martes, 19 de noviembre de 2013

Los viajes de Juliett, Milán y Roma, 7a parte


Llegaron al Obika, al parecer un conocido Mozzarela bar de Milán que mezclaba la tradición de tomar el aperitivo con la cocina de diseño. Juliett se preparo para gastar 20 euros en una copa y ver comida diminuta. Sorprendentemente sólo tuvo que gastar 10 euros, el precio de todas las consumiciones las cuales venían acompañadas de una serie de aperitivos, no de los que se pueden escoger en la barra libre sino en pequeños platillos blancos de diferentes formas, que puestos juntos formaban una especie de mosaico. Juliett pensó que si había una ciudad que definiera la elegancia, sin duda, esa sería Milán. Hasta los pequeños detalle estaban cargados de estilo, originalidad y sofisticación.  Estaban sentados en la terraza, las meas eran de madera color caoba y las sillas tenían respaldo, esos eran los pequeños detalles que a veces marcaban la diferencia. Juliett comparó aquella terraza con alguno de los bares de Madrid, de illas metálicas y mesas con restos de comido. Esos sitio en los que los palillos y las servilletas se amontonan junto a la barra, y el camarero carga un paño de cocina sobre el hombro. La distinción de los bares y cafeterías en Milán hacía que cada paso fuese casi usa experiencia, una oda a la elegancia.
Bebieron un par de vinos y dejaron que la conversación fluyera entre la sinuosa sombra de un candelabro. La noche era fresca pero gracias a las lámparas de calor que la ley anti tabaco habían traído a todos los restaurante, se podía estar en la terraza. El interior dejaba entrever algunas mesas en las que los siempre elegantes milaneses disfrutaban de su vino y los aperitivos de diseño, parecía un desfile continuo de moda. Nada parecía ser mundano, común, nada era mediocre… Todo tenía el calor de los detalles, la dulzura de los colores que se reflejaban en las botellas de licor y las pinceladas de aroma con sabor a Italia. Juliett siempre había tenido debilidad por los pequeños detalles que casi no se podían describir con palabras. Esas pequeñas cosas cotidianas que son capaces de despertar tus sentidos con un ligero aroma, con un pestañeo nocturno o con una mirada al interior de un bar.
No dejaron de hablar, pero la noche avanzaba, era una de las noches más especiales que Juliett había tenido en mucho tiempo. Se sentía libre, no pensaba en nada ni en nadie. Estaba haciendo algo tan sencillo como disfrutar de cada segundo, de cada sorbo de vino de cada risa y cada mirada furtiva. Un pequeño ritual inocente que llegó a penar que su descosido corazón jamás volvería a vivir. Es el drama que acompaña a una ruptura, que siempre exagera y dramatiza más de lo necesario. Y aunque Juliett no lo mencionase, aunque hiciera como si el tiempo real se hubiera detenido y los problemas jamás hubieran existido, el hecho es que estaba en medio de una ruptura y no estaba siendo fácil. De hecho estaba resultando tan difícil que tuvo que escapar a otro país para no pensar a cada instante en lo que había perdido.
Y en aquel momento sintió la liberación que experimenta alguien feliz. Sin preocupaciones, sin preguntas en la cabeza esperando respuesta. Sólo una copa de vino y una alentadora sonrisa al otro lado de la mesa.
Pero sabía que nada pasaría aquella noche, por muy atractivo y elegante que fuera su acompañante, Juliett no estaba preparada para afrontar ni un coqueteo. Quizá al pensar así le estaba quitando toda la presión a aquel encuentro y eso le permitía disfrutar de la velada.

Charlaron sobre muchas cosas, y sobre otra copa de vino el cual parecía más sabroso y embriagador que nunca. Ya no hacía frío. Juliett comentó las experiencias del día, lo cual le hizo pensar en lo cansada que estaba, y sintió un gran deseo de meterse en la cama dormir. El le aconsejaba con maestría sobre algunos de los lugares más bonitos de la ciudad, dónde comprar buenas prendas, o buen vino, o pasta italiana sin pagar el precio de turista. Lo que él no sabía era que Juliett era una “perroflauta” que jamás visitaría los sitios que el comentaba, por temas pecuniarios básicamente. Pero no importaba, era agradable escucharle describir aquellos lugares inaccesibles para el bolsillo y que sólo permitían el paso a la imaginación.
Tras terminar aquella copa de vino el cansancio se apoderó severamente de Juliett de tal forma que hasta los pendientes le pesaban.
-      Parece algo cansada, quizá deberíamos irnos. Mi vuelo es temprano y aún no he preparado la maleta. – Juliett pensó en que parecía el típico chico “bien” que tenía hasta mayordomo para hacerle la maleta.  
-     La verdad es que ha sido un día duro y mañana quiero levantarme temprano. Estoy deseando meterme en la cama y dormir.
-     Entonces vámonos, te acompaño.- pues no espere demasiado de mí, pensó Juliett al tiempo que sacaba el monedero, no quería dar a entender que la invitación a cenar daría pie a algo más.
-     No, no por favor. Yo te invité a cenar y yo pagaré de acuerdo- dijo elegantemente sujetando la mano de Juliett para impedirle sacar el dinero.
Bueno muchas gracias, si algún día nos encontramos de nuevo te devolveré la invitación. – y que lea entre líneas.
-       No hay problema, el viaje es largo y el tiempo eterno….
Juliett quedó impresionada por aquella frase y se quedó sonriente y pensativa mientras él saldaba la cuenta.
Caminaron a través de las calles de Milán que se mostraban vacías y oscuras pero albergando una calma y un sentimiento de seguridad que permitía a muchos visitantes y locales caminar tranquilamente en la oscuridad de la noche.
Volvieron a la Vía Dante para caminar hacia la estación de metro donde él seguiría su camino y Juliett continuaría hacia el hostal.
El camino se perdía entre el tintineo de las farolas y el suave murmullo de la cotidianeidad encerrada en las viviendas cercanas.
Llegaron al metro y sin decir palabra se dieron u abrazo. No había nada sexy en aquel gesto, ninguna insinuación ni movimiento con intención, un abrazo fraternal de dos personas que el azar juntó con la simplicidad de la casualidad y la noche y un avión separaría. Sólo había sido una compañía casual y no debía forzarse a ser nada más. Comentaron lo bien que lo habían pasado y lo mucho que se habían reíd. Y sobre todo el buen recuerdo de una agradable velada que siempre tendrían. No había nada más que decir sólo “Ciao”.

Él se perdió tras las escaleras del metro y Juliett emprendió el camino hacia el hostal. Un último rato de soledad para forzarse a sí misma a apreciar las pequeñas alegrías de aquel día, de las experiencias que había tenido.
Una canción sonaba de fondo, unos pasos ahogados en las sombras de la calle y un cansancio galopante que le haría dormir como hacía mucho que no había podido hacerlo.
La vida le estaba regalando pequeños granitos de arena y sabía que con ello conseguiría hacer una perla perfecta que le devolviese la alegría perdida.
Llegó al hostal que dormía plácidamente entre maletas del mundo y sueños sin fronteras. El día había acabado pero el gran viaje acababa de empezar. Pero ahora o iba pensar en ello, ahora sólo quería dormir. Se dio las buenas noches, pues ante todo hay que ser educado con uno mismo y enterró bajo la almohada el deseo de sentir de nuevo ese abrazo perdido del que intentaba despojarse de una vez. El peso de sus parpados la sumió en un profundo sueño que no acabaría cuando abriese los ojos, sólo continuaría bajo la luz del sol de Milán.






http://obika.com/portal/IT/it/home/