martes, 1 de octubre de 2013

Y si tocará aquí...

He sucumbido a la tentación de comprar un boleto de lotería. No tenía intención pero al pasar por uno de esos puestos de color azul de la calle no lo he podido evitar. No es que la fachada de los puestos de lotería sea especialmente llamativa ya que más bien parece la entrada a un hospital que a un lugar donde los sueños puedan hacerse realidad. Me gustaría encontrar una administración con paredes de madera, con un señor mayor de expresión atrayente, con una sonrisa de esas que parecen esconder un secreto; que hubiese bombos dorados y grandes números de colores en las paredes…. Luego vuelvo a la realidad y me doy cuenta de que estoy mirando al blanquecino y desconchado techo de una habitación casi fluorescente sobre un puñado de grisáceas baldosas agarrando un boleto lleno de filas numéricas mientras acaricio mentalmente mi sueño de ser rica.
Hoy me apetece soñar, ceder ante mis ganas de cumplir más de un pecuniario sueño y olvidar el impulso de ser práctica por un momento. Rellené los números, casi sintiendo la magia que desprendía de mi pluma, sí aún escribo con pluma. Los pequeños detalles me reconfortan cuando pierdo el norte en un mundo dominado por la tecnología Apple. Reniego de las garras de Ipad, de los libros electrónicos y de las apuestas por internet. Pro esa es otra historia. Pensé en la cantidad de gente que en ese momento estaría desempeñando esa pequeña labor tan simple como rápida, y que gracias a la suerte, al destino o al mero azar, puede cambiar la vida de alguien para siempre.
Qué haría si ganara. Si alguna vez alguien hiciera una encuesta sobre las preguntas más habituales que las personas se hacen a lo largo de su vida, además de “¿volverá a llamarme?” y “¿he engordado? Sería “¿En qué me gastaría el dinero si ganara la lotería.
Los sorteos navideños nos han enseñado que en la vida hay muchos agujeros que tapar, tantos como en un colador. Esa es la respuesta que llevamos años escuchando la mañana siguiente al sorteo. A la que ahora se le unen desafortunadas respuestas debido a la crisis. Ahora los agujeros son más bien socavones llamados hipoteca, el colegio de los niños, las facturas. Una triste realidad que nos hace reprobar la situación en la que estamos y nos deja deseando un año más tener el dinero y poder suficientes para cambiar el rumbo de la vida.
Pero hoy, me apetece soñar. Me apetece pensar que no hay crisis, que a pesar de los problemas, de la falta y carencia generalizada, todo puede solucionarse y que el dinero de la lotería sería para disfrutarlo. Para cumplir sueños.
En qué lo gastaría. Pensaba mientras derramaba mis esperanzas en cada gota de tinta. En repartir sonrisas. Coger el primer avión que saliese del aeropuerto y perderme en algún lugar del mundo, sin saber a dónde ir, sin equipaje, sin pensar en qué hora sería más barata. O bien, en llenar de regalos a la familia y a los amigos, no de cosas necesaria, sólo de caprichos que traigan sonrisas. Quizá en un refugio en Londres donde huir siempre que la asolación de Madrid me saturase. En dar a quien lo necesite, en poner los medios para evitar que las cúpulas de poder se quedasen con lo que no les corresponde, en involucrarme en causas justas que necesiten ayuda. En hacer sonreír y en hacer llorar, de alegría. En traer una pizca de alegría a aquellos que ves y también a los que no ves.
Y sobre todo en hacer que mi vida sea lo que siempre quise que fuera.

Si el dinero no da la felicidad, será porque no se sabe en qué gastarlo. Pues si haciendo un simple regalo, o una pequeña donación, se consigue una sonrisa de alguien que necesitaba ayuda y estaba sumido en la desesperación, sea bienvenido ese dinero. Y tú, en ¿Qué lo gastarías?