viernes, 31 de octubre de 2014

Je veux

La inercia de sus pasos llevó a Juliett a tomar la línea 1 en iglesia como todas las tardes de lunes a viernes, en las que debía ir a trabajar. Cargaba un pesado bolso que contenía todos los libros y apuntes que necesitaba para impartir sus clases de inglés. Por fin había conseguido un trabajo decente de profesora de inglés en Madrid dando clase a un grupo de funcionarios de 15 personas todos los días que formaban parte del plan de trabajo de la comunidad de Madrid. Por fin un contrato, por fin seguridad social tras muchos meses de dar clases particulares y luchar contra los prejuicios existentes sobre los profesores bilingües y no nativos. Ahora el trabajo la abrumaba y siempre estaba repasando mentalmente el guión de sus clases para que no quedase ningún cabo por atar, ninguna lección mal explicada ni preguntas sin contestar.
Aquella era una tarde especialmente fría. De esas que te hacen dudar si aún sigues en la estación de otoño o ya ha empezado el invierno. Porque, ¿qué día empieza el invierno? El gélido aire enrojecía las mejillas de los transeúntes que aceleraban el paso hacia la estación de metro, a refugiarse en la calidez de sus andenes y vagones atestados de pasajeros.
Juliett se colocó al comienzo del andén por donde saldría en sol. Aquella tarde iba un poco retrasada y no quería llegar tarde a clase, por lo que cualquier segundo ahorrado era importante.  En la estación de sol cambiaría a la línea 3 para ir a Palos de la frontera y dar la primera clase de la tarde a un alumno con dificultades para hablar en público en inglés. De allí se iría a impartir el curso.
Como cada día busco su I Pod en el bolso para evadirse con un poco de buena música y evitar las conversaciones ajenas, las personas hablando por teléfono como si intentasen encontrar eco a su voz y a la música de organillo de los que se suben al vagón en busca de la beneficencia de los hastiados pasajeros. Pero su I pod estaba sin batería. Así que se resignó a concentrarse en repasar mentalmente las clases que tenía que dar y asegurarse de que todo estaba controlado.
El tren llegó con su habitual bufido al detenerse, un resoplo que hacía pensar que hasta los vagones se cansan de vez en cuando después de un día de trabajo.  Como siempre sucedía en aquel andén, la gente se agolpaba contra las puertas deseando entrar o salir, sin respetar aquello de “dejen salir antes de entrar”. Mientras esperaba su turno, Juliett se fijó en que, en la puerta de al lado, aguardaba una chica con una guitarra en la mano sin la funda puesta. Una chiquilla de no más de veinte años que parecía más ligera que la propia guitarra. Sus sencillas ropas tenían una elegante cadencia sobre las escasas curvas de la chica que a pesar de su delgadez seguía conservando la lozanía de la veintena. Sus mejillas también estaban sonrosadas por el frío y le daban un aire inocente. Vestía un sencillo jersey verde, que hubiera estado ajustado a su cuerpo en otra época y que ahora colgaba holgadamente de sus huesudos hombros, unos vaqueros bastante gastados por el tiempo y los caminos recorridos, como los que se hacen ahora de marca con efecto lavado que consiguen que los compradores paguen el doble por unos vaqueros gastados de aspecto andrajoso simplemente porque dicen que están lavados a la piedra y una chaqueta marrón bastante abultada con forro de borreguillo que instintivamente reconfortó a Juliett al pensar que esa muchacha no pasaría frío llevándola. La chica mostraba una frescura en su rostro algo ajada por las dificultades que se presuponía que había tenido en la vida.
Todos subieron al vagón y se esforzaron por acaparar cuanto antes los asientos libres. La joven se quedó junto a la puerta y empezó a rasgar su guitarra con dulzura entonando una melodía que a Juliett le resultó familiar.  La joven empezó a cantar con los primeros acordes una bella canción en francés. Se trataba de “je veux”, un preciosa canción que la muchacha conseguía interpretar con gran emotividad a pesar de la escasa compañía tan solo una guitarra. Juliett se alegró de no llevar su Ipod conectado. Mientras la música y su voz se fundían en una perfecta combinación de sentimiento y armonía, el tren se detuvo en la siguiente estación, en Bilbao, y la muchacha se apartó, sin dejar de cantar, para que los demás viajeros continuasen con su día subiendo o bajando del tren. Mientras subían los pasajeros, la joven miraba con cierto recelo al exterior del vagón, comprobando que no había peligro.  El tren continuó su trayecto fundiéndose en la oscuridad del túnel bajo el embrujo de una voz que arañaba una vieja guitarra española.
Mientras la música seguía sonando, Juliett se fijó en las caras de los viajeros que se agrupaban a lo largo del vagón.
Algunas personas miraban con atención a la joven cantante y preparaban alguna moneda  que darle a la chica al final de su actuación. Ella seguía acariciando los acordes con la ternura de su voz y la elegancia de sus dedos. Sus ojos mostraban los signos del cansancio y unas profundas ojeras. Sus manos, que tan perfectamente coqueteaban con las cuerdas de la guitarra, mostraban unos huesudos dedos con bastantes cortes, algunos recientes y otros más antiguos. Cicatrices que parecían ascender por sus brazos desde las muñecas. Cortes que algunas señoras sexagenarias se esforzaban por atisbar con su habitual gesto de desaprobación ante cualquier chica joven y guapa. Entre las personas que en aquel vagón se esforzaban por empaparse de todos los detalles y chismes de los demás viajeros, se podían ver claramente los siete pecados capitales. Y todos reavivados por la interpretación musical de una joven que cantaba en francés acariciando una guitarra. La avaricia, de aquellos que sujetaban con fuerza su bolos o cartea por si la bohemia artista intentaba saquearle; la lujuria de aquellos que tenían un lecho más fría que el clima de Noviembre; la gula, de los que ante la delgadez extrema de la joven picoteaban su barra de pan hasta dejarla en un currusco; la ira, de los que no apreciaban la música y se concentraban en subir el volumen de sus aparatos de música; la envidia, de las chicas que en el fondo desearían ser como aquella bohemia artista capaz de llamar la atención con tan bellísima voz; la soberbia de las mujeres de gesto torcido que siempre miran por encima del hombro; y la pereza de aquellos demasiado vagos para sacar algunas monedas de su bolsillo. Juliett preparó algunas monedas, con un gesto decepcionado por la escasa calidez humana que se percibe en la sociedad.
La joven recogió las monedas con gratitud al aproximarse a la estación de tribunal, agradeciendo con su acento francés cada aportación. Recogiendo también algunas piadosas sonrisas de los viajeros mas condescendientes. Y encontrándose también con algunos desafortunados comentarios sobre la procedencia de sus cortes y el porqué de su aspecto y su situación. La joven había sido presa de los tópicos en los que prevalecen las drogas y el alcohol como causa de mendicidad.
Todos continuaron su viaje, viendo a la joven bajarse del vagón para meterse en el siguiente y continuar derrochando su talento en oídos sordos y rancia mediocridad.
Juliett se esforzó por seguir escuchando los acordes cada vez más lejanos que viajaban en los vagones contiguos perdiéndose poco a poco en el chirriar de los raíles.
Cuando al día siguiente Juliett tomó el tren con la misma dirección para ir a trabajar, buscó en el andén a la muchacha por si ésta hubiese decidido repetir la ruta del día anterior, pero no la vio. Por lo que prosiguió con su día con cierto desánimo. Había algo en aquella chica que la inspiraba ternura. Desprendía un halo difícil de explicar, quizá de era la simple lástima que sintió al ver a aquella muchacha que parecía una niña buscando protección. Al terminar el día, Juliett se bajó una parada antes de la suya para ir a Starbucks a por una de esas creaciones de café con impronunciables nombres para mantenerla despierte las dos horas siguientes al menos y poder adelantar así algo de trabajo.  Al bajarse en Bilbao, vio a la cantante del día anterior bajando por la calle Fuencarral dirección a Tribunal Posiblemente vivía por la zona o quizá iba a tomar algún otro tren en el que derramar su sesgada inocencia sobre inocuas almas. Llevaba la misma chaqueta marrón y posiblemente los  mismos pantalones gastados acampanados sobre los que salían unas, también gastadas, “punta blanca” de color verde apagado. Llevaba un jersey blanco de cuello vuelto un pañuelo fino alrededor de la cabeza de que sobresalían tímidamente algunos mechones ondulados.
Juliett quiso seguirla y cambió súbitamente de rumbo. No sabía muy bien porqué, simplemente quería hacerlo, quería saber más de aquella joven que tan desvalida se encontraba y, a pesar de las opiniones populares de un puñado de viajeros que el injusto azar colocó de público, Juliett no creía que ella fuera ninguna drogadicta. Quizá era la búsqueda de reafirmarse en su asunción de inocencia lo que la impelía a seguirla. Esa esperanza de que no todo aquel que pide en el metro se lo gasta en alcohol, que hay gente que solo intenta ganarse la vida, que sigue habiendo gente auténtica.
La joven caminaba deprisa a pesar de su escasa masa muscular y de cargar con la guitarra a la espalda. Bajó por la Calle de la Palma justo en frente de Tribunal en dirección al barrio de Malasaña, hasta que se detuvo en el portal de un pequeño café al final de la calle.
 Juliett la observaba con disimulo mientras se fumaba un cigarro en la calle y miraba de vez en cuando el móvil para disimular, como si alguien se fuera a dar cuenta de lo que ella estaba haciendo. Vio que la chica se sentaba pesadamente en una mesa en el rincón y empezaba a sacar algunos papeles y bolígrafo del bolsillo de la funda de la guitarra. Mientras los ordenaba un poco, el camarero se acercó a ella a preguntarle que quería tomar, mirándola con recelo. Tras apuntar la consumición en su libreta y antes de traerle lo que había pedido le pidió que pagase. A la muchacha no pareció sorprenderle este gesto tan antipático pues seguramente debido a su aspecto, esta era la reacción habitual que conseguía. Buscó en su bolsillo y sacó un puñado de monedas, su pequeña recaudación del día. Juntó algunas monedas y se las entregó al camarero que no pareció darle las gracias ni hacer ningún esfuerzo por mostrarse amable. Juliett sintió una punzada en el pecho al ver la poca compasión de la gente, los prejuicios que ciegan sus ojos. Juliett entró también en el café. Seguro que sería más barato que Starbucks. Mientras tomaba asiento en la barra vio el contenido de la bandeja que el altivo camarero llevaba a la joven que ya estaba escribiendo afanosamente sobre sus trozos de papel, lo que parecía la letra de una canción. Un café y un pequeño bocadillo, la oferta de la merienda por dos euros. Juliett notó que se le encogía el corazón al presenciar a aquella talentosa chica recorriendo el metro para poder comprar algo de comer. Juliett pidió un café para llevar y salió del café. No tenía más tiempo y empezó a darse cuenta de lo ridículo de la situación.
Cada día buscaba con la mirada a la chica en los andenes del metro, esperando que aquellas notas francesas la embaucaran de nuevo.
Un día el aire caliente del metro traía el rumor de una suave melodía. Subió al vagón y encontró a la joven artista entonando “La Boheme”, la gran canción de Edith Piaf, que siempre le había encantado. La dulzura rasgada de dolor que la gran Edith conseguía en cada actuación, era interpretada a la perfección por aquella chica desconocida a los ojos del mundo. Juliett no tenía que trabajar y de nuevo decidió seguir a la joven. Empezaba a imaginar los motivos por los cuales se veía allí tocando para un público tan desagradecido.
La chica se bajo de nuevo en tribunal y Juliett decidió seguirla. Pensando que iría al siguiente vagón en busca de la generosidad de algún otro pasajero. En su lugar se dirigió a la salida. Primero fue hasta una pequeña pizzería donde vendían porciones de pizza recién hechas por un euro con cincuenta. Mientras comía su porción de pizza se encaminó de nuevo hacia la calle de la palma donde el primer día que la siguió, había entrado al rancio café. Esa tarde de sábado la muchacha continuó calle abajo hasta llegar a un gran edificio gris de aspecto desangelado en el que sólo se leía “Centro Social de la Comunidad de Madrid”. Juliett pensó que quizá aquellas señoras que habían tachado a la cantante de drogadicta y alcohólica podían tener razón. Quizá no era culpa de nadie más que de sí misma el que se viera mendigando en el metro, quizá el dinero que sacaba cada día vendiendo su voz a esos oídos tan ordos le servía para pagar la vida de vicio en la que se había metido. Pero quizá…
Juliett entró con recelo al centro, intentando parecer que sabía a dónde iba. Vio que la chica desaparecía tras una puerta  doble con paso raudo. Juliett se acerco a la ventana y finalmente vio lo que se escondía tras esa puerta. Vio una gran sala con largas mesas alineadas con sillas de fornica que parecían haber soportado el peso de muchas almas, un largo mostrador que tenía delante y una gran abertura en la pared de al lado por donde se podía distinguir una cocina. Desde la ventana no veía por ningún lado a la chica, sólo veía a un puñado de personas repartidas por las mesas que comían acompasadamente un plato de sopa caliente. Otras, que hacían de aquel lugar tan frío una estancia bulliciosa y cálida, Hacían cola frente al mostrador, esperando pacientemente su turno para recoger su plato de comida. Pudo ver familias enteras que estaban allí comiendo, personas mayores a las que la vida les había dado más de un revés, chicos jóvenes de piel oscura que tenían su organillo a los pies mientras comían. Casi pudo reconocer alguno de los rostros que allí había.
Allí, el muchacho de la línea siete que caminaba con una muleta pidiendo en el metro; allí, la señora mayor que tantas veces paseaba su carrito de la compra por las calles rebuscando en las papeleras; l varios músicos que habían amenizado los trayectos de tantos viajeros. Todos arañando unos pocos céntimos de los bolsillos ajenos.
  Nadie hablaba demasiado, pero se intercambiaban muchas miradas.  Miradas de lástima y nostalgia, posiblemente por todo aquello que habían perdido; miradas de resignación porque ahora mismo esa era la realidad, la única realidad que tenían; miradas de ánimo de padres a hijos que esperaban silenciosamente poder dar un futuro a los pequeños. También pudo ver los discretos gestos que tenían unos con otros. Los que ayudaban a una mujer a traer la comida de sus hijos, los que cedían su sitio a las personas mayores, los que compartían el poco pan que les tocaba en su ración. ¿Cómo era posible que en aquella situación tan precaria hubiera espacio para la caridad. Pues la había. Y allí no vio la soberbia de señoras altivas, no vio el miedo a ser robado de señores trajeados, no vio envidia en los ojos de nadie, pues no tenían nada que pudiera ser envidiado.
Mientras Juliett analizaba las diferencias entre aquellas desalmadas personas del vagón de metro que hacían caso omiso a la petición de ayuda de una pobre muchacha, y aquel comedor social que, aún albergando gente que no tenía nada, parecían ser los más ricos del mundo en espíritu, vio finalmente a la chica. Salía de la cocina hacia el mostrador cargando una pesada fuente con algún plato humeante que parecía un guiso de carne. Llevaba en su mano un cuchillo bastante largo. Juliett no podía oírla, pero se la intuía comentado algo con otra de las colaboradoras que ya estaba en el mostrador. Le estaba enseñando sus cortes en las manos y señalando los terribles cuchillos que tenía en esa mano tan temblorosa.. La otra mujer le rozo el hombro para confortarla y le cambio el puesto. La joven ya no estaría haciendo los corte de pan o carne, al menos aquel día y estaría sirviendo la sopa. Juliett observó en silencio como aquella ojerosa cantante que dedicaba su bella voz a los viajeros de un angosto tren cada día, servía comida a gente que no estaba en una situación muy diferente a la suya. Les entregaba su plato de sopa caliente con una leve sonrisa, todo lo que su cansancio le permitía, y sin poder evitarlo notó como los ojos se le empañaban. De pronto Juliett notó que alguien le tocaba el hombro y se volvió sobresaltada. Un hombre joven y bastante bien vestido se encontraba con un pañuelo en la mano frente a ella.
-¿podemos ayudarla en algo?- preguntó el muchacho mientras Juliett se fijaba en la tarjeta de identificación que tenía prendida de su jersey. “coordinador de voluntarios”.
-sí,-dijo Juliett levantando los ojos de nuevo hacia él- Me gustaría saber qué tengo que hacer para ayudar como voluntaria en este centro-

