Termino su café y otro cigarro. Lo cual le recordó que tendría que comprar
algunos más para su inminente viaje a Roma. Supuso que Roma sería más una
ciudad más cara dada la afluencia de turistas y esa crisis que se empezaba a ir
en los periódicos, pero que aún no había fustigado a nadie con crudeza pero que
siempre empieza con un aumento de los impuestos. Quizá Milán fuera más barato
para semejantes vicios. Aún tenía un rato antes de encontrarse con su amiga a
la salida de su trabajo. María trabajaba desde hacía un par de años en un
lujoso centro comercial de Milán que se encontraba justo en la plaza del Duomo.
Dada la apremiante y perentoria Navidad que se acercaba con mayor rapidez cada
año, la fachada del centro comercial lucía sus mejores galas navideñas. Una
localización perfecta para atraer el ojo de los turistas. Es curioso como todas
las plazas mayores exponen sus géneros de forma que al turista no se le pueda escapar
ni un solo comercio en el que gastar dinero. Junto al centro comercial había
una elegante cafetería en la que a la entrada había una zona donde comprar
recuerdos; otra, donde adquirir productos típicos de la gastronomía italiana,
de esos que los oriundos nunca consumen pero que hacen la delicias de los extranjeros
que pagan gustosamente exacerbadas cantidades por adquirir productos de
relativo valor; después la zona de cafetería donde para pedir el café para
llevar había que hacer cola junto a un inmenso mostrador cubierto de bandejas
de dulces y expositores de tartas recién hechas; y por último la zona de
restaurante donde además de pagar el suplemento “eres turista y estas en la
plaza mayor y por eso te cobro mas”, se alzaban elegantes expositores de
cristal con piezas de artesanía “local”, posiblemente ocultando sus pegatinas
de “made in China”.
Juliett esbozó una sonrisa al recordar una de las pocas cosas que estudió
en la carrera de Publicidad. Las técnicas de Marketing de las tiendas y centro
comerciales. Toda una filosofía tras cada estantería, esquina y rincón. Todo estaba
planeado y estudiado hasta el más mínimo detalle para captar el escurridizo
dinero del consumidor. Desde el carrito de la compra que se desvía, hasta el
horno de pan en la entrada, o los chicle junto a la caja registradora. Todo
tenía un plan, y una elegante cafetería de Milán no iba a ser menos. Mientras
esperaba su turno en la fila para pedir sus cigarrillos, pues también vendían
tabaco, Juliett miró a su alrededor. Llevaba ya unas cuantas horas sin decir
una palabra que no fuera para pedir un café o preguntar el precio de algún
recuerdo de la ciudad. Pensó de nuevo en la inspiradora película que le hizo
venir hasta Italia para escapar de los fríos problemas de Londres. “Come, reza
y ama”. Recordó una escena en la que una de las actrices comentaba los
beneficios de hacer un voto de silencio durante un tiempo y lo difícil que
podía resultar al principio pero lo reconfortante que resultaba, pasados unos
días. Pensó en hacer lo mismo, en evitar durante unos días hablar, esquivar las
preguntas, evitar las llamadas, no dejar que las palabras entrasen en su cabeza
y quizá así dejaría de dar vueltas siempre a las mismas cosas.
Llegó su turno y se dio cuenta de que no sabía decir tantas cosas en inglés
como pensaba, así que utilizo el clásico truco del turista que no conoce el idioma;
sonreír y señalar. Con sus cigarrillo ligeramente más baratos que en España, y
definitivamente más baratos que en Londres. Juliett abrió su guía de viaje y se
dio cuenta de que aún le quedaban muchos sitios que ver. Milán era una de esas ciudades
que da la impresión de poder ver en un par de días pero que de hecho necesita
varias semanas para poder recorrerla. Cerca de la plaza del Duomo se encontraba
“Ca´Granda”.
No tenía ni idea de lo que se trataba pero no necesitó más que leer el pequeño
letrero al final de la página que decía “gratis” y ver que parecía un gran
lugar `para ponerse en camino. Atravesó la plaza en diagonal, esquivando a las
hambrientas paloma y los visitantes que caminaban siempre como si fueran
señores mayores de algún pueblo perdido mirando al cielo esperando alguna señal
que indicara lluvias.
Atravesó “Piazza a Díaz” para continuar por “vía rasrelli” que albergaba a
su derecha el teatro lírico de hermosa fachada románica bien conservada y que
se llevó unas cuantas instantáneas. Dio un ligero rodeo hasta llegar a “Piazza
Velasca” para ver su homónima torre antes de que la batería de la cámara se
acabase.
