Además de la tecnología, el estrés e
otra de las características de la vida moderna. Si a ello le sumamos la crisis,
el descontento social, la abusiva acción de los bancos, las limitadas pensiones
y los problemas del día a día, obtenemos la fórmula perfecta para la depresión.
Y es por eso por lo que en los últimos años han florecido un sinfín de spas
urbanos, centro de masajes, y demás lugares de relajación para que los
ciudadanos puedan escapar del estrés. Pero a veces la terapia más fácil
es la que nosotros mismos hacemos.
Hoy lunes, comienzo
de semana, he empezado organizando clases, lidiando con alumnos que no hacen
sus deberes, discutiendo con la compañía del móvil, en fin lo normal de todos
los días. Y me he propuesto llevar a cabo un experimento, sonreír todo el día.
He salido de casa y me he parado unos segundos en el portal a observar el
tráfico de público tan variopinto como interesante que paseaba su lunes frente
a mí. Y he sonreído. Al ver a las madres llevar a sus niños al colegio, a los
comerciantes levantar esperanzados sus cierres y abrir sus puertas, al frutero
organizando sus más hermosas verduras, a la florista sacando sus macetas a
airearse con la fresca brisa. He sonreído al ver a la gente que entraba y salía
del mercado con sus bolsas de todos los días y sus carros de esperanza
navideña. He empezado a caminar y a observar a la gente tras mis gafas oscuras
y mi sonrisa incipiente. Una sonrisa de esas que se te dibuja en la cara al
recibir cierto menaje en el móvil, o al conocer una buena noticia, o al ver el
sueldo calentito en la cuenta. Una mezcla de picardía y satisfacción que me ha hecho
sentir simplemente contenta.
He puesto en marcha
el experimento, no he dejado de sonreír en ningún momento. Algunas personas
miraban extrañadas, y he sabido lo que pensaban. "qué estará pensando está
loca". O al menos eso habría pensado yo de alguien que sonríe por la calle
sin motivo aparente... Pero quizá alguna persona se ha contagiado de mi
sonrisa, y esa persona a su vez se la ha contagiado a otra. Y quizá ahora,
horas más tarde, la gente de la calle se sigue pasando sus sonrisas sin saber
de donde surgieron. No es que sea un pensamiento ególatra ni egocéntrico, sino
una idea cargada de esperanza. Pues aún espero que las personas en su
"insoportable levedad" que Kafka definió, tengan el poder de cambiar
algo en su vida que consigan hacerla mejor, que consigan ser felices y estar en
paz con su ser.
Y todo por una
sonrisa. No dejaré de sonreír, aunque me digan loca, aunque piensen que mi
sonrisa es solo la respuesta a esos ciertos mensajes. Sonreiré a la vida por lo
que me ha dado, y espero que esa energía llegue a cada persona que me
encuentre.
Felices sonrisas, felices personas.