La vida a veces parece plantear dilemas difíciles de resolver, problemas que no parecen tener solución. Todos vivimos la crisis, los recortes, la desmoralización social, las huelgas y el general descontento que asola los comercios, las empresas y los hogares. Todos miramos los descuentos en el supermercado y apuramos los cupones de ahorra, lo que sea para que la cesta de la compra no valga tanto como un carro. Miramos los precios, las condiciones de todo y la letra pequeña. Nos lo pensamos dos veces antes de comprar, pues nadie está para derrochar. Todos tenemos que abrir los ojos a la realidad que tiñe de gris nuestra cotidianidad.
Aquel día Juliett Abrió los ojos un poco más. Aquella muchacha anónima que el destino había puesto en su camino, no era una simple desconocida. Fue quién, con su preciosa voz, la condujo a un lugar donde poder ver de verdad la realidad. Donde otras muchas personas luchan cada día, no por tener un futuro, sino por tener un presente.  Gente que no miraba el precio de la ropa, porque la pedía en algún convento; gente que no usaba cupones de ahorro, pues comía en un comedor social. Gente pedía en el metro, que tocaba en sus vagones, que huía de las miradas de desdeño. Y también gente, como aquella cantante, que por muy desesperada que fuera su vida, sacaba tiempo para echar una mano a los que estaban aún peor.

