miércoles, 9 de abril de 2014

Los viajes de Juliett, Roma 2a parte

La ventaja de moverse por una zona turística era poder disfrutar de comida, bebida y compras las 24 horas del día. Su intención era volver a la “Piazza della República”, hacer una pequeña parada y continuar su recorrido después de reponer fuerzas con una buena taza de café. Apenas eran las 10 de la mañana y la ciudad había despertado completamente. Las calles habían sido limpiadas temprano y conservaban algo de gélida y fresca humedad. Se sentó en un banco frente a la cafetería donde le sirvieron uno de los mejores cafés que había probado en mucho tiempo. Y sorprendentemente era del McDonald. Bendita globalización, pensó esbozando una sonrisa. Se sentó con el café a un lado y encendió un cigarrillo. Sacó su cuaderno y anotó los lugares que había visto aquella mañana. No confiaba en que la memoria le ayudase a recordar tantos nombres, historia, datos… Tanta información no debía perderse en el abismo del olvido. Quería recordar cada instante, pues algún día leería esas notas y contaría su historia. Y recordaría sus viajes, las calles, las vistas, los olores. Se imaginó una pequeña mesa de madera junto a la ventana por la que entraría la luz de una mañana de primavera. Y allí sombreadas por las inconexas figuras de las plantas asentadas en el alfeizar, descansarían sus notas, sus fotos sepias, su taza de humeante café que le abriría la puerta a la consciencia cada día.

La “Piazza de la república” fue construida como símbolo de la transición entre la Roma clásica y la moderna. Su diseño sigue la línea de una exedra y se asienta sobre un antiguo complejo termal, como tantos otros en Roma. La plaza está presidida por la fuente de las Náyades, Fontana delle Naiadi, que fue motivo de controversia en su inauguración por lo que tuvo que cubrirse. Le recordó a la fuente de Cupido en “Picadilly Circus” en Londres, un lugar de encuentro para muchos del que se dice que induce al amor a aquellos que se encuentran en la perspectiva de dicho ser mitológico. Cuantas historias, mitos y leyendas se esconden entre los muros de una ciudad antigua.
Juliett se sintió fascinada por los colores de aquella pequeña plaza, quizá también pasase desapercibida al ajetreado turista cuya única intención era conseguir un par de instantáneas junto al Coliseo. Esa era la ventaja de pasear sin rumbo, el poder descubrir los secretos de una ciudad, esos “pies de página” de las guías de viaje que se hacen pequeños huecos entre fotografías y leyendas de los sitios más típicos de cualquier lugar.
Las fachadas no parecían notar el paso del tiempo como tantas otras en Roma que mostraban su tez marcada por los años, las risas y las penas.   
Un pequeño puesto callejero, ojo avizor de turistas sedientos de algo caliente. Anunciaba sus cafés y chocolates en busca de nuevos compradores.
Juliett tomó un café, que resultó ser mejor de lo que cabría esperar de una cafetería asentada sobre unas ruedas no más grandes que las de una bicicleta. Solía pagar poco por los alojamientos, pero el café se llevaba siempre la mayor parte del presupuesto.
Unas fotos más, de esas que a veces apetece sacar en color sepia, sólo pensando en lo bonitas que lucirían en un pequeño marco sobre la mesita del salón. Un recuerdo pigmentado, una memoria dorada.


Se dejó llevar por aquella calidez que sorprendió a los transeúntes que cargaban sus abrigos de Diciembre en la mano en ese sol tan inesperado. Bajó por Vía Torino y admirar los impresionantes mosaicos de Santa María Maggiore, una de las cuatro basílicas patriarcales que eran consideradas como punto de peregrinación y culto por su especial conexión y simbolismo religioso. Su fachada del siglo XVIII, su cúpula piramidal, siendo la más alta de Roma, su vasto interior barroco, los mosaicos decorativos…. Juliett pensó en la magnificencia de las construcciones antiguas y el decaimiento de la era moderna. Sí que es cierto que muchos de los nuevos edificios, como las “torres de Plaza de Castilla” en Madrid, los rascacielos de Londres o Nueva York, o los grandes complejos vacacionales e instalaciones deportivas de todo el mundo representan la innovación y la tecnología más puntera de la era moderna, pero aún así, viendo aquellas maravillosas edificaciones que se habían conservado durante siglos casi en perfecto estado y habían sido construidas con los mínimos medios, Juliett pensó en la grandeza y laboriosidad de las mismas.
Siempre se había sentido atraída por las antiguas construcciones, por la arquitectura griega o la romana, por la relativa imposibilidad de montaje y alzamiento de las mismas, por el trabajo que escondían tras sus columnas. Juliett pensó en la facilidad con que en la actualidad se podía conseguir cualquier cosa, en un mundo donde sólo uno mismo ponía los límites, donde sólo la mente podía poner trabas a la realización de los sueños. Juliett pensó en sí misma. 


Allí frente a uno de los más hermosos mosaicos del ábside, de Jacopo Torriti, Juliett pensó en sus propios límites. Allí estaba, en una de las ciudades más hermosas del Mundo, punto de peregrinación de miles de ansiosos turistas cada año que buscan el arte en su más pura expresión, en la cuna de la cultura donde se asientan muchas de las bases de la cultura occidental, Y estaba sola. Nada podría detenerla, no había límites, sólo ella misma. Ante un largo camino por recuperarse, por derribar barreras, por encontrar su sitio en el mundo y ser quien siempre quiso ser.

Pues depende de uno mismo llegar a la meta en esta obstaculizada carrera que es la vida.