lunes, 30 de diciembre de 2013

Los viajes de Juliett, Milán y Roma, 11a parte

Termino su café y otro cigarro. Lo cual le recordó que tendría que comprar algunos más para su inminente viaje a Roma. Supuso que Roma sería más una ciudad más cara dada la afluencia de turistas y esa crisis que se empezaba a ir en los periódicos, pero que aún no había fustigado a nadie con crudeza pero que siempre empieza con un aumento de los impuestos. Quizá Milán fuera más barato para semejantes vicios. Aún tenía un rato antes de encontrarse con su amiga a la salida de su trabajo. María trabajaba desde hacía un par de años en un lujoso centro comercial de Milán que se encontraba justo en la plaza del Duomo. Dada la apremiante y perentoria Navidad que se acercaba con mayor rapidez cada año, la fachada del centro comercial lucía sus mejores galas navideñas. Una localización perfecta para atraer el ojo de los turistas. Es curioso como todas las plazas mayores exponen sus géneros de forma que al turista no se le pueda escapar ni un solo comercio en el que gastar dinero. Junto al centro comercial había una elegante cafetería en la que a la entrada había una zona donde comprar recuerdos; otra, donde adquirir productos típicos de la gastronomía italiana, de esos que los oriundos nunca consumen pero que hacen la delicias de los extranjeros que pagan gustosamente exacerbadas cantidades por adquirir productos de relativo valor; después la zona de cafetería donde para pedir el café para llevar había que hacer cola junto a un inmenso mostrador cubierto de bandejas de dulces y expositores de tartas recién hechas; y por último la zona de restaurante donde además de pagar el suplemento “eres turista y estas en la plaza mayor y por eso te cobro mas”, se alzaban elegantes expositores de cristal con piezas de artesanía “local”, posiblemente ocultando sus pegatinas de “made in China”.

Juliett esbozó una sonrisa al recordar una de las pocas cosas que estudió en la carrera de Publicidad. Las técnicas de Marketing de las tiendas y centro comerciales. Toda una filosofía tras cada estantería, esquina y rincón. Todo estaba planeado y estudiado hasta el más mínimo detalle para captar el escurridizo dinero del consumidor. Desde el carrito de la compra que se desvía, hasta el horno de pan en la entrada, o los chicle junto a la caja registradora. Todo tenía un plan, y una elegante cafetería de Milán no iba a ser menos. Mientras esperaba su turno en la fila para pedir sus cigarrillos, pues también vendían tabaco, Juliett miró a su alrededor. Llevaba ya unas cuantas horas sin decir una palabra que no fuera para pedir un café o preguntar el precio de algún recuerdo de la ciudad. Pensó de nuevo en la inspiradora película que le hizo venir hasta Italia para escapar de los fríos problemas de Londres. “Come, reza y ama”. Recordó una escena en la que una de las actrices comentaba los beneficios de hacer un voto de silencio durante un tiempo y lo difícil que podía resultar al principio pero lo reconfortante que resultaba, pasados unos días. Pensó en hacer lo mismo, en evitar durante unos días hablar, esquivar las preguntas, evitar las llamadas, no dejar que las palabras entrasen en su cabeza y quizá así dejaría de dar vueltas siempre a las mismas cosas.
Llegó su turno y se dio cuenta de que no sabía decir tantas cosas en inglés como pensaba, así que utilizo el clásico truco del turista que no conoce el idioma; sonreír y señalar. Con sus cigarrillo ligeramente más baratos que en España, y definitivamente más baratos que en Londres. Juliett abrió su guía de viaje y se dio cuenta de que aún le quedaban muchos sitios que ver. Milán era una de esas ciudades que da la impresión de poder ver en un par de días pero que de hecho necesita varias semanas para poder recorrerla. Cerca de la plaza del Duomo se encontraba “Ca´Granda”.

No tenía ni idea de lo que se trataba pero no necesitó más que leer el pequeño letrero al final de la página que decía “gratis” y ver que parecía un gran lugar `para ponerse en camino. Atravesó la plaza en diagonal, esquivando a las hambrientas paloma y los visitantes que caminaban siempre como si fueran señores mayores de algún pueblo perdido mirando al cielo esperando alguna señal que indicara lluvias.
Atravesó “Piazza a Díaz” para continuar por “vía rasrelli” que albergaba a su derecha el teatro lírico de hermosa fachada románica bien conservada y que se llevó unas cuantas instantáneas. Dio un ligero rodeo hasta llegar a “Piazza Velasca” para ver su homónima torre antes de que la batería de la cámara se acabase. 