Aquella compasión hizo comprender a Juliett lo afortunada que era y sus pequeños problemas se disolvieron en aquel mar de fraternidad. El destino mismo había hecho que se olvidara de sus propias preocupaciones y como agradecimiento, devolvió el favor ayudando a aquellas personas que tanto necesitaban de la caridad de los demás. Y a partir de aquel día, todas las mañanas iba al centro social a ayudar en lo que podía. Aquel viaje en metro le había mostrado una vida distinta. Y se sentía la persona más afortunada del mundo. 

https://www.youtube.com/watch?v=Tm88QAI8I5A

sábado, 25 de octubre de 2014

cuentos

Aún recuerdo la primera vez que me llevaron a su casa. Estaba algo nerviosa pues no sabía a quién me iba a encontrar. Eran los típicos nervios de una primera cita. Sólo que en este caso me iban a abrir la puerta a una familia entera.  Yo iba envuelta en mis burbujeantes transparencias y esperaba causar una buena impresión. En cuanto se hizo la luz pude ver un hermoso salón, de estilo clásico, uno de esos con suelo de madera por el que ya han pasado muchos tacones. Pero la habitación estaba impecable, con flores en el centro de la mesa de comer, con visillos blancos en los ventanales, justo para no dejar ver demasiadas intimidades. Un gran sofá dominaba la sala escoltado por dos sillones que habían perdido los oídos a manos del diseño moderno y que esperaban ansiosos mi llegada. La tapicería estaba algo gastada y los cojines desordenados por lo que pensé que seguro que había más de un niño o quizá un perro que se divertía armando algo de jaleo.
Oí que alguien salía de la cocina con su delantal a la cintura, mientras se secaba las manos con un paño de rizo. Era la madre, que arrastró su mirada cansada por cada centímetro de mi cuerpo hasta que finalmente se giró hacia su marido y a su hijo para darles el visto bueno a su elección.
Por el pasillo a mi derecha, uno de esos largos a los que llamaban distribuidores, oí como venían corriendo una niña y un niño que arrastraban sus curiosos dedos por el “gotelé” de las paredes.
Cuando los cinco estaban en el salón, me ayudaron a quitarme las numerosas capas que me abrigaban y me acompañaron al lugar donde descansaría. Mi lugar dominaba la sala tanto como el de los sofás, desde ahí podría contemplar el día a día de la familia, ahí empezaría a formar parte de su vida.
Nunca olvidaré aquellos primeros días en la casa, contemplando a los niños que escuchaban atentos mis cuentos y fantasías; los torpes movimientos de Kike, el hijo mayor, bailando al son de mi música. Las perezosas mañanas hacendosas de la madre charlando conmigo sobre cocina y consejos varios para el ama de casa.
Recuerdo tener a toda la familia atenta a mis historias, mis cuentos y comedias por la noche. Ratos domésticos deliciosos.
Los años pasaron y les tomé tanto cariño que realmente me sentí parte de ellos. Vi a los niños crecer, a los padre envejecer y a los días pasar sin que hubiese uno solo en el que no me dedicasen un buen  rato de su atención.
Pero parece ser que, como tantas cosas en la vida, nada es para siempre. Todo se acaba y pocas cosas permanecen. Recuerdo el día en que vi entrar a..."la otra". El nuevo y renovado miembro de la familia que estaba dispuesto a ocupar mi lugar. Más moderna, más esbelta, un perfecto ejemplar de elegancia. No pude hacer nada para remediarlo, de un día para otro me vi desplazada en un rincón, esta vez sin ninguna capa que me protegiera durante ese viaje que estaba a punto de empezar.
Y es que a veces la gente deja de sentir interés por las cosas, o bien las olvida, o simplemente se pasan de moda. Y que al igual que tantos otros objetos que forman parte de la vida de las personas y perecen con el paso del tiempo y los cambios de la vida. Y una televisión como yo puede ser reemplazada de un día para otro aun habiendo sido parte de una familia.

Belén Gamo

(Juliett París)

martes, 14 de octubre de 2014

Deseo de escribir

Hacía meses que las teclas de su ordenador yacían inertes,  acumulando polvo y recuerdos olvidados. Meses en los que Juliett había dejado de sentir las ganas, el impulso, el deseo por retomar aquellos garabatos léxicos que ahora dormían en las entrañas electrónicas de aquel aparato. Un viejo ordenador, al que  le costaba marcar la Ñ, al que le resultaba difícil mantenerse frío,  testigo  de proyectos, de relatos inacabados, del caótico orden que marcaba su vida. Ese ordenador que veía languidecer sus teclas, oscurecerse su pantalla y empolvarse sus relatos.
Habían sido meses oscuros para Juliett. Perdidas, lágrimas y despedidas. Sentimientos que en otros tiempos consiguió convertir en algunos de sus más hermosos poemas, parecían haberse ahogado en un mar de negación y supervivencia. Era quizá el miedo quien paralizaba sus dedos, quien le quitaba las ganas y le robaba el deseo. El miedo a descubrir que el dolor seguía latiendo bajo su piel, el miedo a no saber cómo contarlo, el miedo a no encontrar la inspiración. Tenía miedo de muchas cosas, pero por encima de todo, tenía miedo a descubrir que no tenía talento para seguir dedicándose a lo que más le gustaba; escribir.
Por ello había dejado de lado aquel ordenador que tantas ilusiones albergaba, que tantos trabajos mantenía en “standby”.
No fue hasta aquella mañana cuando algo cambió de pronto. Hay gente que dice que es  un rayo de sol, o la calma tras la tormenta, o el amanecer tras una noche de vueltas, lo que finalmente trae la paz y la claridad mental.
Aquella mañana no había sol, ni un alba clara, ni siquiera sentía la calma de un perezoso domingo. No, solo había silencio en la habitación, en su cabeza. Un silencio solo roto por el burbujeo de una lejana cafetera y las chispas de un cigarrillo suicidándose en sus labios.
Juliett miró por la ventana donde un cielo muy inglés la esperaba. Uno de esos cielos que se presentan poderosos y amenazantes. Y entonces lo empezó a sentir. Un ligero cosquilleo en los dedos, un latido algo más fuerte, una sensación de impaciencia, como la de quien espera a que arranque la tormenta.
La cafetera escupió su humeante elixir al tiempo que cayeron las primeras gotas tras la ventana.
Y embriaga por el aroma del café, el frescor de la lluvia y la fuerza de aquella tormenta, Juliett, por fin, abrió aquel olvidado ordenador y comenzó a escribir.
Tenía la determinación de convertir aquellos meses oscuros, aquel vacío emocional, aquellas experiencias que aun se antojaban dolorosas en algo brillante. No sabía si disponía del talento, de las herramientas o siquiera del humor adecuado, pero de sus dedos empezaron a brotar las palabras, las ideas se agolpaban en su cabeza y por primera vez en mucho tiempo recuperó aquellos olvidados sueños. Sus entumecidos dedos cobraron fuerza y determinación, y con cada frase que puntuaba, con cada exclamación, con cada nota escrita al pie de página recuperaba un poco la ilusión.
Los días iban pasando, con escasas horas de sueño, con muchas tazas de café aún por fregar, con muchos cigarrillos malgastados, y con largas noches sin poder dejar de crear.
Y pasados unos días, cuando lo escrito ya tenía forma, se vio esbozando una sonrisa y pensando en esos ansiados momentos que todo futuro escritor desea vivir. Ese momento en el que un libro está terminado, en que alguien te ofrece publicarlo, en que lo presentas ante un público interesado. Esos deseos de grandeza cuando las dudas se disipan, y los sueños parecen cumplirse.
Juliett se concedía el gusto de imaginar ese día, fruto del esfuerzo y la dedicación, de un largo proceso que finalmente tendría su recompensa. Se imaginaba contestando preguntas, intentando omitir el gran esfuerzo que siempre supone escribir, hablando de su pequeña creación, de su pequeño  logro. Y se imaginaba a veces las posibles preguntas a contestar, cuando su imaginación volaba muy lejos.
“y si tanto cuesta escribir, si tanta frustración, esfuerzo, dedicación, y a veces sufrimiento conlleva. Además de las dificultades de un mundo cambiante, inmerso en las nuevas tecnologías donde parece que los libros apenas tienen cabida, ¿porqué escribir?
Y la respuesta sería tan clara. Allí no habría dudas, ni falta de ganas, ni miedos.
“por el deseo de escribir”

