sábado, 5 de abril de 2014

¿Las limosnas son racistas?

Cuando era pequeña e iba al colegio, hacíamos campañas de recogida de alimentos para los niños pobres o mercadillos solidarios que subvencionaran algún proyecto humanitario... o el nuevo campo de football. En mi  inocencia infantil llegaba a casa preguntando a mi madre por las cosas que podía coger de la despensa para llevarlas al colegio. Hasta aquel acto solidario se convertía en una competición, por llevar la caja de alimentos más grande de la clase. El lema era "pa´solidaria yo"!. Pero en el fondo era un acto de amor y pura creencia en que cada grano de arroz donado, cada lata, cada paquete de lentejas llegaría a algún niño o a su familia que tenían mucha necesidad, allá en algún lugar recóndito de África. La pobreza era algo lejano que no parecía haber llegado a España. Pero según vas creciendo, la forma en que se ve la pobreza cambia. 
En los difíciles tiempos que nos ha tocado vivir, ser pobre se está convirtiendo en una desafortunada profesión. Lejos quedan las limosnas a los esporádicos acordeones del metro, o las monedas a alguna persona que se acercaba en una terraza. Ahora la gente pide en la calle desde por la mañana hasta por la noche, parece casi como un trabajo de oficina con horas extra. Cada día tomo el metro a las 9 en Iglesia y veo a una mujer intentando vender el mismo ejemplar de "La Farola" que ha intentado dar durante meses. No importa que haga frío o calor, ella está ahí, poniendo su mejor sonrisa, ofreciendo su periódico o un paquete de pañuelos. Agradeciendo con genuina sinceridad algún café que le den, o una bolsa de ropa. Tan poco lo que pide, tanta gente que pasa a diario a su lado. Tan pocas ganancias cada día. 
Y ese es, obviamente uno de los innumerables casos que a diario se cruzan en nuestro camino. Raro es entrar en una cafetería y no ver a un pobre muchacho a la puerta solicitando la caridad de las vueltas del bollo de por la mañana. Montar en el metro se ha convertido en una especie de batalla por entrar en el vagón y amenizar a los viajeros con música o canciones. O incluso representaciones teatrales, como pude ver en la línea 7 hace unos días de la mano de dos jóvenes vestidos de juglares declamando versos con tal gracia que hicieron reír a todos los pasajeros. 
Y no es fácil arrancar risas estos días. 
Es algo que tristemente forma parte de la vida diaria; la pobreza, la miseria, la vergüenza del que pide por qué no ha tenido otro remedio y agacha la cabeza solicitando una ayuda. 
A veces tienen suerte, a veces no. 
Pero lo más inquietante es que hasta en este entorno se  está fomentando una ley de oferta y demanda, se está creando todo un plan de marketing para conseguir una limosna, poniendo la creatividad y el ingenio a disposición de las limosnas potenciales. 
Por ello no es raro pasear por Callao y ver carteles escrito a mano que dicen "una limosna para cerveza", "me apetece tomar algo, ¿me compras una birra?
Las viejas frases solicitando ayuda en el nombre de Dios, o mencionando a la familia han quedado atrás. 
"desahucio, crisis, empresario arruinado..." son algunos de los vestigios que esta terrible crisis ha dejado. 
Pero hay una frase que me llamo especialmente la atención. "matrimonio ESPAÑOL pide una ayuda", en mayúsculas. Y no fue la única. "joven español", "mujer española" son algunas de las denominaciones que se pueden ver en la calle, y no en anuncios de citas, sino en pequeños cartones o cartulinas que buscan la solidaridad de los transeúntes. 
Será que para pedir limosna, la gente prefiere decir que son españoles para evitar la confusión racial, o bien es que a los benefactores les cuesta menos dar dinero a los naturales del país que a los extranjeros. 
¿son racistas las limosnas?