jueves, 5 de diciembre de 2013

Los viajes de Juliett Milán y Roma, 10a parte


Tras recorrer la iglesia de San Angello, y otro montón de basílicas, altares y demás monumentos religiosos que fue encontrando repartidos por todo el suroeste, Juliett pensó que ya había hecho suficientes apariciones en templos y decidió volver al centro histórico a hacer algunas compras en miniatura por supuesto, pues Ryanair no le dejaría volar si superaba los estricto limites de equipaje de mano.
Allí tomaría otro café y haría algunas compras antes de reunirse con su amiga que trabajaba en el centro comercialjunto a la galería Emmanuelle. De camino al centro, se paró a ver lo escaparates de las numerosa tiendas que se extendían a lo largo de Corso di Porta Ticinese, que desembocaba en una de la poca puerta medievales que aún guardaban el centro histórico de la ciudad.
A pesar de ser temprano para que las tiendas estuvieran abiertas, había mucha animación por las calles y se notaba que era un área popular en la ciudad. La tiendas de ropa parecían ser el resultado entre el estilo elegante típico de Italia y el estilo “geek” tan de moda en Londres. Prendas anchas, con formas poco definidas y mucho accesorios para completar el conjunto creaban un atuendo ciertamente extraño pero que parecía funcionar al ponerse junto. 
Quizá sea ese el auténtico talento de los italianos con respecto a la moda. Tenían la habilidad de poner elementos dispares que aparentemente no pueden funcionar y crear una armoniosa combinación que bien podría sacarse de una revista de moda.
Juliett contempló su propia imagen en el escaparate, con u reflejo fundido junto a uno de los exquisitos maniquís de la vitrina y pensó que ella jama podría vestir así. Eso es lo bonito de la moda, la libertad que da a cada persona para crear su propio estilo. Allí estaba ella, junto a una inerte mujer en un escaparate que lucía con absoluta naturalidad un vestido negro de punto y un cinturón ancho en la cadera, combinado con un bolso de piel y un gran sombrero, muy del estilo de “Sofía Loren bajando de un avión”, de esos en los que no se ponían pasarela para ir al aeropuerto y los artistas descendían con majestuosidad por la escalerilla. Y allí junto a una fabulosa combinación de elegancia y sencillez, estaba Juliett con su abrigo de retales, sus pantalones acampanados y un jersey morado. Acompañado, eso sí, por un bolso bandolera de colores y flecos y un pañuelo de flores en el pelo. Ninguna chica olvida sus complementos. A veces ella misma se reía del aspecto que llevaba, pero le encantaba ser así. Casi le gustaba sentirse diferente.
 Había aprendido a no ser como lo demás, a no caer en convencionalismos y a ser ella misma. Pues a veces la gente traiciona a sus propios amigos y se caen de tu vida y hay que tener una personalidad fuerte para no caer con ellos.
A veces incluso imaginaba como la verían las demás personas en la calle, en una cafetería… Quizá proyectaba una imagen de bohemia escritora errante que se perdía entre la gente y las calles en busca de nueva historias con las que llenar sus páginas. O quizá sólo pensasen que era una hippie desaliñada con cierta tendencia a la locura.
Quizá era ambas cosas, pero estaba feliz de ser como era y eso es algo que no todos pueden decir.
“La gente debería construir su personalidad de una forma consciente, trabajar en aquello que no les guste y crear su propia obra de arte. No siempre se agrada a todos, pero lo importante es agradarse a uno mismo”.
De vez en cuando escribía estas frases en su cuaderno de notas para no olvidarse de lo afortunada que se había sentid en el momento que las escribió. Su cuaderno tenía nombre. “se llamaba cuaderno feliz”. Pues al escribir sus frases se sentía feliz, cómoda, tranquila… Y de ese modo cuando volvía a leerlas al final del día o cuando no se sentía bien, recuperaba la ilusión y el sentimiento que la había invadido al escribirlas.
Sabía que aquella noche al leer esa frase, se acordaría del elegante maniquí, de su propio aspecto algo atolondrado y que se sentiría reconfortada por estar a gusto contigo misma.
Ella consideraba esta práctica casi como una terapia en la que sólo se quedaba con los buenos momentos del día y eso le ayudaba a dormir mejor.
Siguió caminando hacia el centro, sobre todo para no parecer una de esas personas que copian los modelos de los escaparates para reproducirlos en otro lugar. Vio algunas tiendas muy interesantes que casualmente salían en su guía. Parecía que aquella calle era frecuentada por jóvenes diseñadores y artista en busca de inspiración y nuevas tendencias y las tiendas se esforzaban por mostrar su cara más “fashion”. Tiendas como “Biffi”, “Bfly” o “Anna Fabiano” representaban esa magnificencia de la alta costura que se expone de forma “má asequible” en la tiendas de la calle. Pero también había algunos tesoos escondidos dignos de mención, y quizá de alguna frase en “el cuaderno feli€z”. Encontró la tienda “ethic”, con maravillosos modelos étnicos de diseñadores menos conocidos pero que habían creado un estilo moderno y muy personal. Era el traje de la mujer bohemia y ecléctica, de la chica que escribe en un parque, de la mujer que viaja sola, de la persona que está segura de si misma.
“haz que tu ropa refleje tu personalidad y no tu dinero”. Nueva frase feliz para su pequeño cuaderno de notas. La gente se cubría de marcas y adornos como se le hace a un árbol de navidad. A veces se decora en exceso y es casi imposible ver el árbol al finalizar la tarea. Lo importante es que cada persona mantenga su esencia, sin importar los adornos que lleve encima.
“Lo importante es seguir siendo árbol, aunque estés desnuda”.