Juliett París

domingo, 27 de julio de 2014

La chocita del Loro, para no parar de reir

Otra alternativa para huir del calor del verano y de los dramas cinematográficos que parecen colmar las pantallas de los cines este verano, es disfrutar de un buen rato de risas en La Chocita del Loro, lo que se suele llamar comúnmente "el club de la comedia". Un variado grupo de monologuistas populares como Santi Rodríguez, Bermúdez o Juan Aroca, forman parte del gran elenco de actores que aseguran las risas durante todo el espectáculo. La última visita fue para escuchar a Alex clavero, treintañero algo desarrapado que parece acabar de salir de algún antro de Malasaña capaz de ganarse al público nada más empezar. Álex representa "Ríete tú de antaño". Un monólogo de casi dos horas en el que revives a cada instante los enternecedores momentos de la infancia. La nostalgia juega n papel importantísimo en la función, haciendo que los espectadores vuelvan a sentirse como niños en pleno crecimiento recordando los grandes momentos de la vida. Las primeras citas, las regañinas de las madres con la zapatilla en mano, la curiosidad por todo, las vagas explicaciones de los padres ante los temas incómodos, y todas aquellas frases celebres que los padres nos han dicho en algún momento durante nuestra infancia; detalles que hacen que hasta el más heterogéneo de los grupos se sienta un poco más unido. Pues, más allá de la procedencia, estado o edad, parece que todos hemos vivido esos momentos tan definitorios mientras crecíamos.
Un viaje hacia la infancia a través de la nostalgia sin olvidar las comparaciones con la vida actual. La fiebre de internet, las tabletas, y el resto de aparatos tecnológicos que se supone que hacen la vida más fácil sin los que no podemos vivir, pero que jamás necesitamos cuando éramos niños. 
Una discreta llamada a la reflexión en cuanto a la simplicidad perdida, la falta de comunicación que parece estar muriendo a manos de "What´s app". 

Un rato de lo más divertido con una atmósfera especial. El teatro no está distribuido en filas de butacas sino en pequeñas mesas de bar con sillas, ciertamente agolpadas para dar cabida a todos los espectadores. Durante el espectáculo se puede disfrutar de una copa y un aperitivo, o varios, y amenizar aún más la velada. Si ya se pudiera fumar en el teatro, sería el plan perfecto. 



http://www.lachocitadelloro.com/monologuistas.php

La follie, cabaret a buen precio en Madrid


La amplia variedad de actividades culturales, puede hacer que a veces falte tiempo para hacerlas todas. Las páginas de internet como Atrápalo ofrecen grande descuentos para los más avispados que no quieren renunciar al placer de una buena obra o espectáculo, pagando no demasiado dinero. El último de los hallazgos fue el cabaret "La Follie". Una alternativa al teatro que suele ser una de las mejores opciones para aquellos que no están especialmente interesados en las artes escénicas y que no soportarían la declamación clásica en un escenario. La combinación de bromas, monólogos, bailes y acrobacias aseguran que hasta los más escépticos que no conciben más butacas que las del cine, pasen un buen rato. Un pequeño grupo de artistas, capitaneado por el presentador que hace las veces de maestro de ceremonias francés dando ritmo y dinamismo al show, se encargan de que el espectador no se aburra en ningún momento. Un ligero toque de erotismo, coreografías muy ensayadas, humor y sarcasmo bañados por las luces del Cabaret y la música francesa. Quizá la atmósfera no consigue transportarte exactamente al "Moulin rouge" de París, pero bien podría acercarte a los decadentes Cabarets del Berlín de antes de la guerra. Un estilo decadente y desgastado, la interpretación de los actores y la puesta en escena convierten el espectáculo en una buena opción para empezar el fin de semana. 
Por unos doce euros se puede disfrutar del espectáculo en el teatro Príncipe Gran Vía.





Y añadiendo unos euros más, encaminar la noche hacia la madrugada con un cóctel en " La Galería". Un  coqueto bar de copas en la calle "costanilla de los ángeles con combinados desde 6 euros, con buen ambiente y mejor música. Uno de esos sitios en los que aún se puede escuchar música y disfrutar de la compañía si desgañitarte al hablar con tu acompañante. 


http://madrid.salir.com/la_galeria_calle_del_costanilla_de_los_angeles_9

Aranjuez, plan dominguero por poco dinero

Las visitas de amigos de otros países siempre son complicadas de planear, hay que planear algo original, divertido y posiblemente de bajo presupuesto. Madrid, siendo una gran ciudad ofrece a sus visitantes innumerables opciones de ocio. Desde teatro, cines, o espectáculos varios hasta la más variada oferta gastronómica. Pero cuando dichos visitantes no hablan español, la oferta se reduce bastante. Pues no es demasiado oportuno llevarles al teatro o al cine para no enterarse de nada. Por lo que el clásico plan de recorrer la ciudad puede ser una buena opción, pero someterles a las altas temperaturas, las colas y los largos paseos bajo el sol, acaba por ser una mala idea. Por ello, hace poco, cuando unas amigas de Londres vinieron a pasar el fin de semana, pensé en algo original que no implicase ningún largo paseo bajo el sol, y proponerles algo más que un tapeo. Plan dominguero baratito en Aranjuez. Uno de estos lugares próximos a Madrid de los que oyes hablar, pero que a sea por su cercanía, por el hecho de que "siempre están ahí", o por pura pereza, nunca había visitado. 
A un corto trayecto en tren desde Atocha podemos encontrar este pequeño municipio atravesado por los ríos Tajo y Jarama y cuyo paisaje fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2001. 
Destacan en la ciudad El Palacio real, que por uno 10 euros ofrece visitas guiadas por las habitaciones y salones del que fue hogar de Carlos V y Felipe El Hermoso. Situado a orillas de Tajo y mantenido por el patrimonio nacional español, combina la sobriedad de su fachada con la exuberancia de las estancias interiores como sus salones de música, vestidores y dormitorios. Estancias decoradas en diferentes estilos que combinan la artesanía de ascendencia morisca con el clásico estilo renacentista francés. Salones con tapices y alfombras hechas a mano, mobiliario de madera maciza, relojes de oro, frescos en las paredes. Una decoración de cuento de hadas en cierto modo deslucida por todas las protecciones y medidas de seguridad que intentan preservar estos tesoros del paso del tiempo y de las curiosas manos de los visitantes. 
Destacan también los jardines de palacio, especialmente hermosos en primavera que se encuentran bordeados por el río y decorados por fuentes representando diferentes escenas de la mitología griega. El jardín de las estatuas, el Jardín del Parterre o el Jardín de la Isla que rodean el palacio hacen destacar aún más la grandiosidad del Palacio. 




Tras un ligero paseo por el municipio y los jardines y antes de que el calor deje al caminante al borde de la deshidratación,  se puede tomar el barco "curiosity" que recorre durante 45 minutos el rio Tajo, ofreciendo refrigerios a los pasajeros y algunos juegos y actividades para amenizar el recorrido y dar a conocer la historia de la ciudad. Reservando en internet en ticketea.com se puede disfrutar del recorrido, con bebida incluida, por sólo 12 euros. 



