a los pocos segundos, con una triunfante expresión. Había aliviado su conciencia y se disponía a continuar con su vida de pequeñas infracciones. Juliett sonrió ante las paradojas del lugar.

La fe de una mujer que reza y deposita su absoluta confianza en su reclamo en busca de ayuda y consuelo. La liberación moral de un hombre que no podía soportar el peso de sus actos. La madre obligando a un niño a rezar mientras este sólo imaginaba la forma de jugar con alguno de los elementos colocados en el altar. Sería fácil encontrar la fe y mantenerla, sería de ayuda para enfrentarse a los problemas de la cotidianidad, sería un impulso a seguir adelante y no perder la esperanza. Juliett había perdido su fe  no había vuelto a buscarla pero en cierto modo se sentía orgullosa de aquellos que sí la tenían y la practicaban con devoción. Por ahora seguiría su camino in pararse a penar en esa fe perdida. Había mucho más que ver. Tomó la conocida vía Corso Magenta, flanqueada por los “Pallazi”. Una zona popular de Milán, muy transitada y bulliciosa que también despertaba temprano. Las terrazas resguardaban a los turistas bajo sus lámparas térmicas y les acomodaban mientras degustaban sus cafés. La gente en Milán no bebía café, lo saboreaba. Llegó a Vía Carducci para seguir dirección al suroeste y visitar el Museo della scienzia e della tecnología” casa de más de 10000 objetos y curiosidades varias, que albergaba unos preciosos jardines en su interior. Parecía ser día de colegios en el museo, y se podían oír los gritos de profesoras y chiquillos desde el final de la calle, lo cual hizo a Juliett penar si debería entrar o correría el peligro de ser arrollada por algún grupo de escolares. Pero sabía que agradecería la visita a esos jardines y decidió entrar a verlos. Como suponía el exceso de niños en aquel lugar no hizo precisamente las delicias de Juliett, pero la belleza del edificio, el patio, el taller del relojero y algunas de sus curiosidades le hicieron disfrutar de la visita.  
No había reparado en que era la hora de comer y en apenas unas horas tenía que encontrarse con una amiga, o al menos eso esperaba ya que su último contacto había sido hacía algunos días y aún no habían hablado por teléfono. Por ello debía aprovechar esas horas al máximo. Decidió quedarse por la zona del suroeste y visitar algunas de sus basílicas y continuar hacia el centro después de comer. Buscaría un bonito lugar donde observar a la gente y tomar algunas notas para poder recordar los lugares que estaba viendo. Encontró uno de esos restaurantes familiares que tanto le gustaban y decidió que sus piernas no aguantaban más como para seguir caminando. Estaba en una pequeña plaza que parecía más el patio de luces de una gran casa que una plaza pública. A pesar de sr un lugar pequeño, estaba lleno de gente y su trasiego amenizaba la comida. Tomó un plato variado que el que escribiera el menú se tomó la licencia de llamar “lo mejor de Italia”. Plato diseñado para turistas. Mozzarella, pasta, salami, un poco de todo. Juliett pidió que le cambiaran el salami o le aconsejaran algo sin carne. No sabía si era por haberlo pedido en inglés o por su solicitud, pero se ganó una expresión de desaprobación del camarero. Estaba en el país del salami y el prosciutto, claro que fue por la petición de eliminar la carne del plato. Acompaño el plato con un buen vaso de vino tinto, no se podía comer en Milán sin tomar una copa de vino con la comida o un expreso para finalizar. El sol calentaba quizá con excesiva fuerza para aquella época, y brillaba tanto que era casi imposible pasear sin gafas de sol o cubrirse los ojos si las habías olvidado en casa. Disfrutó unos minutos de su café y de la seductora sensación del vino. El efecto de la gente caminando era casi hipnótico. Cuantas historias, cuantos amores y desamores, cuántas vidas estaban pasando ante sus ojos. Persona que avanzaban en su rutina ajenas a unos ojos curiosos que las observaban. La realidad se enfrentaba con la ficción somnolienta de la ociosidad.

Algunos caminaban deprisa, quizá para ir a trabajar. Otros, paseaban tranquilos curioseando por las tiendas de souvenirs en busca de algún recuerdo que llevar a sus familiares. Niños con carteras de colegio, madre con carritos de bebé, jóvenes pegados al móvil. Una vida normal que parecía más hermosa que la que Juliett había dejado atrás. Ante el peligro de quedarse dormida y gozar de la típica siesta española en medio de aquella plaza, decidió saldar su cuenta y continuar. Tenía a alguien a quien ver, y quizá alguien nuevo por conocer. Sin perder más tiempo recogió sus cosas, guardo su cuaderno de notas y se mezclo entre la gente, dejando atrás la plaza que desapareció entre la gente como un sueño que se escapaba. Las calles enredadas y la gente desperdigada en ellas ocultaban las calles y las plazas a su paso, de modo que no descubrieses el lugar en el que estás hasta que te había atrapado. Era como descubrir un tesoro a cada vuelta de esquina. Y tenía muchas ganas de descubrir lo que le esperaba a la vuelta de esas esquinas. 








