Se imaginó que formaba parte de una postal. Sentada en el centro de
aquellos peldaños frente a la entrada a la galería Vittorio Emanuele con la
mirada tornada hacia el Duomo, rodeada por aquella luz dorada de la galería que
la envolvía en un halo brillante dorado brillante.
Tras de sí, una pasarela de moda milanesa, frente a ella una oda a la
espiritualidad.
Se puso en pie y recorrió la lujosa galería muy lentamente. El tiempo no
importaba cuando algo tan hermoso aparecía ante los ojos. La elegante galería
urbana, bien podría ser la entrada a un lujoso centro comercial y no un simple
atajo urbano. Sus techos altísimos, su cubierta acristalada y su exquisita
decoración hacen que la galería sea uno de los lugares más visitados de la
ciudad. Tiendas de marca comparten el espacio con cafés de diseño y carísimos
restaurantes. Ese tipo de sitios en los que la gente pide caviar, o un plato de
ostra y una botella de champan a las 11 de la mañana. Lo hacen porque así es su
vida, una ostentación absoluta en cuanto
ponen un pie en las calles milanesas. Los casi 50 metros de alto de su cúpula central
dejan caer la luz obre los mosaicos del suelo que debido al incesante paso de transeúntes
se veían algo desgastados. En ellos se observan escenas de la historia de la
ciudad así como los escudos de la casa de los Saboya.
Las parejas conversaban en las pequeñas terrazas expuestas en la galería
mientras los camareros hacían sus pequeñas pantomimas al abrir una botella de
vino. Se miraban con la tranquilidad de los que sin nada más en la cabeza que
el regusto afrutado del vino, conversan sobre alguna banalidad. Quizá se
preparaban para ir al teatro, quizá para la ópera o el cine. Puede que
simplemente fueran a dar un paseo por la ciudad bajo las tímidas luces de la
calle. En aquel momento Juliett no pudo evitar pensar en que estaba allí sola,
que un número de teléfono le quemaba en la memoria y que sentía el frío en sus
manos por no tener ninguna mano que agarrar.
Pero no se dio permiso para seguir por ese camino auto destructivo de
memorias y decepciones. Sacó su cámara de fotos e intentó captar la esencia de
aquel lugar, enfocando las arcadas, las sombras de las vitrinas, el enrejado de
las ventanas.
Cruzó la galería y salió a la Piazza de Scala donde se encontraba el
maravilloso y mundialmente reconocido Teatro allá Scala. Cuna de las más
extraordinarias óperas. Cumbre de la elegancia, del talento y de la música más
embriagadora. Aquel día no había representación pero el programa enmarcado en
la fachada anunciaba la proximidad de “La traviatta” en escena. Muchos curiosos
sacaban sus instantáneas sobre el desgastado frontispicio un tanto austero para
la suprema elegancia del interior. A pesar de haber estado cerrado en numerosas
ocasiones por trabajo de reconstrucción, el interior conserva la elegancia que
la emperatriz María Teresa de Austria quiso darle en su construcción original
en el siglo XVIII. Por lo que se atisba desde las ventanas, los ojos de los
pobres, la entrada que conduce al auditorio está regentada por imponentes
columnas blancas y una gran escalinata cubierta por una alfombra roja. La
escena bien podría pertenecer a alguna de las películas de Sissi que tan
emocionantes momentos nos han regalado en sus salones de baile.
El teatro compartía su espacio en la plaza con el Pallazo marino, un
palacio de estilo barroco, que actualmente alberga el ayuntamiento de la ciudad
del que sólo se puede ver el patio de honor del exterior.
Continuó el nocturno paseo por Vía S Agnello, que rodeaba la Piazza por
detrás para ir hacia el Pallazo Reale. Ese sería el ultimo monumento que
visitaría en el centro histórico aquel día, después buscaría algo de cena y
volvería paseando al hostal- Estaba segura de que alguna sorpresa le esperaba a
la vuelta de cada esquina y quería tener tiempo para disfrutar de ello.
El Pallazo Reale Queda ensombrecido por la proximidad del Duomo, fue el
Hogar de los Visconti y los Sforza y el
consejo de la ciudad, aunque actualmente lo más interesante del lugar era la
hermosa colección de arte contemporáneo que albergaba.
Un perfecto final a un perfecto día. Regreso hacia la el Duomo en busca de
un café donde cenar. Sabía que sería caro pero le gustaba concederse un pequeño
lujo cuando visitaba un nuevo lugar. Un pequeño capricho, un delicioso paseo a
casa y a intentar no recordar demasiado. Al menos ese era el plan. Pero una
presencia inesperada, salpimentó aquel retiro espiritual.