Cada camino que tomaba en aquella, aparentemente, pequeña ciudad, era una nueva yincana llena de tesoros por descubrir. Bajó un poco más hasta “Corso di Porta Romana” para continuar después hacia Vía Franzesco Sforza y así aproximarse a “Ca´Granda” por la parte de atrás. Solía hacer siempre lo mismo al aproximarse a un nuevo e imponente edificio, especialmente yendo sola, ya que prefería observar desde lejos los monumentos y lograr una panorámica antes de sumergirse en su interior. Aquella casa grande era el edificio que albergaba la Universidad de Humanidades en un inmejorable emplazamiento. Fue encargado por Franzesco Esforza que dio posteriormente nombre a la vía que lo rodeaba y originalmente sirvió de hospital. Fue diseñado por el arquitecto filatelle que sólo consiguió construir el ala derecha durante el gobierno de los Sforza, siguiendo un diseño de tipo eclesiástico formado por 10 cuadrados y un hermoso patio. Durante cinco siglos sirvió de hospital y fue completado a finales del siglo XVIII. Ya que resultó terriblemente afectado por la guerra, se procedió a una reconstrucción a mediados del siglo XX, momento en el que se convirtió en universidad. Tan magna construcción supuso un adelanto arquitectónico para la época en la que se construyo dada su disposición y práctico aprovechamiento. Dentro del edificio, y custodiado por una hilera de columnas e imágenes representativas de diferentes momentos de su construcción, había un hermoso patio y una basílica, elemento fundamental de los hospitales de la época.
Cada camino que tomaba en aquella, aparentemente, pequeña ciudad, era una nueva yincana llena de tesoros por descubrir. Bajó un poco más hasta “Corso di Porta Romana” para continuar después hacia Vía Franzesco Sforza y así aproximarse a “Ca´Granda” por la parte de atrás. Solía hacer siempre lo mismo al aproximarse a un nuevo e imponente edificio, especialmente yendo sola, ya que prefería observar desde lejos los monumentos y lograr una panorámica antes de sumergirse en su interior. Aquella casa grande era el edificio que albergaba la Universidad de Humanidades en un inmejorable emplazamiento. Fue encargado por Franzesco Esforza que dio posteriormente nombre a la vía que lo rodeaba y originalmente sirvió de hospital. Fue diseñado por el arquitecto filatelle que sólo consiguió construir el ala derecha durante el gobierno de los Sforza, siguiendo un diseño de tipo eclesiástico formado por 10 cuadrados y un hermoso patio. Durante cinco siglos sirvió de hospital y fue completado a finales del siglo XVIII. Ya que resultó terriblemente afectado por la guerra, se procedió a una reconstrucción a mediados del siglo XX, momento en el que se convirtió en universidad. Tan magna construcción supuso un adelanto arquitectónico para la época en la que se construyo dada su disposición y práctico aprovechamiento. Dentro del edificio, y custodiado por una hilera de columnas e imágenes representativas de diferentes momentos de su construcción, había un hermoso patio y una basílica, elemento fundamental de los hospitales de la época.
Resultaba algo difícil meterse en una universidad a sabiendas de que los
alumnos se encontrarían allí, pero a esa hora había poca gente y algunos grupos
de turistas que sabían de la existencia de aquel histórico edificio, ya se
encontraban husmeando entre las estancias. Posiblemente intentando ver alguna
estancia que se conservara como en los tiempos en los que Ca´Granda sirvió de
hospital. Pero debido a la guerra, eso no era posible, pues gran parte del
edificio había sido destruido y posteriormente reconstruido.
Es curioso cómo la gente busca los detalles oscuros, morbosos e incluso
desagradables de los lugares que visitan. Van a una iglesia y cotillean tras
las mirillas para ver las estancias privadas, van a un antiguo hospital y buscan
antiguos artilugios médicos, visitan campos de concentración, la casa de Ana
Frank y Alcatraz como si el horror vivido entre aquellas paredes les llamara de
alguna forma gutural e inapelable. De la misma forma que la gente mira los
accidentes, aquellos turistas cotilleaban a través de las rendijas de las
puertas en busca de sórdidos detalles.
El patio era, al igual que el edificio, un rectángulo. La hierba aún se
veía fresca como si acabara de nacer en primavera, la fuente del centro seguía
rociando agua sobre las pequeñas islas de hielo formadas sobre la superficie de
la fuente.
Las parejas se fotografiaban frente a ella. Era la imagen que siempre
persigue al viajero solitario. Manos entrelazadas, abrazos para protegerse de
la brisa, besos bajo las estrellas. Parecía que el mundo mostraba más amor que
nunca. Parecía que al estar sola, Juliett se veía rodeada de escenas de amor a
cada paso que diera.
Empezaba a oscurecer y aun tenía que volver a la plaza del Duomo para
encontrarse con María y disfrutar de una de las cosas que más le apetecía hacer
en Milán. Disfrutar del aperitivo milanés, algo que por mucho que se empeñara
en aparentar seguridad, nunca podía hacer sola. Entrar en un bar lleno de gente
era un paso para el que nunca había estado preparada. Por suerte tenía a
alguien que la acompañaría, una persona que siempre la había animado en el
pasado, que tenía una risa contagiosa y que era capaz de sacar una sonrisa a la
persona más pesimista. Ella, posiblemente.
Salió del lugar por la entrada principal para ahorrar algo de tiempo y
llegar puntual a su cita. Se encontrarían en “la Renaiscente”, el centro
comercial donde María trabajaba. Y quería llegar con tiempo para dar un paseo y
quizá comprar algo bonito que pusiera el broche a aquel día.
Las sombras de las farolas parecían moverse al cambiar la luz, los pasos de
la gente se aceleraban ante el apremiante frió vespertino y el olor fragante
que acompaña la hora de la cena impregnaba cada rincón. “Un día más, un paso
más hacia delante. Un poco más cerca de mi nueva vida, con algo más de peso en
el corazón pero un poco mas de aire en los pulmones. Poco a poco vuelvo a
respirar”. Fue la nota de su “cuaderno feliz”.