lunes, 4 de noviembre de 2013

Los viajes de Juliett, Milán y Roma (5a parte)

Se imaginó que formaba parte de una postal. Sentada en el centro de aquellos peldaños frente a la entrada a la galería Vittorio Emanuele con la mirada tornada hacia el Duomo, rodeada por aquella luz dorada de la galería que la envolvía en un halo brillante dorado brillante.
Tras de sí, una pasarela de moda milanesa, frente a ella una oda a la espiritualidad. 
Se puso en pie y recorrió la lujosa galería muy lentamente. El tiempo no importaba cuando algo tan hermoso aparecía ante los ojos. La elegante galería urbana, bien podría ser la entrada a un lujoso centro comercial y no un simple atajo urbano. Sus techos altísimos, su cubierta acristalada y su exquisita decoración hacen que la galería sea uno de los lugares más visitados de la ciudad. Tiendas de marca comparten el espacio con cafés de diseño y carísimos restaurantes. Ese tipo de sitios en los que la gente pide caviar, o un plato de ostra y una botella de champan a las 11 de la mañana. Lo hacen porque así es su vida, una  ostentación absoluta en cuanto ponen un pie en las calles milanesas.  Los casi 50 metros de alto de su cúpula central dejan caer la luz obre los mosaicos del suelo que debido al incesante paso de transeúntes se veían algo desgastados. En ellos se observan escenas de la historia de la ciudad así como los escudos de la casa de los Saboya.
Las parejas conversaban en las pequeñas terrazas expuestas en la galería mientras los camareros hacían sus pequeñas pantomimas al abrir una botella de vino. Se miraban con la tranquilidad de los que sin nada más en la cabeza que el regusto afrutado del vino, conversan sobre alguna banalidad. Quizá se preparaban para ir al teatro, quizá para la ópera o el cine. Puede que simplemente fueran a dar un paseo por la ciudad bajo las tímidas luces de la calle. En aquel momento Juliett no pudo evitar pensar en que estaba allí sola, que un número de teléfono le quemaba en la memoria y que sentía el frío en sus manos por no tener ninguna mano que agarrar.
Pero no se dio permiso para seguir por ese camino auto destructivo de memorias y decepciones. Sacó su cámara de fotos e intentó captar la esencia de aquel lugar, enfocando las arcadas, las sombras de las vitrinas, el enrejado de las ventanas.
Cruzó la galería y salió a la Piazza de Scala donde se encontraba el maravilloso y mundialmente reconocido Teatro allá Scala. Cuna de las más extraordinarias óperas. Cumbre de la elegancia, del talento y de la música más embriagadora. Aquel día no había representación pero el programa enmarcado en la fachada anunciaba la proximidad de “La traviatta” en escena. Muchos curiosos sacaban sus instantáneas sobre el desgastado frontispicio un tanto austero para la suprema elegancia del interior. A pesar de haber estado cerrado en numerosas ocasiones por trabajo de reconstrucción, el interior conserva la elegancia que la emperatriz María Teresa de Austria quiso darle en su construcción original en el siglo XVIII. Por lo que se atisba desde las ventanas, los ojos de los pobres, la entrada que conduce al auditorio está regentada por imponentes columnas blancas y una gran escalinata cubierta por una alfombra roja. La escena bien podría pertenecer a alguna de las películas de Sissi que tan emocionantes momentos nos han regalado en sus salones de baile.

El teatro compartía su espacio en la plaza con el Pallazo marino, un palacio de estilo barroco, que actualmente alberga el ayuntamiento de la ciudad del que sólo se puede ver el patio de honor del exterior.
Continuó el nocturno paseo por Vía S Agnello, que rodeaba la Piazza por detrás para ir hacia el Pallazo Reale. Ese sería el ultimo monumento que visitaría en el centro histórico aquel día, después buscaría algo de cena y volvería paseando al hostal- Estaba segura de que alguna sorpresa le esperaba a la vuelta de cada esquina y quería tener tiempo para disfrutar de ello.
El Pallazo Reale Queda ensombrecido por la proximidad del Duomo, fue el Hogar de los Visconti  y los Sforza y el consejo de la ciudad, aunque actualmente lo más interesante del lugar era la hermosa colección de arte contemporáneo que albergaba.

Un perfecto final a un perfecto día. Regreso hacia la el Duomo en busca de un café donde cenar. Sabía que sería caro pero le gustaba concederse un pequeño lujo cuando visitaba un nuevo lugar. Un pequeño capricho, un delicioso paseo a casa y a intentar no recordar demasiado. Al menos ese era el plan. Pero una presencia inesperada, salpimentó aquel retiro espiritual.