jueves, 28 de noviembre de 2013

El tiempo no lo cura todo

Vivía inmersa en el recuerdo
Y se olvido de vivir
Tras meses de aguardo
Perdió la noción del devenir

Tras muchas noches en vela
Acabó por no dormir
Tras el ayuno de aquellos días
Se olvidó hasta de ingerir

Tras perderle de repente
Se olvidó incluso de querer
Tras muchas mañanas frías
Dejó un día de sentir

Fue su gran amor
Fue su gran dolor
Fue su gran esperanza
Y del Karma una venganza

No tuvo fuerzas para luchar
Sólo se dejó arrastrar
No pudo seguir llorando
Y la vida acabó sollozando

 No quiso intentarlo más
Deseó no haberle conocido jamás
Y en arrepentimiento vivió
Hasta que puso fin a su corazón,

Pues si no podía tenerle

Se dejaría morir para no perderle. 

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los viajes de Juliett, Milán y Roma, 8a parte


La casa de huéspedes dormía plácidamente dejando que la tibia luz del amanecer fuera iluminando las esquinas. Había silencio, calma, tranquilidad. Quizá lo contrario que se esperaría de un hostal de gente joven, pero eso era lo que a Juliett le gustaba. Despertó aquella mañana tan descansada como lo había estado en mucho tiempo. Estaba sola en aquella habitación que parecía más grande que el día anterior. Ya que era para tres personas, había espacio extra para la ropa, las maletas,…la soledad. Se acurrucó entre las mantas apretándolas contra su cuerpo en busca de calor, un calor que echaba mucho de menos. Durante algunos minutos se quedó tumbada con los ojos abiertos. Por un momento sintió el ligero golpe en el estómago al pensar que estaba allí sola. Aquellos días tenía que esforzarse por pensar en ello, pero algunas veces no podía evitar sentir una mezcla de tristeza y nostalgia. No era el hecho de estar sola, sino de estar sin la persona que quería. Pues aunque lo intentase sabía que no podía obviar el hecho de que aquel viaje no llenaría el espacio que se le había quedado en el corazón, pero al menos lo intentaría. Y con ese último pensamiento salió de la cama para decirle buenos días a Milán, al mundo y a su nueva vida.

Hay pocas cosas tan reconfortantes como levantarse de la cama descansada, estirar el cuerpo y asomarse a la ventana para descubrir una maravillosa vista. Corrió las contra ventanas de madera, que preservaban la oscuridad con aviejada apariencia, y abrió la ventana. De dos hojas, nada de correderas ni de ese “intento de ventana” que sólo abre una rendija. La ventana se abría de par en par y dejaba entrar una brisa fresca llena de esencias. Olía a pan recién hecho, olía a café cargado. Sabía a tradición de pueblo, a guiso de la abuela, a flores del jardín. Era una brisa natural y suave, fría por la época del año, que perfumaba la ciudad cubriéndola de sabores y fragantes recuerdos. El sol se abría paso entre aquella neblina que la fría noche había dejado. Sol, un clima fresco y una inmejorable vista de la ciudad. No podía esperar ni un minuto más para empezar el día.