Tras el paseo en barco, buscamos un lugar para comer, Aranjuez, como es de esperar en cualquier ciudad de Madrid, afloran los bares y restaurantes. Y en domingo, son muchos los que dedican el día a la captación de clientes a las puertas de los locales ofreciendo sus mejores descuentos turísticos a cualquier viandante. 
Amplia variedad gastronómica, sin olvidar sus productos estrella, los espárragos y las fresas, típicos de la zona. Ingredientes que se encuentran en innumerables platos combinados de las formas más originales. 
Como no podía ser de otra forma, como cualquier visita cultural por los pueblos españoles, el día no podía terminar sin la obligada visita a las iglesias, que en España suelen ser tan comunes como los bares. 
Y tras disfrutar de la ciudad, el barco, y la arquitectura del casco antiguo tomamos el tren de vuelta a Madrid, habiendo aprovechado el día al máximo. Plan de domingo a 30 minutos de la capital y por poco dinero 

Destacan también El Casino, La Plaza de Toros, le Mercado de Abastos, El teatro Real y  el estanque. Todo ello forma parte de la oferta cultural de la ciudad para asegurar al visitante un día completo. 
Es especialmente recomendable, para los que gocen de todo el fin de semana, tomar "El tren de la fresa", una réplica exacta del ferrocarril que hacía este recorrido entre Madrid y Aranjuez inaugurado por Isabel II en 1851 y que recrea el ambiente de la época. Actores vestidos de época interactúan con los pasajeros durante el trayecto, en el que se aprenden además todas las curiosidades sobre este recorrido ferroviario. 
El tren no circula durante todo el año y es aconsejable reservar los asientos con antelación. El recorrido conecta "el Museo del Ferrocarril" en Delicias, Madrid, y Aranjuez y permite remontarse al siglo XIX y sentirse como un comerciante más sentado en sus antiguos asientos de madera. 

Una opción más para no desaprovechar un día de domingo. 
 http://www.elcuriosity.com/
http://www.aranjuez.es/

martes, 10 de junio de 2014

Desayuno literario con Jorge Bucay


Me embargó la emoción mientras surfeaba por la página "atrápalo" y vi una de las más exitosas producciones del Teatro Cáser Calderón de Madrid, "los desayunos literarios". Un ciclo de conferencias informales con autores consagrados de la literatura moderna en España. El último desayuno organizado para cerrar este ciclo de encuentros matutinos, corría de la mano de Jorge Bucay. 
Autor de libros como "el camino de la felicidad" "Cuentos para pensar” “20 pasos hacia delante” o “recuerdos para Damián”, presidiría el último “desayuno” de aquel ciclo. Inevitablemente compré la entrada, tratándose de uno de mis autores favoritos.
Jorge Bucay es el hombre de las mil profesiones. Ha sido desde taxista a jugador de futbol, pero su fama llegó cuando desde su consulta de psiquiatría decidió escribir libros de autoayuda para seguir con ese proceso de curación mental que tanto hace falta a la gente hoy en día. Estudió además de medicina, diferentes cursos relacionados con los problemas mentales para hacer de sus terapias una auténtica salvación para sus pacientes. En la eterna búsqueda del rumbo vital, experimentó con otras profesiones y estudios pero finalmente se consagró como terapeuta y escritor. Sus libros han recorrido el mundo, igual que el propio autor que hace conferencias y charlas por países como Rusia, Estado Unidos y por supuesto España.
Un evento de visita obligada.
Lo que “atrápalo” no te cuenta es que estos encuentros, a pesar de ser para cualquier persona que quiera asistir, están orientados a la difusión de la lectura entre los jóvenes. Por ello no fue de extrañar que entre algunos incrédulos espectadores, se agolparan decenas de estudiantes de instituto domesticados por pacientes profesores que con sus preguntas escritas, se sentaban divertidos en el patio de butacas del primer teatro de su vida. Una excusa para saltárselas clase, que siempre resulta una gran idea.
Tras la presentación y explicación ciertamente pedante del director del teatro que dirigiría la conferencia, aun habiendo llegado de Las Vegas ese mismo día y teniendo que partir hacia Londres en unas horas, disfrutamos al fin de la presencia de “el bueno de Jorge”. El señor Bucay, a pesar de gozar de fama y fortuna, se mostró tan cercano y campechano como si de tu abuelo se tratase. Entre bromas y sarcasmos llevo la conferencia a emocionales momentos en los que incluso el público rompió a llorar.  
La búsqueda del sentido de la vida, la plenitud espiritual, la aceptación de la persona, la solidaridad convencida o la resolución de los problemas y cómo afrontarlos, fueron algunos de los temas a tratar entre preguntas del público y las propias del autor que dejaba en el aire.
Le momento más emotivo tuvo lugar durante la reproducción del video “Hand in Hand”, el cual, sin revelar detalles, es un claro ejemplo de la superación de los obstáculos que consiguió dejar a la audiencia sin palabras.
Dos horas de encentro que se hicieron cortas gracias a la amabilidad de la cautivadora voz de Jorge, que dirigió la conferencia haciendo que todo el público se emocionara con sus palabras.
Altamente recomendadas sus lecturas y sus cuentos, te llegarán al alma.


 Video "Hand in Hand"
https://www.youtube.com/watch?v=LnLVRQCjh8c


Lecturas de Jorge Bucay

https://www.youtube.com/watch?v=HnNHqyjFp0E

https://www.youtube.com/watch?v=YNC-oijCKf0

Beefeter London District, en Madrid

En un intento por empaparme de mis añorados aires londinenses, me aventuré a tomar parte en el evento " Beefeter London district". El programa previsto para la ocasión prometía. Un par de conciertos, actividades y un "lay out" original, ya que todo estaba organizado y presentado en containers metálicos de esos que se cargan en los barcos de carga. Todo luciendo el inconfundible rojo típico de tanto souvenirs y recuerdos de la capital anglosajona. Una ambiciosa propuesta que ocupó un gran espacio en el programa de noticias de una cadena de televisión en uno de esos días en los que las noticias parecen ser tan vacuas como los reporteros que las siguen. Pero la efusividad de la reportera me hizo pensar que podría disfrutar y empaparme de mi querido Londres por un rato. Ya imaginaba una cafetería donde tomar una buena taza de té, un trozo de "carrot cake", o quizá oler de nuevo el grasiento y delicioso "fish and chips". Pero nada más lejos. 
A pesar de su ambicioso programa de conciertos y actividades, sus 20 containers y la promesa de productos típicos de Londres, el evento no alcanzó a satisfacer ni de lejos las expectativas. 
Ahí, en la "estación del Norte de Príncipe Pío, ardían bajo el justiciero sol que asola Madrid estos días, unos contenedores rojos, unas sillas plegables y unas cuantas  botellas de ginebra. 
Cada unos de esos contenedores mostraba los famosos productos "vintage", que es el nombre que las cosas viejas o desfasadas han adquirido para justificar los precios desorbitados. Quimonos de diseño imposibles de usar, o de pagar; pequeños souvenirs a precio de jarrón chino de porcelana; un bar al más puro estilo chiringuito de playa con bebidas subidas de precio y escasas en alcohol y mucha pero mucha pretensión. 

Aquellos feriantes exhibían sus mercancías sudando bajo el sol, en un intento de hacer negocio o al menos de entretener a los valientes que aguantaban el calor esperando a ver el espectáculo prometido. Éste consistía en una demostración de la elaboración de unos Gintonics, que tan de moda se ha puesto. Aún recuerdo cuando mi padre tomaba un Gintonic en verano cuando estábamos de vacaciones en la playa, una bebida típica y tópica que parece haber renacido en los últimos años y se ha convertido en lo que ahora llaman "trending topic". La cultura del Gintonic, no trata de ofrecer simplemente una bebida refrescante sino de introducir al consumidor casi en una filosofía. Ahora en los bares de Huertas hay que ver una carta de Gintonics, elegir la ginebra, la tónica, la fruta, las especias y hasta el color de la pajita. En fin, otra de esas modas pasajeras que ahora parece estar muriendo a manos de los mojitos, a los que seguirán las caipiriñas o alguna otra genialidad envuelta por algún ingenioso publicista. 
A parte de semejante despliegue para satisfacer a los paladares más expertos, o a los gorrones más enterados en las cosas gratuitas que ofrece Madrid, Algunas actividades como los retratos o la música, hacían soportable el sofocante calor. 

Aparte de ello, una gran decepción por la escasez de variedad, los precios elevados y la pretensión de los que intentaban colocar sus exquisitos productos a precios fuera de lugar. 
Otra muestra de lo engañosa que puede ser la televisión, que magnifica cada evento dando publicidad al mismo. Al final sucede lo mismo que en los restaurantes de comida rápida, "cualquier parecido con la foto es pura coincidencia".

