Cruzando El Corso Vittorio Emanuele, y aquella sucesión
de plaza encantadoras llegó a uno de los lugares más hermosos que había visto
hasta el momento. Escapando del urbanismo barroco que definía Roma, y a través
de sinuosas calles, Roma volvía a sorprender con las espléndidas vistas del
Tíber. Nada comparable al reseco, hastiado y sucio Manzanares ni siquiera con
la grandiosidad del Támesis en Londres.
El Tíber serpenteaba bordeando el
centro de la ciudad a través de puentes medievales reflejando en su pureza la
luz del sol y el rojo de las hojas que aún sobrevivían al invierno. Igual que
las calles de la ciudad, el río era sinuoso, curvado y elegante. Cada parábola
permitía captar todo el paisaje. El cielo azul de fondo, el sol que se apagaba
tempranamente en aquel día de Diciembre, la combinación típicamente otoñal de
cualquier foto artística de rojos y amarillos y algún tímido verde que aún no
había sucumbido a diciembre.
Juliett se sentó en uno de los bancos solitarios junto al
río bajo los arbole azotados por la ligera brisa. Todos los bancos estaban
ocupados a su alrededor. Personas que se tomaban un descanso, gente leyendo con
interés un libro, y algunos escribiendo notas en sus cuadernos. Mucha gente
sola que huía de la gente. Quizá resultaba paradójico ver cómo aquellos que no
tenían compañía optaban por buscar aún más soledad, evadiéndose, desapareciendo,
huyendo. Pues a veces estando con gente, una persona se siente más sola que
nunca o quizá más expuesta en su solitud.
La brisa, el rumor de los pájaros, la paz que tanto
ansiaba.
Los puentes habían perdido algunos pedazos, como árboles
que dejaban caer su corteza. Sólo que a diferencia de un árbol, Roma se rendía
al paso del tiempo como lo había hecho Malta como descubriría Juliett más
adelante.
Juliett siguió caminando bordeando el rió hacia el sur,
pasando por el “Ponte sisto” y el “Ponte Garibaldi”. Y así llegó a ver “Isola
Tiberina”. Una pequeña isla en medio del rio que albergaba siglos atrás el
templo dedicado al Dios de la medicina Esculapio. También las leyendas, oscuras
en este caso, se cernían sobre la isla. Muchos consideran que el cuerpo de
Tarquinio el soberbio está allí sepultado tras ser arrojado por el pueblo
romano y durante muchos siglos, este lugar, fue considerado de mal augurio. Con
el paso de los años la leyenda fue muriendo y a raíz de la construcción del
templo dedicado al dios, cuya construcción finalizó al tiempo que la peste dejo
de azotar la ciudad de Roma, se considera un lugar beneficioso para la salud.
Actualmente alberga la basílica de San Bartolomé y es
lugar de obligada visita para viajeros y gente local que quiere evadirse del
tumulto y el bullicio.
Y poco más adelante, cuando a Juliett ya le dolían los
pies tras tantas horas caminando, pasando el “Ponte Palatino, llegó a la “Piazza
Bocca della Veritá”,
Mientras atravesaba aquella placita que daba la
bienvenida al cansado viajero se fijó antes de sumergirle en la grandiosidad de
“El Foro” y “El Coliseo”, se fijó en la Iglesia que guardaba la plaza llamada
Santa María en Cosmedin. Juliett no sabía si aquella iglesia era famosa por
algo, pero una larga fila de persona aguardaba en uno de sus lados aparentemente
para entrar en su interior.
Quizá disponía de frescos renacentistas en su interior,
de esculturas o murales, pero según se acercaba, Juliett se dio cuenta de que
no había ninguna puerta frente a las personas que hacían cola. En su lugar
había en la pared una gran máscara de piedra con la boca abierta. Había
demasiada gente como para esperar turno por lo que Juliett observó desde cierta
distancia, curiosamente rodeada de personas que estaban solas y quizá no se
atrevieron a acercarse. Cada uno de los que esperaban se aproximaba con recelo
a aquella gran máscara de piedra, pues según la tradición aquel que mintiese
perdería su mano en aquel agujero a manos del diablo.
Curiosas leyendas se escondían en roma, más que en otras
capitales europeas en las que las tradiciones son más modernas o menos
tenebrosas. Quizá en roma las leyendas seguían tan presentes por el hecho de
que convivían la antigüedad representada
en su arte y la modernidad de la ciudad urbanita. Una combinación que mantenía
viva la tradición y las antiguas creencias, las cuales habían sobrevivido al
paso de siglos enteros, y las tendencias actuales que hacían que la vida
siguiera evolucionando.
A Juliett le resultó simpático ver las caras de los “valientes”
que introducían u mano a regañadientes en la boca de aquella máscara. Se podía
ver el miedo en sus ojos, quizá por si salía alguna araña, o quizá por los
secretos que guardaban, igual que la ciudad de Roma.
La noche empezaba a caer sobre la ciudad, y Juliett
estaba muy lejos del hostal. Se encontraba muy cerca de El Foro y de El
Coliseo, pero la oscuridad empezaba a cubrir los edificios, haciendo
desaparecer el río con su oscuridad y borrando los reflejos de su superficie. Era hora de emprender la marcha de vuelta y
dejar esta parte de la ciudad para el día siguiente. Había sido suficiente por
un día, y el camino era largo. Además, más de una sorpresa la esperaría a la
vuelta de la esquina y seguro que se detendría a tomar más de una foto durante
el camino de regreso.
“dejé un candado junto al rio, dejé un sueño y un amor perdido.
Dejé atrás el dolor, pedí un nuevo amor.
Dejé un candado atado, y el caudal se llevó llave. Deje un corazón partido, y
pensé en el destino. Dejé de mirar atrás y seguí adelante, sin más ganas de
llorar”