lunes, 5 de mayo de 2014

Los viajes de Juliett, Roma 7a parte


Cruzando El Corso Vittorio Emanuele, y aquella sucesión de plaza encantadoras llegó a uno de los lugares más hermosos que había visto hasta el momento. Escapando del urbanismo barroco que definía Roma, y a través de sinuosas calles, Roma volvía a sorprender con las espléndidas vistas del Tíber. Nada comparable al reseco, hastiado y sucio Manzanares ni siquiera con la grandiosidad del Támesis en Londres. 


El Tíber serpenteaba bordeando el centro de la ciudad a través de puentes medievales reflejando en su pureza la luz del sol y el rojo de las hojas que aún sobrevivían al invierno. Igual que las calles de la ciudad, el río era sinuoso, curvado y elegante. Cada parábola permitía captar todo el paisaje. El cielo azul de fondo, el sol que se apagaba tempranamente en aquel día de Diciembre, la combinación típicamente otoñal de cualquier foto artística de rojos y amarillos y algún tímido verde que aún no había sucumbido a diciembre.
Juliett se sentó en uno de los bancos solitarios junto al río bajo los arbole azotados por la ligera brisa. Todos los bancos estaban ocupados a su alrededor. Personas que se tomaban un descanso, gente leyendo con interés un libro, y algunos escribiendo notas en sus cuadernos. Mucha gente sola que huía de la gente. Quizá resultaba paradójico ver cómo aquellos que no tenían compañía optaban por buscar aún más soledad, evadiéndose, desapareciendo, huyendo. Pues a veces estando con gente, una persona se siente más sola que nunca o quizá más expuesta en su solitud.
La brisa, el rumor de los pájaros, la paz que tanto ansiaba.  
Los puentes habían perdido algunos pedazos, como árboles que dejaban caer su corteza. Sólo que a diferencia de un árbol, Roma se rendía al paso del tiempo como lo había hecho Malta como descubriría Juliett más adelante.

Juliett siguió caminando bordeando el rió hacia el sur, pasando por el “Ponte sisto” y el “Ponte Garibaldi”. Y así llegó a ver “Isola Tiberina”. Una pequeña isla en medio del rio que albergaba siglos atrás el templo dedicado al Dios de la medicina Esculapio. También las leyendas, oscuras en este caso, se cernían sobre la isla. Muchos consideran que el cuerpo de Tarquinio el soberbio está allí sepultado tras ser arrojado por el pueblo romano y durante muchos siglos, este lugar, fue considerado de mal augurio. Con el paso de los años la leyenda fue muriendo y a raíz de la construcción del templo dedicado al dios, cuya construcción finalizó al tiempo que la peste dejo de azotar la ciudad de Roma, se considera un lugar beneficioso para la salud.

Actualmente alberga la basílica de San Bartolomé y es lugar de obligada visita para viajeros y gente local que quiere evadirse del tumulto y el bullicio.  
Y poco más adelante, cuando a Juliett ya le dolían los pies tras tantas horas caminando, pasando el “Ponte Palatino, llegó a la “Piazza Bocca della Veritá”,
Mientras atravesaba aquella placita que daba la bienvenida al cansado viajero se fijó antes de sumergirle en la grandiosidad de “El Foro” y “El Coliseo”, se fijó en la Iglesia que guardaba la plaza llamada Santa María en Cosmedin. Juliett no sabía si aquella iglesia era famosa por algo, pero una larga fila de persona aguardaba en uno de sus lados aparentemente para entrar en su interior. 


Quizá disponía de frescos renacentistas en su interior, de esculturas o murales, pero según se acercaba, Juliett se dio cuenta de que no había ninguna puerta frente a las personas que hacían cola. En su lugar había en la pared una gran máscara de piedra con la boca abierta. Había demasiada gente como para esperar turno por lo que Juliett observó desde cierta distancia, curiosamente rodeada de personas que estaban solas y quizá no se atrevieron a acercarse. Cada uno de los que esperaban se aproximaba con recelo a aquella gran máscara de piedra, pues según la tradición aquel que mintiese perdería su mano en aquel agujero a manos del diablo.
Curiosas leyendas se escondían en roma, más que en otras capitales europeas en las que las tradiciones son más modernas o menos tenebrosas. Quizá en roma las leyendas seguían tan presentes por el hecho de que convivían la antigüedad  representada en su arte y la modernidad de la ciudad urbanita. Una combinación que mantenía viva la tradición y las antiguas creencias, las cuales habían sobrevivido al paso de siglos enteros, y las tendencias actuales que hacían que la vida siguiera evolucionando.
A Juliett le resultó simpático ver las caras de los “valientes” que introducían u mano a regañadientes en la boca de aquella máscara. Se podía ver el miedo en sus ojos, quizá por si salía alguna araña, o quizá por los secretos que guardaban, igual que la ciudad de Roma.


La noche empezaba a caer sobre la ciudad, y Juliett estaba muy lejos del hostal. Se encontraba muy cerca de El Foro y de El Coliseo, pero la oscuridad empezaba a cubrir los edificios, haciendo desaparecer el río con su oscuridad y borrando los reflejos de su superficie.  Era hora de emprender la marcha de vuelta y dejar esta parte de la ciudad para el día siguiente. Había sido suficiente por un día, y el camino era largo. Además, más de una sorpresa la esperaría a la vuelta de la esquina y seguro que se detendría a tomar más de una foto durante el camino de regreso.


“dejé un candado junto al rio, dejé un sueño y un amor perdido. Dejé atrás el  dolor, pedí un nuevo amor. Dejé un candado atado, y el caudal se llevó llave. Deje un corazón partido, y pensé en el destino. Dejé de mirar atrás y seguí adelante, sin más ganas de llorar”