 La tiendas “delicatesen”, ofreciendo sus mejores productos para los paladares más exquisitos; las tiendas de moda en la que algunos nombres conocidos como “Levi´s” o “Custo Barcelona”, llamaban la atención de los turistas españoles, las numerosas trattorias  y osterías típicamente milanesas que a lo largo de los años habían dejado de ser los lugares familiares y sencillos que eran en un principio para convertirse en lugares de moda de alta cocina. Juliett se fijaba en la apariencia de Milan y a la hora de comer había que hacerlo igual. Si el local tenía un aspecto elegante, no sería una auténtica trattoria sino un lugar caro que se había sumado a la moda de llamarse así.

Y allí en la plaza, la vida seguía su camino hacia el atardecer. El sol alargaba la sombra de la catedral consiguiendo un efecto de movimiento, como si el edificio huyese de su propia sombra. Una curiosa analogía con la que comparar el estado de ánimo de Juliett.
Tenía hambre y le apetecía un café pero no estaba dispuesta a gastar diez euros en un café como el día anterior. Ahora volvía a ser “perro flauta” y había que economizar. La respuesta era McDonald´s. Por  mucho dinero que costase seguro que era asequible. Una de las pocas ventajas de la globalización, tener lugares conocidos en cualquier lugar del mundo.  Compró su café para llevar y uno de los trozos de tiramisú también para llevar.
“que viva Milán”.

Se sentó en la escalinata de la plaza del Duomo y disfrutó de la merienda rodeada de las persistentes palomas de la plaza y de los turistas que a veces parecían moverse como polluelos sin cabeza, mirando hacia arriba intentando orientarse.

La contemplación del lugar también le devolvió un reflejo algo más amargo. Y por un momento creyó ver a alguien entre la multitud, esa cara de la que estaba huyendo y que parecía seguirle a todas partes. Pero una ráfaga de viento borro aquellas facciones y le devolvió a la realidad de aquellos desconocidos. No, no era él. No estaba allí y no la seguiría a menos que fuese en su imaginación.  Y ese era un circulo muy peligroso, por ello se esforzaba cada día en olvidar, en olvidarle. Sintió una punzada de pena en el estomago al tomar el siguiente sorbo de café. Y entonces lo supo, no importaba lo mucho que le gustase el viaje, o lo mucho que viajara, o lo mucho que intentase recodar que todo se había terminado y había que seguir adelante, el recuerdo iría siempre con ella. La seguiría allá por donde fuera, de día y de noche hasta que se enfrentara a él. Pero no sabía si tendría fuerzas para ello, aún no estaba preparada. 
Un paso cada día. ¿cuál sería el siguiente?