Tendré que volver a Londres pronto, pues es inimitable.   


lunes, 9 de junio de 2014

La vida es sueño, teatro Victoria

Emplazado en el corazón de Madrid, en la singular calle del Pez, el teatro Victoria abre sus puertas a todos aquellos sedientos de cultura a precios asequibles. Claro que la razón de precios tan adaptables a cualquier bolsillo, reside en la simplicidad del lugar y la notable falta de medios que sus actores saben compensar con buenas representaciones de las obras "de toda la vida". Un elenco, poco conocido, que mezcla a actores con sobrada experiencia, con otros más jóvenes que saben aprovechar los escasos medios de los que disponen para proponer sencillas pero impactantes puestas en escena. 
Obras interpretadas bajo las luces de la tradición desarrolladas con la innovación propia de las compañías más alternativas. 
Su última apuesta "La vida es sueño", es representada, producida y dirigida por los que mismos que a su vez revisan los textos, los versos y asisten al director. Una especie de familia que va cambiando de traje, posición y texto para llevar a cabo una representación bastante diferente de lo que uno puede esperar de una obra de tal reconocimiento. A pesar de los escuetos, o casi inexistentes medios con los que cuentan que apenas dan para un par de sillas y un candelabro durante toda la obra, los actores representan con agilidad y encanto personal los famosos versos de Calderón, consiguiendo, como era de esperar por otra parte, que el público murmure "y los sueños, sueños son", al tiempo que el actor. 
Segismundo, representado por Sergio Requis, hace un espectacular papel en esta obra. Haciendo que incluso los más jóvenes e imberbes allí presentes, permanecieran atentos al espectáculo. 


Como suele pasar con los espectáculos de bajo coste, la afluencia de adolescentes arrastrados por profesoras bohemias, es inevitable. Dejando aparte el público, que pasó la mayor parte del tiempo mandando "what´s apps" y el hecho de que el teatro es tan grande como la sala de juntas de algún edificio de la capital y la "cafetería" es una máquina de bebidas,  La obra consiguió satisfacer a todos y recibió el aplauso general. Para más información visitad:

http://www.teatrovictoria.net/

lunes, 2 de junio de 2014

feria del libro

La feria del libro este año abre sus puertas con la amenaza del Ebook sobre las cabezas de sus casetas. Son tiempos difíciles en general para la cultura, so sólo por el abusivo IVA que grava sus productos, sino por ese apogeo tecnológico que llena nuestras vidas de hedonismo e instantaneidad. Libros electrónicos, plataformas sociales, mensajes de twiter que bombardean nuestros teléfonos, comunicación en internet y silencio entre las personas. Son algunos de los avances que nos hacen "des avanzar". Parece casi quimérico pensar en encontrar a alguien disfrutando de un libro en el parque, o un poco de buena música o un coloquio literario. Por ello es refrescante ver y participar de eventos culturales que, quizá porque son gratis y atraen a algunos famosos, aúnan a gente de todas las clases y condiciones en un intento por empaparse de esa olvidada cultura. 
La Feria del libro congrega cada año a algunos de los autores más aclamados del panorama nacional y a algunos del internacional que dedican algunos minutos a firmar sus libros. Haciendo así, que se forme colas de varias horas con todos aquellos que no se han rendido a la generación "e", que han dejado sus "targets en casa y han decidido pasar una tarde en compañía de las palabras. 
Espectáculos para niños, a la vieja usanza que dirían las abuelas. Teatrillos de marionetas y títeres, lecturas de cuentos y globos para arrancar las sonrisas de los más pequeños. Iconos de la televisión, como algunos osan a llamarlos como Mario Vaquerizo se suben al tren editorial y firman ejemplares entre humo y cerveza. 
Casetas luciendo sus mejores iros, o al menos los más vendidos; curiosos que ven a la gente agolpada en una caseta y se detienen a captar esa instantánea de alguien que han visto en la tele. Sabina aparta el humo de sus cigarrillos para dejar caer una confusa firma sobre algún disco o página impresa; jóvenes promesas que se emocionan con cada lector que les visita y conoce; autores consagrados que preferirían estar en algún café entre amigos pero que se deben a sus público y editor y aguantan el calor de la casera estoicamente mientras regalan sus autógrafos. Usuarios de Facebook que no esperan ni un segundo para subir la foto de su ídolo. Sea como sea, entre palabras y granizados de limón, la feria cuenta con el calor de los lectores, los rayos del sol, la armoniosa melodía de pájaros distintos de las sucias de palomas de la  ciudad. Un paraje incomparable para enmarcar este pequeño guiño a la traición más hermosa de todas. Leer. 

Y allí, entre el humo de Sabina y las cervezas de Vaquerizo, aparece uno de los autores más aclamados a nivel internacional que consiguió enamorar a jovencitas de todo el mundo con sus personajes macarras con los que todas las chicas han soñado alguna vez. Federico Moccia. Aparece con su inconfundible gorra azul, con aire de acabar de levantarse de la cama y con la seductora expresión de quien nunca ha dejado de enamorar a féminas. Simpático, agradable, dispuesto a pasar el tiempo necesario con cada "fan" sacándose fotos, firmando y hasta chapurreando alguna palabra en castellano. 
Aunque quizá la cercanía, el encuentro con alguno de tus ídolos puede hacer que le veas menos grandiosos de lo que son. Es en esos momentos cuando te das cuenta de que en el fondo son sólo seres humanos, que todos podemos ser iguales, que nadie es perfecto por muy famosos que sean. Por ello, una vez que esa idea, o ideal, desaparece, sólo la desnuda palabra permanece. 
La palabra, capaz de dejarte sin habla, sin aliento. Capaz de emocionarte y mantenerte pegado al libro que tengas entre manos. 


"uno es dueño de sus pensamientos, pero esclava de sus palabras"

http://www.ferialibromadrid.com/

https://www.facebook.com/FedericoMocciaOficial?fref=ts

viernes, 23 de mayo de 2014

las preguntas de los 30

Llegando a la frontera de los 30 es inevitable plantearse ciertas cosas. Quizá sea por la influencia familiar; o por esas amigas de toda la vida que van sucumbiendo al matrimonio y a niños llorones; o bien por el daño que Disney hizo a la mujeres desde pequeñas, mostrándoles un mundo en el que la búsqueda del amor y "el felices para siempre" ha de ser el principal objetivo en la vida. Lo cierto es que ves que los 30 se acercan y de una u otra forma sientes un ligero vuelco en el estómago al ver que ese sueño de niña se desvanece entre rupturas, preguntas, cabios de trabajo y altas expectativas que parecen ahora más inalcanzables que nunca. Puede que nunca hubieras pensado en sentar la cabeza, que la idea de emparejarte para siempre fuese una tendencia que moría con tus padres que tuvieron la suerte de estar bien avenidos. Te has pasado la vida evitando ser canguro de tus primos o sobrinos porque la idea de tener niños a tu cargo era tan sobrecogedora que te ponía el estómago del revés por el simple hecho de tener que cambiar un pañal. 
Pero sorprendentemente esos pequeños valores tradicionales contra los que te has revelado han conseguido hacerse hueco en tu vida y empiezas a pensar, demasiado profundamente, en la importancia de tus decisiones. Ya no se trata de divertirse, de probar cosas nuevas, de esperar que la vida te muestre el camino. Ahora quieres empezar a caminar y no sabes qué dirección tomar. 30 años, dada la actual esperanza de vida, no suponen más que un tercio de la vida de una persona. Pero es una etapa que ha de ser aprovechada al máximo. Se supone que hay que sacar el mayor partido de cada día, correr aventuras, conocer a un montón de gente y salir cada fin de semana como si no hubiera un mañana. 
¿Estaré perdiendo el tiempo? ¿Me equivocaré si sigo con él? ¿Me arrepentiré si no lo hago? ¿Qué haría pasado si...? Cientos de preguntas existenciales imposibles de resolver que te rondan la cabeza de vez en cuando al ver a esas amigas casadas, a esas personas que tienen las cosas tan claras, que saben desde el principio cuál es su camino y saben vivirlo. Sientes celos de aquellos que nunca tienen que pasar horas muertas intentando decidir cada pequeño detalle de la rutina diaria. Pues esas espontáneas decisiones de años antes parecen ser cada vez más imposibles, más quiméricas, más complicadas. Ahora todo tiene una connotación significativa y te hace preguntarte constantemente por el resultado futuro de tus decisiones. 
Pero en el fondo no es más que confusión basada en el anhelo de lo ajeno, el deseo de tener lo que otros tienen. Ese deseo que te hace envidiar a una pareja feliz en el metro, ese deseo que te impele a cortar con alguien en busca de libertad, ese deseo que te hace recuperar a alguien del pasado a pesar de pertenecer a una relación muerta. Ese deseo que te hace hacer tonterías, pues parece imposible conformarse con sólo una opción. Piensas en lo que te pierdes, en lo que no tienes, en la persona que ya no está. Y va pasando el tiempo sin darte cuenta hasta que al final ves llegar el número 30 y te asustas pensando en lo que realmente quieres. ¿Qué quieres Tu de la vida? esa es la pregunta a responder, y lo que más asusta no es responderla, es no saber qué respuesta dar. 
Quizá antes de plantearse preguntas y cuestiones tan trascendentes, deberíamos saber lo que queremos de nosotras mismas. Quién soy, a dónde voy, y lo más importante quién quiero llegar a ser. 
La vida irá adornando el camino hacia el autodescubrimiento con amigos, relaciones y viajes especiales. Pero la persona que anda el camino, sólo puedes crearla TÚ. 

