He sucumbido a la tentación de
comprar un boleto de lotería. No tenía intención pero al pasar por uno de esos
puestos de color azul de la calle no lo he podido evitar. No es que la fachada
de los puestos de lotería sea especialmente llamativa ya que más bien parece la
entrada a un hospital que a un lugar donde los sueños puedan hacerse realidad. Me
gustaría encontrar una administración con paredes de madera, con un señor mayor
de expresión atrayente, con una sonrisa de esas que parecen esconder un secreto;
que hubiese bombos dorados y grandes números de colores en las paredes…. Luego
vuelvo a la realidad y me doy cuenta de que estoy mirando al blanquecino y
desconchado techo de una habitación casi fluorescente sobre un puñado de grisáceas
baldosas agarrando un boleto lleno de filas numéricas mientras acaricio
mentalmente mi sueño de ser rica.
Hoy me apetece soñar, ceder
ante mis ganas de cumplir más de un pecuniario sueño y olvidar el impulso de
ser práctica por un momento. Rellené los números, casi sintiendo la magia que
desprendía de mi pluma, sí aún escribo con pluma. Los pequeños detalles me
reconfortan cuando pierdo el norte en un mundo dominado por la tecnología
Apple. Reniego de las garras de Ipad, de los libros electrónicos y de las
apuestas por internet. Pro esa es otra historia. Pensé en la cantidad de gente
que en ese momento estaría desempeñando esa pequeña labor tan simple como
rápida, y que gracias a la suerte, al destino o al mero azar, puede cambiar la
vida de alguien para siempre.
Qué haría si ganara. Si alguna
vez alguien hiciera una encuesta sobre las preguntas más habituales que las
personas se hacen a lo largo de su vida, además de “¿volverá a llamarme?” y “¿he
engordado? Sería “¿En qué me gastaría el dinero si ganara la lotería.
Los sorteos navideños nos han
enseñado que en la vida hay muchos agujeros que tapar, tantos como en un
colador. Esa es la respuesta que llevamos años escuchando la mañana siguiente
al sorteo. A la que ahora se le unen desafortunadas respuestas debido a la crisis.
Ahora los agujeros son más bien socavones llamados hipoteca, el colegio de los
niños, las facturas. Una triste realidad que nos hace reprobar la situación en
la que estamos y nos deja deseando un año más tener el dinero y poder
suficientes para cambiar el rumbo de la vida.
Pero hoy, me apetece soñar. Me
apetece pensar que no hay crisis, que a pesar de los problemas, de la falta y
carencia generalizada, todo puede solucionarse y que el dinero de la lotería sería
para disfrutarlo. Para cumplir sueños.
En qué lo gastaría. Pensaba
mientras derramaba mis esperanzas en cada gota de tinta. En repartir sonrisas.
Coger el primer avión que saliese del aeropuerto y perderme en algún lugar del
mundo, sin saber a dónde ir, sin equipaje, sin pensar en qué hora sería más
barata. O bien, en llenar de regalos a la familia y a los amigos, no de cosas
necesaria, sólo de caprichos que traigan sonrisas. Quizá en un refugio en
Londres donde huir siempre que la asolación de Madrid me saturase. En dar a
quien lo necesite, en poner los medios para evitar que las cúpulas de poder se
quedasen con lo que no les corresponde, en involucrarme en causas justas que necesiten
ayuda. En hacer sonreír y en hacer llorar, de alegría. En traer una pizca de
alegría a aquellos que ves y también a los que no ves.
Y sobre todo en hacer que mi
vida sea lo que siempre quise que fuera.
Si el dinero no da la
felicidad, será porque no se sabe en qué gastarlo. Pues si haciendo un simple
regalo, o una pequeña donación, se consigue una sonrisa de alguien que
necesitaba ayuda y estaba sumido en la desesperación, sea bienvenido ese
dinero. Y tú, en ¿Qué lo gastarías?