Cada camino que tomaba en aquella, aparentemente, pequeña ciudad, era una nueva yincana llena de tesoros por descubrir. Bajó un poco más hasta “Corso di Porta Romana”  para continuar después hacia Vía Franzesco Sforza y así aproximarse a “Ca´Granda” por la parte de atrás. Solía hacer siempre lo mismo al aproximarse a un nuevo e imponente edificio, especialmente yendo sola, ya que prefería observar desde lejos los monumentos y lograr una panorámica antes de sumergirse en su interior. Aquella casa grande era el edificio que albergaba la Universidad de Humanidades en un inmejorable emplazamiento. Fue encargado por Franzesco Esforza que dio posteriormente nombre a la vía que lo rodeaba y originalmente sirvió de hospital. Fue diseñado por el arquitecto filatelle que sólo consiguió construir el ala derecha durante el gobierno de los Sforza, siguiendo un diseño de tipo eclesiástico formado por 10 cuadrados y un hermoso patio. Durante cinco siglos sirvió de hospital y fue completado a finales del siglo XVIII. Ya que resultó terriblemente afectado por la guerra, se procedió a una reconstrucción a mediados del siglo XX, momento en el que se convirtió en universidad. Tan magna construcción supuso un adelanto arquitectónico para la época en la que se construyo dada su disposición y práctico aprovechamiento. Dentro del edificio, y custodiado por una hilera de columnas e imágenes representativas de diferentes momentos de su construcción, había un hermoso patio y una basílica, elemento fundamental de los hospitales de la época.

Resultaba algo difícil meterse en una universidad a sabiendas de que los alumnos se encontrarían allí, pero a esa hora había poca gente y algunos grupos de turistas que sabían de la existencia de aquel histórico edificio, ya se encontraban husmeando entre las estancias. Posiblemente intentando ver alguna estancia que se conservara como en los tiempos en los que Ca´Granda sirvió de hospital. Pero debido a la guerra, eso no era posible, pues gran parte del edificio había sido destruido y posteriormente reconstruido.
Es curioso cómo la gente busca los detalles oscuros, morbosos e incluso desagradables de los lugares que visitan. Van a una iglesia y cotillean tras las mirillas para ver las estancias privadas, van a un antiguo hospital y buscan antiguos artilugios médicos, visitan campos de concentración, la casa de Ana Frank y Alcatraz como si el horror vivido entre aquellas paredes les llamara de alguna forma gutural e inapelable. De la misma forma que la gente mira los accidentes, aquellos turistas cotilleaban a través de las rendijas de las puertas en busca de sórdidos detalles. 
El patio era, al igual que el edificio, un rectángulo. La hierba aún se veía fresca como si acabara de nacer en primavera, la fuente del centro seguía rociando agua sobre las pequeñas islas de hielo formadas sobre la superficie de la fuente.
Las parejas se fotografiaban frente a ella. Era la imagen que siempre persigue al viajero solitario. Manos entrelazadas, abrazos para protegerse de la brisa, besos bajo las estrellas. Parecía que el mundo mostraba más amor que nunca. Parecía que al estar sola, Juliett se veía rodeada de escenas de amor a cada paso que diera.
Empezaba a oscurecer y aun tenía que volver a la plaza del Duomo para encontrarse con María y disfrutar de una de las cosas que más le apetecía hacer en Milán. Disfrutar del aperitivo milanés, algo que por mucho que se empeñara en aparentar seguridad, nunca podía hacer sola. Entrar en un bar lleno de gente era un paso para el que nunca había estado preparada. Por suerte tenía a alguien que la acompañaría, una persona que siempre la había animado en el pasado, que tenía una risa contagiosa y que era capaz de sacar una sonrisa a la persona más pesimista. Ella, posiblemente.
Salió del lugar por la entrada principal para ahorrar algo de tiempo y llegar puntual a su cita. Se encontrarían en “la Renaiscente”, el centro comercial donde María trabajaba. Y quería llegar con tiempo para dar un paseo y quizá comprar algo bonito que pusiera el broche a aquel día.
Las sombras de las farolas parecían moverse al cambiar la luz, los pasos de la gente se aceleraban ante el apremiante frió vespertino y el olor fragante que acompaña la hora de la cena impregnaba cada rincón. “Un día más, un paso más hacia delante. Un poco más cerca de mi nueva vida, con algo más de peso en el corazón pero un poco mas de aire en los pulmones. Poco a poco vuelvo a respirar”. Fue la nota de su “cuaderno feliz”.