Vive la vida que te ha tocado de la mejor manera posible, y cambia aquello que no te hace feliz. Quizá pierdas algo por el camino, pero encontrarás algo mucho mejor. Felicidad. 

lunes, 5 de mayo de 2014

Los viajes de Juliett, Roma 7a parte


Cruzando El Corso Vittorio Emanuele, y aquella sucesión de plaza encantadoras llegó a uno de los lugares más hermosos que había visto hasta el momento. Escapando del urbanismo barroco que definía Roma, y a través de sinuosas calles, Roma volvía a sorprender con las espléndidas vistas del Tíber. Nada comparable al reseco, hastiado y sucio Manzanares ni siquiera con la grandiosidad del Támesis en Londres. 


El Tíber serpenteaba bordeando el centro de la ciudad a través de puentes medievales reflejando en su pureza la luz del sol y el rojo de las hojas que aún sobrevivían al invierno. Igual que las calles de la ciudad, el río era sinuoso, curvado y elegante. Cada parábola permitía captar todo el paisaje. El cielo azul de fondo, el sol que se apagaba tempranamente en aquel día de Diciembre, la combinación típicamente otoñal de cualquier foto artística de rojos y amarillos y algún tímido verde que aún no había sucumbido a diciembre.
Juliett se sentó en uno de los bancos solitarios junto al río bajo los arbole azotados por la ligera brisa. Todos los bancos estaban ocupados a su alrededor. Personas que se tomaban un descanso, gente leyendo con interés un libro, y algunos escribiendo notas en sus cuadernos. Mucha gente sola que huía de la gente. Quizá resultaba paradójico ver cómo aquellos que no tenían compañía optaban por buscar aún más soledad, evadiéndose, desapareciendo, huyendo. Pues a veces estando con gente, una persona se siente más sola que nunca o quizá más expuesta en su solitud.
La brisa, el rumor de los pájaros, la paz que tanto ansiaba.  
Los puentes habían perdido algunos pedazos, como árboles que dejaban caer su corteza. Sólo que a diferencia de un árbol, Roma se rendía al paso del tiempo como lo había hecho Malta como descubriría Juliett más adelante.

Juliett siguió caminando bordeando el rió hacia el sur, pasando por el “Ponte sisto” y el “Ponte Garibaldi”. Y así llegó a ver “Isola Tiberina”. Una pequeña isla en medio del rio que albergaba siglos atrás el templo dedicado al Dios de la medicina Esculapio. También las leyendas, oscuras en este caso, se cernían sobre la isla. Muchos consideran que el cuerpo de Tarquinio el soberbio está allí sepultado tras ser arrojado por el pueblo romano y durante muchos siglos, este lugar, fue considerado de mal augurio. Con el paso de los años la leyenda fue muriendo y a raíz de la construcción del templo dedicado al dios, cuya construcción finalizó al tiempo que la peste dejo de azotar la ciudad de Roma, se considera un lugar beneficioso para la salud.

Actualmente alberga la basílica de San Bartolomé y es lugar de obligada visita para viajeros y gente local que quiere evadirse del tumulto y el bullicio.  
Y poco más adelante, cuando a Juliett ya le dolían los pies tras tantas horas caminando, pasando el “Ponte Palatino, llegó a la “Piazza Bocca della Veritá”,
Mientras atravesaba aquella placita que daba la bienvenida al cansado viajero se fijó antes de sumergirle en la grandiosidad de “El Foro” y “El Coliseo”, se fijó en la Iglesia que guardaba la plaza llamada Santa María en Cosmedin. Juliett no sabía si aquella iglesia era famosa por algo, pero una larga fila de persona aguardaba en uno de sus lados aparentemente para entrar en su interior. 


Quizá disponía de frescos renacentistas en su interior, de esculturas o murales, pero según se acercaba, Juliett se dio cuenta de que no había ninguna puerta frente a las personas que hacían cola. En su lugar había en la pared una gran máscara de piedra con la boca abierta. Había demasiada gente como para esperar turno por lo que Juliett observó desde cierta distancia, curiosamente rodeada de personas que estaban solas y quizá no se atrevieron a acercarse. Cada uno de los que esperaban se aproximaba con recelo a aquella gran máscara de piedra, pues según la tradición aquel que mintiese perdería su mano en aquel agujero a manos del diablo.
Curiosas leyendas se escondían en roma, más que en otras capitales europeas en las que las tradiciones son más modernas o menos tenebrosas. Quizá en roma las leyendas seguían tan presentes por el hecho de que convivían la antigüedad  representada en su arte y la modernidad de la ciudad urbanita. Una combinación que mantenía viva la tradición y las antiguas creencias, las cuales habían sobrevivido al paso de siglos enteros, y las tendencias actuales que hacían que la vida siguiera evolucionando.
A Juliett le resultó simpático ver las caras de los “valientes” que introducían u mano a regañadientes en la boca de aquella máscara. Se podía ver el miedo en sus ojos, quizá por si salía alguna araña, o quizá por los secretos que guardaban, igual que la ciudad de Roma.


La noche empezaba a caer sobre la ciudad, y Juliett estaba muy lejos del hostal. Se encontraba muy cerca de El Foro y de El Coliseo, pero la oscuridad empezaba a cubrir los edificios, haciendo desaparecer el río con su oscuridad y borrando los reflejos de su superficie.  Era hora de emprender la marcha de vuelta y dejar esta parte de la ciudad para el día siguiente. Había sido suficiente por un día, y el camino era largo. Además, más de una sorpresa la esperaría a la vuelta de la esquina y seguro que se detendría a tomar más de una foto durante el camino de regreso.


“dejé un candado junto al rio, dejé un sueño y un amor perdido. Dejé atrás el  dolor, pedí un nuevo amor. Dejé un candado atado, y el caudal se llevó llave. Deje un corazón partido, y pensé en el destino. Dejé de mirar atrás y seguí adelante, sin más ganas de llorar”












domingo, 4 de mayo de 2014

Los viajes de Juliett, Roma 6a parte

Además de reponer fuerzas con aquel suculento plato italiano que sus dueños servían con el encanto  familiar de restaurante tradicional a precios contemporáneos, caros, aquel almuerzo le hizo entirse un poco más como en casa.
Terminó la reponedora parada con uno de esos cafés diminutos y fuertes que los romanos disfrutaban a cada momento. Un “ristretto” que le pareció estar hecho de varios “redbull” y casi le hizo saltar de su asiento. Saldó su cuenta y continuó calle abajo hacia aquella plaza que se dejaba ver entre la sinuosidad de la calle.