Otro momento importante en todo viaje mochilero es el momento de tomar una ducha.  Nunca sabes lo que te vas a encontrar cuando te adentras en un baño que no es el de casa. Por ello al entrar en un hotel, en un apartamento o incluso en la casa de un amigo, entramos con cautela en el cuarto de baño, estirando el cuello como si nos diera miedo meter todo el cuerpo al mismo tiempo.  Lo cierto es que la casa le había sorprendido por su limpieza el día anterior, pero quizá sólo fue la euforia de estar allí, y el hecho de que no estuvo más de 5 minutos antes de salir a recorrer la ciudad, lo que hizo que viera la ciudad con unos ojos diferentes. Pero aquel alojamiento le sorprendió de nuevo. El baño era sencillo pero muy confortable, todo en blanco y con mampara en la ducha. Eso era lo mejor de todo, no tener que enfrentarse a una mugrienta y pegajosa cortina de ducha.
Después de haber pasado por recepción el día anterior, no había visto a nadie. Le llegaba algún rumor con aspiraciones a ronquido de alguna de las habitaciones pero tan imperceptible que no podría distinguir de cuál. Después de la ducha y de ponerse su disfraz de mochilera, que a veces le hacía sentirse como si acabara de salir del musical “Hair”,  fue a desayunar al pequeño salón. Era una sala fría por el suelo de baldosas y la brisa que se colaba por las puertas de los balcones. Esa misma brisa que arrastraba los aromas de la mañana a través de la ventana de su habitación. Había cinco mesas redondas cubiertas con manteles de flores y sillas de madera a su alrededor. Las mesas eran pequeñas, y seguramente habrían albergado más de un brasero bajo sus faldones en el pasado. Junto a la pared había una máquina de café y una pesada con todo lo necesario para un buen desayuno. El café era aceptable, notablemente mejor que cualquier otra máquina que hubiera probado en España. Y Juliett era casi adicta al café y sabía distinguir el bueno del malo a pesar de que por su economía se decantara por las opciones más asequibles. El aroma del café impregno la estancia de un sabor casero reconfortante. Sobre la mesa había pequeñas cestas de mimbre con galletas, bizcochos, tostadas, mantequilla y mermelada. Todo estaba dispuesto en sobres individuales, seguramente para preservarlo de las toscas manos de algunos avariciosos viajeros. Cada pequeña cesta tenía una servilleta bordada dentro sobre la que reposaban los dulces. Todo preparado incluso para tomar un desayuno a media mañana ya que todo estaba bien empaquetado. Juliett cogió un par de galletas para media mañana, pero según se las metía en el bolsillo con la mayor inocencia se sintió algo mal por hacerlo. Pensó si no sería algo innato en los seres humanos, o al menos en los de carácter latino lo de coger algo simplemente por el hecho de ser gratis. Dejo las galletas y pensó que seguro que encontraría un buen supermercado donde calmar el hambre a media mañana por poco dinero. Tomo su desayuno, sin escatimar en café. Había encontrado un buen libro en el que perder la mirada mientras comía. Estaba en italiano pero era casi todo de fotos de Italia, una joya para la vista. Una recopilación de imágenes en blanco y negro de estilo antiguo con un toque y enfoque muy personales. Un pequeño detalle que inevitablemente podría poner una sonrisa a cualquier día. Una mesa junto a la ventana y una pila de libros alborotado que alguien había dejado durante su estancia allí. Y un cartel que venía a decir que tomases un libro prestado o dejases alguno en su lugar”. Un intercambio de libro, de palabra y fotografías entre desconocidos que sólo compartían la pasión por la lectura y por viajar.

Juliett imaginó donde habrían estado aquellos libros, quizá habían viajado más que ella misma. Puede que hubieran visitado ciudades de todo el mundo, reposado en innumerables cafeterías, aviejado estanterías o dormido en un sinfín de almohadas. La vida secreta de los libros, pensó. Pequeños objetos de infinitas posibilidades que abren la puerta a un mundo sin fin.  No sólo por las historias que sus páginas albergan, sino por los viajes realizados, por las vivencias, las manos, las maletas cruzadas en su camino hasta el siguiente lector. Le pareció una idea maravillosa para conectar al mundo, a través de los libros. Mientras se sumía en sus pensamientos, se fue enfriando el café  el sol infirió con más fuerza en la sala del desayuno. El día le avisaba de que estaba listo para mostrarle Milán de nuevo, desde u clara perspectiva matutina. Juliett recogió la mesa, en deferencia al excelente trato ausente que recibía en aquel lugar y se preparó para pasar otro maravilloso día. No reparó si quiera en que tenía dos ordenadores al lado de la mesa del desayuno. No quería enfrentarse a su email, ni a ninguna forma de contacto internauta que le mostrase la amarga cara de un buzón vació. No tenía fuerzas para enfrentarse a la decepción de no haber recibido el mensaje que esperaba, a no tener ningún comentario de la persona que se colaba sin permiso en sus pensamientos.
No. No iba a desaprovechar su estancia en Milán, no era justo. Aunque la justicia en toda aquella situación de la que quería escapar era un término muy relativo. Nada era justo ya. Nada tenía sentido, nada parecía seguir un orden. Quizá todo volviera a su curso algún día, quizá la pena y la nostalgia desaparecieran en poco tiempo. Quizá algún día conseguiría ver la luz que se escondía tras las sombras de la noche. Pero ahora no podía evitar sentir el peso de la nostalgia, de las preguntas sin respuesta, de la esperanza que se apagaba con el paso de los días. Era un sentimiento latente bajo su piel, que en las noches oscuras parecía quemarle la piel y morderle el corazón. Por ello, cada día, tenía que mirarse al espejo y obligarse a sonreír,  a recordarse a sí misma que era afortunada por muchas razones y que sólo por una persona, no se puede hipotecar la vida para siempre. Se lo debía a su familia, a sus amigos que la apoyaban desde diferentes partes de mundo, a la vía que, a pesar de sus vicisitudes, le había regalado cosas. A veces se sentía como si estuviera en un programa de desintoxicación en el que tienes que esforzarte cada día para no tener recaídas. Ella había tenido una adicción, con nombre, con alma y corazón. Y ahora sólo quería desengancharse.

Tomó su guía de Milán, que nunca llegaba a usar y salió de aquella casa de huéspedes. Se detuvo frente al portón de madera de la calle y aspiro una vez más la fragancia de la ciudad. No había nada que temer, pues después de todo, de una forma u otra, el sol siempre acaba saliendo. Milán la esperaba y pensaba disfrutarlo al máximo