sábado, 25 de octubre de 2014

cuentos

Aún recuerdo la primera vez que me llevaron a su casa. Estaba algo nerviosa pues no sabía a quién me iba a encontrar. Eran los típicos nervios de una primera cita. Sólo que en este caso me iban a abrir la puerta a una familia entera.  Yo iba envuelta en mis burbujeantes transparencias y esperaba causar una buena impresión. En cuanto se hizo la luz pude ver un hermoso salón, de estilo clásico, uno de esos con suelo de madera por el que ya han pasado muchos tacones. Pero la habitación estaba impecable, con flores en el centro de la mesa de comer, con visillos blancos en los ventanales, justo para no dejar ver demasiadas intimidades. Un gran sofá dominaba la sala escoltado por dos sillones que habían perdido los oídos a manos del diseño moderno y que esperaban ansiosos mi llegada. La tapicería estaba algo gastada y los cojines desordenados por lo que pensé que seguro que había más de un niño o quizá un perro que se divertía armando algo de jaleo.
Oí que alguien salía de la cocina con su delantal a la cintura, mientras se secaba las manos con un paño de rizo. Era la madre, que arrastró su mirada cansada por cada centímetro de mi cuerpo hasta que finalmente se giró hacia su marido y a su hijo para darles el visto bueno a su elección.
Por el pasillo a mi derecha, uno de esos largos a los que llamaban distribuidores, oí como venían corriendo una niña y un niño que arrastraban sus curiosos dedos por el “gotelé” de las paredes.
Cuando los cinco estaban en el salón, me ayudaron a quitarme las numerosas capas que me abrigaban y me acompañaron al lugar donde descansaría. Mi lugar dominaba la sala tanto como el de los sofás, desde ahí podría contemplar el día a día de la familia, ahí empezaría a formar parte de su vida.
Nunca olvidaré aquellos primeros días en la casa, contemplando a los niños que escuchaban atentos mis cuentos y fantasías; los torpes movimientos de Kike, el hijo mayor, bailando al son de mi música. Las perezosas mañanas hacendosas de la madre charlando conmigo sobre cocina y consejos varios para el ama de casa.
Recuerdo tener a toda la familia atenta a mis historias, mis cuentos y comedias por la noche. Ratos domésticos deliciosos.
Los años pasaron y les tomé tanto cariño que realmente me sentí parte de ellos. Vi a los niños crecer, a los padre envejecer y a los días pasar sin que hubiese uno solo en el que no me dedicasen un buen  rato de su atención.
Pero parece ser que, como tantas cosas en la vida, nada es para siempre. Todo se acaba y pocas cosas permanecen. Recuerdo el día en que vi entrar a..."la otra". El nuevo y renovado miembro de la familia que estaba dispuesto a ocupar mi lugar. Más moderna, más esbelta, un perfecto ejemplar de elegancia. No pude hacer nada para remediarlo, de un día para otro me vi desplazada en un rincón, esta vez sin ninguna capa que me protegiera durante ese viaje que estaba a punto de empezar.
Y es que a veces la gente deja de sentir interés por las cosas, o bien las olvida, o simplemente se pasan de moda. Y que al igual que tantos otros objetos que forman parte de la vida de las personas y perecen con el paso del tiempo y los cambios de la vida. Y una televisión como yo puede ser reemplazada de un día para otro aun habiendo sido parte de una familia.

Belén Gamo

(Juliett París)