Por lo poco que conocía de la plaza y los pequeños detalles que aún guardaba después de tantos años sin visitarla, La Piazza Navona, albergaba algunas de las más famosas creaciones de Bernini y tuvo un uso muy diferente al actual. Construida por Domiciano en el siglo primero, fue concebida como un estadio con capacidad para más de 30000 personas. Es por ello que su forma es poco convencional y más alargada de lo normal. Durante siglos, la plaza fue escenario de juegos y eventos deportivo hasta que en la edad media se convirtió en la plaza del mercado hasta que éste fue trasladado al “campo de Fiore”. La plaza está rodeada de palazzi barrocos y de la Iglesia de Santa Inés en Ágona, que ocupa el lugar de las plazas. Un lugar lleno de cambios, que a pesar de haber sido ideada como algo totalmente distinto e adaptó a los tiempos modernos. Fue un estadio, fue mercado y ahora una plaza de peregrinación donde deslumbrarse con sus fuentes e introducirse en su bullicio. Fue incluso piscina, debido a las inundaciones frecuentes que sufría, antes de ser restaurada. Los incontables puestos de regalos, dulces típicos  y juguetes varios llenaban ahora la plaza intentando captar la atención, y los euros de los turistas. Aquel día parecía haber feria, y la gente se desplazaba despacio obre su empedrado, saltando de vez en cuando las cadenas que delimitaban el rectángulo de la plaza buscando un nuevo camino para continuar ojeando el lugar. Grandes puestos con los dulces más coloridos y los regalices más largos del mundo; juguetes artesanos y muñecas pintadas a mano; pequeños carritos de helado tan cremosos como nubes malvaviscos tostados; artistas derrochando su talento en regateos caricaturizados y tres magníficas fuentes formaban aquella nueva vista. 

Mezclando el aire barroco, con productos modernos, el arte cómico en carboncillo con los óleos pintados en directo, bancos de piedra con turistas y helados. Gente de todos los lugares coincidía en aquella plaza. Hombres aún con su traje que atravesaban la plaza con paso ligero, mujeres en apuros entre tacones y niños. Parecía que aquel año los viajeros se habían ataviado con sus mejores galas para recorrer la ciudad. El turismo de calcetín blanco y cazadora tipo “plumas”, se había quedado en Londres pensó Juliett. Allí los turistas lucían amplias gafas de sol, leggins de leopardo y cazadoras de dudoso cuero. Posiblemente objetos comprados allí el día anterior en un intento de aparentar tener ese famoso estilo italiano con respecto a la moda. Juliett sintió que en lugar de perderse entre la gente, destacaba más que nunca. Pero aquel incesante movimiento de gente, de actividades, de cosas que estaban sucediendo sin descanso le hizo recuperar las fuerzas y desear involucrarse en esa actividad. Recorrió los puestos observando las delicias que vendían los tenderos. Pequeño pasteles decorados, no como los “cupcakes” que tan famosos se habían hecho gracias a los programas manidos y cursis de la televisión. Aquellos dulces a pesar de ser ideados para atraer a los peregrinos ansiosos por maravillar a los familiares con los pintorescos productos gastronómicos, eran creaciones artísticas de fruta caramelizadas, almendras brillantes por diminutos granos de azúcar, cestos de frutas relucientes bajo la luz del sol. Otro puesto, no muy lejos, exhibía orgulloso pequeños paquetes de pasta artesana de todos los colores y formas imaginables, Juliett sabía que no era el tipo de pasta que comían los italianos sabedores de su dudosa calidad, pero no pudo resistirse a mirar detenidamente aquellas figuritas esculpidas en harina de trigo, envueltas en celofán y adornadas con diminutos lacitos como los que ponen los voluntarios de Cruz Roja. Unos pasos más adelante otro puesto invitaba a los paseantes mostrando sus juguetes artesanos, de esos que parecían venir de una recóndita tienda en algún callejón de Londres por ejemplo. Juguetes antiguos de aquellos que se hacían en latón y no tenían más extras que la música al darles cuerda. O bien mostraban sus hermosas muñecas pintadas a mano con la delicadeza del trabajo artesano y experimentado de años de trabajo. Muñecas que a diferencia de las extrañas creaciones actuales, no podían más que abrir y cerrar los ojos al agitarlas. Aquella plaza había sido muchas cosas, había representado muchos escenarios y aún así conservaba su antiguo espíritu. Seguía siendo un mercado, un punto de encuentro entre varios caminos. La elegancia de aquellos puesto de estilo antiguo mezclados con las sublimes fuentes, adornadas hasta el exceso, completaban una de las postales más ricas de Roma.


Presidía la plaza la fastuosa fuente de Bernini, que tanto le costó al autor alzar en aquel lugar dadas sus desavenencias con Inocencio X. Pero finalmente la propuesta del artista vio la luz, o el suelo en este caso en 1651, convirtiéndose en uno de los monumentos de referencia en la ciudad. La “Fontana dei Quattro Fiumi”, no hacía referencia al humo, como su nombre podría dar lugar a pensar dada su similitud con algunas palabras españolas; “la fuente de los cuatro ríos, que representa según los expertos, los cuatro punto cardinales, los cuatro continentes conocidos, Europa, América, Asia y África,  en la época de su construcción y a su vez, los cuatro ríos conocidos en aquella época, EL río de la plata, el Nilo, el Ganges y el Danubio. Una perfecta creación esculpida en piedra en la que cientos de persona toman instantáneas a diario pretendiendo beber su agua, tocando alguna de las partes de la fuente haciendo alguna acrobacia a distancia para lograr la correcta perspectiva.
Además de la fuente de Bernini que ocupa el centro de la plaza dos fuentes más guardan los laterales rodeadas de pintores y escultores que adornan sus alrededores con sus frescos y sus óleos.
“La Fontana del Moro” y “La Fontana del Nettuno”, no palidecen ante los ríos de Bernini.
Juliett abandonó la plaza por el lado del sur, no sin antes tomar unas fotos de la plaza entera. Era increíble la fotogenia de aquel lugar que se dejaba fotografiar desde cualquier ángulo y siempre ofrecía algún nuevo detalle espectacular, casi parecía que no quería dejar marchar a ninguno de los paseantes.

Cruzó el Corso Vittorio Emanuele y callejeo durante una media hora caminando pequeños pasajes y atravesando un sinfín de pequeña plazas y plazoletas en la que confluían todos los caminos. Roma parecía ser una gran corrala sólo que en lugar de ser simples viviendas mirando a un mismo patio, era edificios enteros e incluso calles que se retorcían para captar un atisbo de la plaza más cercana. Aquellas “vías”, no gozaban de la agitación y el bullicio de Piazza Navona, pero tenían un encanto particular. El de las construcciones antiguas, el del aire tradicional y reconfortante de los pequeños detalles. Plazas que no muestran sus elegante y costosas fuentes, ni tienen restaurantes caros repartidos por cada adoquín del asfalto, ni tampoco elegantes mujeres paseando sus tacones. Aquellos pequeños recovecos escondían mujeres con pañuelos anudados por encima de la frente y delantales de flores que mostraban desde la ventana mientras tendían piezas de ropa tan blanca como el sol de la mañana. Niños que aún no habían sucumbido a la tecnología y jugaban a la pelota en medio de la plaza, mostrando sus acrobacias a sus padres orgullosos, compartiendo risas y enojos. Se percibía el humeante bullir de la cena cocinándose lentamente en aquella tarde, el pan recién hecho, la ropa limpia y las flores tras los visillos blancos que nunca faltaban en las ventanas.



“Daban ganas de escribir, de sentarse al sol, sin gafas, sin escudos, sin protección. Sólo sentarse a mirar dejar que la simplicidad de la vida borrase el estrés y los problemas. Que la brisa  se llevase la pena, que aquel sol purificase mi alma, que nunca más te viera. Daban ganas de buscar un lugar en aquella plaza, una habitación disponible con terraza. Daban ganas de tender las penas al sol, de oler las flores del balcón. Daban ganas de mudarse, de abandonar Madrid, y empezar otra vida y quedarse. Daban ganas de soñar, en cómo sería, en cómo será. Daban ganas de muchas cosas, pero no en aquel momento. Pues un corazón que rompe, no piensa no conoce. Sólo se guía por los impulsos, por deseos de ser feliz. Se lanza buscando consuelo, y a veces solo se estrella contra el suelo. Así que cogeré mis cosas, y dejaré la plaza atrás, dejaré que siga su rutina y quizá no la vea más. Pero no miraré hacia atrás, pues mi futuro me espera. No perderé más el tiempo en esta vida que se escapa, seguiré adelante ya sea sola o acompañada.”

Cerró su cuaderno y se acudió el polvo de los pantalones que se le había posado en las piernas estando sentada en aquel banco de piedra. Aún quedaba mucho por hacer, Pero aquel puzle tan complicado, empezaba a dejarse ver.